El libro recientemente publicado del comunicador Carlos Alberto Vargas, ‘La Iglesia que me tocó’, es una exposición en forma de carta, dirigida a cualquier persona conectada directa o indirectamente con el catolicismo, para manifestar su opinión sobre la crisis de los abusos a menores y personas vulnerables por parte de miembros del clero y el encubrimiento de la jerarquía.
Es comunicador social y docente. Trabaja en formación humana de adultos en ambientes corporativos y en inclusión social de personas con discapacidad. Católico, predicador, formador, misionero y guía en distintas experiencias de crecimiento en la Iglesia en América Latina durante 30 años. Creador del podcast: ‘La Azotea’. Autor de los libros: ‘Felicidad comienza con Fe’, ‘Solo para Valientes’ y ‘Se acabó la Espera’ (Coautor) publicados por el Minuto de Dios.
Ahora presenta este libro para contar qué se ha conversado internamente en la Iglesia sobre el tema desde los análisis e informes, y cómo las necesidades de transformación de la Iglesia no van a ser satisfechas desde la institución oficial, sino desde la base de creyentes.
PREGUNTA.- ¿Qué lo motivó a escribir y publicar este libro sobre lo que Ud. llama el escándalo de los crímenes de abusos sexuales?
RESPUESTA.- Las expresiones “escándalo”, “crisis”, o “crímenes” –entre otras– abundan en las publicaciones que se han hecho sobre el tema desde hace ya más de 15 años en distintos lugares del planeta, tanto fuera como dentro de la Iglesia. Respecto a la motivación, nace de notar la ausencia de conversaciones, el mutismo, el que empezara a convertirse en un tabú. La realidad de los abusos en la iglesia es algo innegable y, sin embargo, en tantas partes se ha elegido dejar el tema quieto o tratarlo en la intimidad de la oración. Eso me resulta escandaloso. Casi hasta cómplice. Comencé a hacer pequeñas publicaciones hace unos 12 años con la intención de provocar conversaciones con la gente de iglesia que tengo cerca, y de ahí en adelante todo fue una avalancha de testimonios, relatos de víctimas, muchas reacciones adversas de parte de personas que sienten que deben defender a la institución eclesial sin preguntas ni objeciones, y las conversaciones y expresiones de un lado y otro desembocaron en la oportunidad de escribir algo que intentara provocar aún más conversaciones, por eso dediqué tiempo a leer mucho y luego a escribir este texto.
La mayoría de los textos que conocí en estos años están dirigidos al público que tiene formación teológica, y casi no se ha escrito para el creyente común, el que sabe lo que Jesús significa en su vida aunque no tenga la menor idea lo que es la doble naturaleza. Y me pareció que podía hacer ese aporte, hablar del tema como lo haría con cualquier otro laico o laica de a pie.
P.- ¿Por qué es pertinente hoy decirlo todo y sin tapujos? ¿Cómo desarrolla la temática?
R.- Creo que es pertinente siempre, pero hoy, la cultura posmoderna nos abre posibilidades que eran impensables en etapas anteriores de la humanidad y eso es una bendición. Hoy es algo natural y casi que necesario que cualquier persona sepa que puede cuestionar y exigir a las autoridades que rindan cuentas de su gestión. Eso debe pasar también con las autoridades eclesiales. Cuando hablamos de la crisis de los abusos cometidos por miembros del clero, esos actos son solo una parte del problema, porque la otra gran parte es la crisis del encubrimiento, el sistema de ocultamiento que ha perfeccionado el catolicismo y que ha sido tan difícil de desmantelar.
Eso nos implica poner en nuestras manos las preguntas, los cuestionamientos, la exigencia de responsabilidades, los caminos para desvelar lo que se ha querido mantener en la sombra; y también nos implica tomarnos en serio la cultura del abuso, porque es un ambiente que ha inundado buena parte de nuestras prácticas y creencias en la iglesia. Por eso consideré importante contar de qué estamos hablando cuando dialogamos del escándalo de los abusos y los encubrimientos, pero también contar qué causas ha encontrado la Iglesia en lo que ha venido analizando hasta ahora. Porque no estamos hablando de unas “manzanas podridas” sino de unas causas estructurales que atraviesan temas tan cruciales para la vida del creyente como los sacramentos o la organización eclesial.
Y claro, hay que dejarnos inspirar por Jesús, el Señor, para que podamos transformar esta iglesia desde sus apuestas, sus convicciones, sus perspectivas, eso que en sus días se decía usando la metáfora del “reinado” y que hoy, afortunadamente despojados de monarquías, tenemos que reinterpretar sinodalmente para deshacer cualquier vestigio de autoritarismo, superioridad y condiciones que le han dado tanto poder a unos pocos varones. Porque esa hinchazón de poder que se ha llamado recientemente “clericalismo” es también causa indudable de lo que ha pasado en la Iglesia.
P.- ¿Qué puede decirnos de la literatura publicada hasta el momento? ¿Por qué dice que este es un libro distinto?
R.- Encontré auténticos tesoros de análisis, teología y diálogo con las ciencias humanas para intentar entender qué nos trajo a esta realidad tan horrenda. Hay estudios, análisis, reportes, compilaciones de textos y de testimonios, también producciones documentales, que deberían tener mucha divulgación y que le haría mucho bien al pueblo laico conocer. Muchos de esos están hechos por y para públicos con formación teológica. Mi texto, más que hacer algo innovador intenta ser un eco, en lenguaje simple y común, de esos tesoros en los que participaron laicos, presbíteros y algún obispo.
Creo que entre las personas que logran tomarse en serio este tema – porque no es fácil hacerlo – se hace indispensable la pluralidad de voces, y por eso encuentras textos que tienen testimonios de religiosas o análisis de laicos, o incluso investigaciones de periodistas que no tienen ninguna relación ni simpatía por la institución eclesial, pero que con sus denuncias y evidencias están haciendo mucho por ese pueblo fiel que ha quedado tan expuesto, especialmente la niñez.
Sé que hay presbíteros, y creo que son muchos, que quisieran exponer lo que ha significado esta crisis al interior de las diócesis, las congregaciones o las comunidades, pero por temor a represalias o ponerse en la mira de sus autoridades eligen callar o mantenerse enfocados en sus tareas, así que faltan esas voces, y también las de quienes han denunciado –casi siempre anónimamente– abusos o encubrimiento de parte de sus colegas, pero que lamentablemente han recibido instrucciones muy precisas de no exponer nada fuera de la misma curia. Romper esos pactos de silencio o esas indicaciones jerárquicas nos haría mucho bien.
P.- ¿De qué manera podemos apropiarnos del mensaje y del trabajo del papa Francisco para propiciar un cambio que tienda a erradicar el abuso en la Iglesia?
R.- Lo primero que debo decir es que lo más importante que hizo el papa Francisco no fue decir cosas, sino escucharlas. Fue tan importante que muchos hablan de la ‘conversión’ del Pontífice argentino tras las conversaciones que tuvo con las víctimas del caso Karadima en Chile. Su visión cambió por completo cuando escuchó. Algo que no hicieron ni Ratzinger ni Wojtyla. El ejemplo más importante que podríamos seguir de nuestro anterior Obispo de Roma es el lugar que dio a las voces de las víctimas y sobrevivientes. Creo que es un error común en los escenarios de diálogo y prevención sobre los abusos poner en el centro a la figura del Papa (un clérigo) pues lo que debería tener toda la atención y foco son las víctimas. Son ellas las que han dado verdaderas lecciones que han permitido identificar muchos de los elementos de la cultura del abuso. No se puede inhabilitar al laicado haciéndole cursos estructurados alrededor de las palabras del clero acerca del clericalismo, eso es un despropósito.
Francisco tuvo múltiples encuentros con víctimas, y fueron ellas y ellos los protagonistas, y el Papa se dejó conducir, se dejó educar en el tema por esas personas. Luego, claro, están los análisis desde la eclesiología, desde la teología sacramental, pero todos tendrían que hacerse con el pueblo laico, que es quien vive desde la cotidianidad los estragos del clericalismo en su propia vivencia religiosa. Jorge Mario Bergoglio intentó que la comisión pontificia de protección de los menores tuviera representación de las víctimas, eso no ha salido del todo bien, pero se valora la iniciativa.
Francisco no acertó en todo; por momentos esgrimió argumentos paliativos como los porcentajes de abuso en el clero versus las familias, algo que circula mucho entre la jerarquía, y que tiene errores de base, porque en los estudios se encontró que la Iglesia tiene condiciones que favorecen la aparición de estos casos, por su estructura, dinámicas, doctrinas y prácticas, cosa incomparable con los casos sucedidos en las familias.
Algo que quizá no podía anticipar nadie, o en lo que ha faltado intuición y acción, es que las instrucciones que se han compartido desde Roma, como el Vademécum, o las modificaciones al Derecho Canónico en lo referido a estos casos, iban a tener giros también atroces como los tribunales eclesiásticos que piden o aceptan la solicitud de dispensa de los presbíteros acusados de abuso con la intención de no realizar el respectivo juicio canónico, o que sucedieran casos de venganzas personales entre presbíteros que usaron las acusaciones de abuso como arma para hacer daño a un compañero del clero.
Entonces, tenemos culpables que van tranquila e impunemente por la vida porque nunca hubo juicio canónico completo en sus casos, e inocentes en juicios o renunciando a ejercer el presbiterado por no llevarse bien con alguien del mismo clero que los acusó. Son casos que conozco personalmente en mi país y en otros de América Latina. También que la creación de oficinas de prevención, de buen trato, o de cultura del cuidado, se convirtieran en pretexto para desaparecer denuncias hechas antes de la creación de esas oficinas. Todo lo anterior son evidencias de que nos falta mucho y que es urgente. Hay que transformar esta Iglesia, y las iniciativas para hacerlo no van a venir de Roma, ni de la jerarquía.
El libro puede descargarse gratuitamente desde su propia web: laiglesiaquemetoco.com para su libre distribución.