El pasado 4 de junio, por primera vez, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el papa León XIV, hablaron por teléfono. Así lo confirmó la agencia rusa Interfax y, a continuación, el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni.
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No trascendieron muchos detalles, pero sí los suficientes como para constatar que la guerra de Ucrania había centrado buena parte de la conversación. En ese sentido, como detalló el portavoz vaticano, “el Papa hizo un llamamiento para que Rusia realice un gesto que favorezca la paz y subrayó la importancia del diálogo para establecer contactos positivos entre las partes y buscar soluciones al conflicto”. También se comentó “la situación humanitaria” y, entre otras cosas, se habló de la necesidad de apostar Kiev y Moscú por “el intercambio de prisioneros”.
“Una señal muy positiva”
Unos días más tarde, este 13 de junio, Paolo Pezzi, arzobispo de Moscú y presidente de la Conferencia Episcopal Rusa, ha concedido una entrevista a la agencia SIR en la que valora el diálogo entre ambos como “una señal muy positiva”. Y mucho más si tenemos en cuenta que “estamos en un momento que no es fácil”, pues “las conversaciones para llegar a una paz más estable no parecen avanzar”.
En un “contexto tan delicado”, el prelado cree que es “muy importante que haya habido esta llamada telefónica”. En este sentido, la diplomacia desempeña un papel “fundamental” y no se puede equiparar, como algunos hacen, como la “superficialidad” o la “rendición ante la realidad”. Al contrario, “es el arte de encontrar el compromiso más realista, que haga honor a la verdad y salve también la dignidad, la positividad, la buena voluntad de todas las partes implicadas”.
Pasos concretos
A la hora de encauzar “las prioridades” y “dar pasos concretos” hacia la paz, Pezzi defiende que León XIV, como hiciera Francisco, pusiera en primer lugar “la cuestión de los presos”, llamando a Zelenski y Putin al intercambio de prisioneros. Lo mismo que hace la Iglesia con “los más vulnerables, especialmente los niños”. Un “doble compromiso humanitario” que, ante todo, “es una señal de sensatez”.
El arzobispo de Moscú es claro en su conclusión: “Por supuesto que creo en la paz. ¿Por qué? Porque Jesús ya nos la ha asegurado. En cierto sentido, ya vivimos en esa paz. Y, precisamente en virtud de esta certeza que nos da la fe, podemos creer también (es decir, esperar) en los hombres, en la posibilidad de que también ellos se conviertan y acojan esa paz que solo Cristo puede dar, haciéndola efectiva en la vida de cada día. Esto es lo que esperamos, por lo que rezamos y por lo que también ofrecemos y sufrimos cada día”.