PREGUNTA.- Carmen Yáñez, ¿cómo se sobrevive al infierno?
RESPUESTA.- Con la sola convicción de tener la razón y la verdad como principio ético. Basta con tener la mirada y la actitud de un ser humano que siente empatía por el prójimo.
P.- En 1975, usted fue encarcelada y torturada en las cárceles de Pinochet; después, en 1981, tuvo que abandonar Chile, afrontando un nuevo dolor y sufrimiento. ¿Cómo vivió la separación de su país, de sus seres queridos y de su familia?
R.- El exilio es un efecto colateral del sufrimiento de un pueblo que debe emigrar, renunciar a toda vida y a todo proyecto de futuro, sin un suelo firme bajo sus pies. Se trata de una nueva construcción del yo, no exenta de incertidumbre.
P.- Desde entonces, ha compartido el destino del emigrante y la condición de exiliada. ¿Ha terminado su viaje como emigrante, su exilio?
R.- La he vivido intensamente. En mi caso también se trató de aprender nuevos códigos y un nuevo lenguaje. Creo que el viaje nunca termina, pero intento construir mi hogar dondequiera que esté.
P.- ¿Ha perdido la esperanza?, ¿cuándo?
R.- Sí, cuando pierdes a un ser querido sin previo aviso, cuando el dolor de esa pérdida es insoportable. Entonces, poco a poco, te levantas para reconstruirte y empezar de nuevo.
P.- ¿A qué esperanza se ha agarrado cuando lo ha visto todo negro?
R.- La vida siempre me ha arrancado de la oscuridad, de la mía y de la de mis familiares.
P.- ¿Qué siente respecto a sus torturadores?
R.- No siento odio porque el odio regresa al ser que odia, y ni siquiera siento lástima. Sí, creo en la justicia, creo que todos deben pagar por sus crímenes. No sería capaz de hacerles lo que les hicieron a sus prisioneros. Un castigo suficiente es privarlos de su libertad, porque fueron y son un peligro público. No hay perdón y no hay olvido: es mi lema y el de todos los de mi generación que han sufrido las dictaduras.
P.- Su esposo, Luis Sepúlveda, vivió la misma experiencia: prisión y exilio tras el golpe de Estado de 1973 contra Salvador Allende. Ambos continuaron luchando por la justicia social, ¿de dónde sacaron la fuerza y el valor?
R.- Porque siempre hemos estado convencidos de que los bienes naturales de este mundo deben pertenecer a todos los seres que lo habitan. La desigualdad solo ha traído tristeza, decepción, miseria y dramas humanos.
P.- ¿Cuáles son hoy los mayores riesgos para el planeta y la humanidad?
R.- La ambición y la codicia de algunos seres humanos despiadados y narcisistas hacen que este mundo sea desigual. Ellos son los dueños, el resto son ovejas consumistas. El cambio climático es evidente en distintas partes del planeta. Estamos presenciando el mayor crimen de la humanidad, pero el Poder no detiene este desastre.
P.- ¿A qué esperanza debemos aferrarnos?
R.- Mi esperanza es que los humanos encuentren equilibrio, bondad, valores éticos, empatía hacia sus semejantes y sabiduría.
P.- ¿Cuáles son sus miedos personales?
R.- Me preocupo por mi familia, mis amigos y los cuido, aunque vivan lejos de mí.
P.- ¿Y sus esperanzas?
R.- Un futuro sin miedo.
P.- Su vida, sus amores, sus esperanzas, su nostalgia por su país se refleja en su poesía. ¿Cómo se impregna su vida cotidiana de ellos?
R.- Quería dar voz a aquellos que, como yo, emigraron en busca de un lugar en el mundo donde pudieran sobrevivir.
P.- ¿Existe un atisbo de salvación a través de las palabras y la memoria?
R.- Sin memoria, sin historia, estamos condenados a repetir los errores. Solo la memoria histórica nos revela el futuro hipotético de la Tierra.
P.- ¿Cómo construye esperanza, para usted y para los demás?
R.- Con mi única arma que es la palabra.
P.- ¿La memoria es un arma para hacer justicia?
R.- Una potente arma para hacer justicia.
P.- Ha contado que para usted y para Luis Sepúlveda, la literatura ha sido su nueva patria. ¿Pero qué echa de menos en esa segunda patria?
R.- A veces, los migrantes sentimos que no pertenecemos a ningún sitio. Nos hemos convertido en ciudadanos del mundo, universales. De ningún lugar y de todos lados. Pero sí echamos de menos la sensación de pertenencia, los amigos de la infancia y los lugares físicos donde comenzamos el viaje de la vida.
P.- ¿Qué poder puede tener hoy la literatura para promover la conciencia del peligro y despertar la esperanza?
R.- La literatura es una enorme ventana para observar el mundo y aprender sobre él. La historia que no se cuenta oficialmente. La memoria abierta.
P.- Juan Belmonte es el protagonista del libro ‘Nombre de torero’ de Sepúlveda. Aparece como un hombre que, tras haber librado muchas batallas, se siente desilusionado y reacio a entrar en el ruedo. ¿Por qué?
R.- Juan Belmonte es un personaje que ha perdido pequeñas y grandes batallas, es un perdedor, pero siempre lo vuelve a intentar, porque su deseo de justicia es mayor que el miedo a volver a perder.
P.- ¿Belmonte es el mismo Sepúlveda en determinados momentos de su vida?
R.- Muchos escritores tienden a prestar un poco de su biografía a la construcción de sus personajes, así como los sentimientos retratados en la historia, con una buena dosis de ficción.
P.- ¿Y Verónica, la mujer que en el libro nunca se recuperó de las torturas de la dictadura, es ella?
R.- Sí, en parte, pero también describe a una mujer completamente destrozada, víctima de tortura. En mi caso, logré superar ese episodio.
P.- ¿Sepúlveda y usted han sentido alguna vez el peso de tener que dar testimonio, de tener que contarlo?
R.- No es fácil, es una carga que siempre llevaremos. Pasé muchos años sin hablar de ello. Imagino que a Luis le pasó lo mismo. Sentí miedo y vergüenza al contarlo. Es un desgarro profundo.
P.- ¿Cree, como escribe Sepúlveda, que “la sombra de lo que hemos hecho y de lo que hemos sido nos persigue con la tenacidad de una maldición”?
R.- Estamos hechos de lo que fuimos, no podemos cambiar esa historia. Debemos aceptarla y desde ahí vivir hasta el final coherentemente con lo que somos hoy.
P.- ¿Nos recomienda tres libros para alimentar la memoria y la esperanza?
*Entrevista original publicado en el número de junio de 2025 de Donne Chiesa Mondo.