Tribuna

Fortaleza evangélica

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Es increíble cómo la violencia irrumpe siempre y ya nada vuelve a ser igual. Cada día nos encoge el alma con las noticias de guerras, asesinatos a mujeres y sus hijos, pérdidas de vidas humanas en la mar, seres humanos aniquilados antes de ver la luz…  ¡cuántas heridas en el Cuerpo de Cristo! Ningún dolor humano nos es ajeno.



Desde esa sensibilidad y con profunda tristeza todos los que trabajamos en la pastoral con personas migradas seguimos afectados por el ataque irracional que el miércoles 25 hirió al salesiano Antonio Rodríguez y arrebató la vida de Diego Valencia, sacristán de la parroquia de La Palma. Un acto brutal que desagarró a una familia y a la Iglesia en Algeciras, y que puede abrir una herida en el imaginario colectivo de los ciudadanos y la convivencia entre personas de credos diferentes.

Desde muchos “púlpitos” mediáticos, en contraste con el tono de las notas y mensajes emitidos desde la Iglesia, se ha procedido a alimentar prejuicios, estereotipos, a confundir términos referidos a situaciones de migrantes, cayendo en la tentación de poner al servicio de estrategias políticas, un terrible suceso que nunca debió acontecer. Por desgracia, esto suele ser lo habitual en otros momentos, lugares y circunstancias. El derecho a la información debe compaginarse con el derecho a la veracidad. Y la experiencia indica que no todo se puede esclarecer de inmediato y con respuestas simplistas.

No obstante, lo importante es poner en el centro de atención, una vez más, una pérdida humana y ofrecer, en el respeto, un reconocimiento agradecido a las personas que en Algeciras están en duelo. Me impactaron las primeras palabras de Juan José Marina, párroco de La Palma, llorando la pérdida de su amigo y colaborador: “Esta muerte era para mí”. Todo indica que tenía razón. Por eso sus palabras fueron las que tenían más verdad.

El legado más grande

Sin embargo, pronto comprendimos todos, en medio del dolor, que fue Diego quien nos dejaba el legado más grande, porque como el Señor Jesús “dio la vida por sus amigos”. ¿Cabe mayor verdad y acto de amor? Descanse en paz. Desde aquí, el abrazo de todos los que trabajamos en la pastoral de migraciones a su familia, al salesiano Antonio y sus hermanos, esperando su pronto restablecimiento, a Juan José, a toda la Iglesia de la ciudad y a la querida diócesis de Cádiz y Ceuta, cuya delegación de migraciones es ejemplar.

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