José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Aplausos en el desfile olímpico… y en la carrera del salto de vallas


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Karsten Warholm ha sido el hombre blanco que ha volado para ganar el oro olímpico por encima de la vallas colocadas en la carrera de los 400 m., prueba tradicionalmente dominada por atletas negros, estadounidenses o africanos, como Edwin Moses o Kevin Young, o como John Akii-Bua. Pero antes, había habido otros aplausos en el estadio Olímpico de Tokio.



Bajo bandera olímpica

Sucede con frecuencia en las Olimpiadas. Los aplausos surgen quizás con más fuerza ante el desfile de los refugiados bajo bandera olímpica (en este caso 29 deportistas). Expresión de un deseo que apunta a la admisión de la real diversidad que a muchos les cuesta asumir e integrar. ¿Esa fotografía capta la realidad? ¿Es imagen de la sociedad del momento? Evidentemente no. No es imagen perfecta ni completa sino aproximada, como una metáfora de por dónde avanza la sociedad. Y ciertamente apunta, como en una carrera de relevos, hacia donde debemos ir avanzando como sociedad.

Integración en todos los aspectos para salvar la dignidad humana. Desde 1896, en lo que se conoce como la Primera olimpiada de la Edad Contemporánea, ,¡sin mujeres!, hasta épocas muy recientes en las que mujeres de países saudíes pudieron participar (también de Brunei y Quatar), estamos, con este ejemplo y junto con el de la multiculturalidad creciente, ante toda una metáfora de la carrera con salto de (otras) vallas por la integración que a veces con dificultad se va abriendo paso.

Gestos de multiculturalidad

Ha sido llamativo en nuestro país la reivindicación de su raza, por parte de la gallega Ana Peleteiro al lado de su amigo y compañero de origen dominicano Ray Zapata también representando a España. Como sintomático es el caso del sorprendente ganador de los cien metros el italiano de origen estadunidense Jacobs, ejemplo también paradigmático de la multiculturalidad y que en muchos casos es políticamente muy aprovechada para la conquista de medallas en muchos países (su rápida nacionalización es a veces un doloroso agravio comparativo). Por eso a veces puede haber distorsión aunque en bastantes ocasiones el deporte va por delante de la integracion, al menos en el interior de los equipos.

Aunque sigan habiendo brotes compulsivos –cada vez muchos menos– en las gradas cuando el insulto racista y xenófobo se abre paso. Hemos visto con grata frecuencia subir al podio personas de diversidad superior a la de los países que representan. Y como en la pandemia, tampoco los aplausos tenían colores

Caminamos hacia los que el documento reciente de la Red Clamor sobre realidad de la migración forzada y la trata en America latina y Caribe afirma, cuando dice que hay que ahondar en el “esfuerzo pastoral y teológico para promover una ciudadanía universal en la que no haya distinción de personas”. Hay una tensión como dice el papa Francisco, recogida también, en dicho documento para impedir “caer en los extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante […] otro, que se conviertan en un museo folclórico de ‘ermitaños’ localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente”.

Dolor de la exclusión

No quiero desmerecer para nada a los que –nacionalizados– ya están en las olimpiadas. Son ejemplos para muchos de un duro sacrificio de buenos deportistas, ilusionados, que van tan merecidamente a las Olimpiadas. Y me alegró muy mucho la “invención” del equipo de refugiados.

Aun con ejemplos tambien, entre otros muchos, del dolor de la exclusión que solo rompen los abrazos de la verdad y la justicia, además de los del amor. Uno tan llamativo como el de Alaa Maso y Mohamed Maso, dos hermanos sirios originarios de Alepo, juntos en estos Juegos, pero no como representantes de la misma bandera. Uno bajo la bandera de los refugiados de los refugiados, mientras que el otro defiende los colores de su nación natal.

Recordé entonces aquel otro momento de la olimpiadas de Rio cuando contemplé la escena parecida a la reciente del equipo de refugiados bajo la bandera olímpica. Aquella vez lo hice con una familia de emigrantes Cuando apareció en la televisión el equipo de refugiados bajo la bandera del COI se oyeron muchos aplausos en el estadio. La madre emocionada comentaba a su hijo:

– “¡Mira son emigrantes como nosotros!”.

– “¡Pues parece que les aplauden mucho!”, contestó su hijo.

– “Son solo aplausos, hijo. Son solo aplausos“, contestó la madre.

Como los que hicieron los pocos espectadores que había en las distintas carreras del salto de vallas.