Bienvenidos al Jardín de la Fraternidad

Combatir la crisis climática y cuidar el medio ambiente, nuestra casa común, es un desafío y una urgencia para todos. También para la arquitectura. Así lo reivindica la Santa Sede con su singular pabellón en la 18º Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia, que ocupa el monasterio benedictino de San Giorgio Maggiore. “Que la arquitectura sea una práctica de responsabilidad”, promulga el cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación del Vaticano. El nombre de la instalación del Vaticano habla por sí mismo: Amistad social: encuentro en el jardín.



Es una referencia ineludible a las encíclicas ‘Laudato si’’ (2015) y ‘Fratelli tutti’ (2020), dos de las más queridas por el papa Francisco, justo cuando se cumple el décimo aniversario de su pontificado. “Una coincidencia que abre la posibilidad de un diálogo que consideramos importante: ver cómo algunas de las líneas maestras de este pontificado pueden ser la clave para dialogar con la arquitectura contemporánea y converger en una visión que asuma el riesgo de pensar en un futuro diferente”, continúa Tolentino de Mendonça, que también ejerce de comisario.

La “conversión ecológica” es necesaria ya mismo. Por ello, el Vaticano reta a los arquitectos a que trabajen por un “futuro mejor y más sostenible”, precisamente al hilo del tema elegido por Lesley Lokko para esta Bienal: El laboratorio del futuro. “La Bienal es siempre una especie de ‘status quaestionis’ del mundo –prosigue el cardenal portugués–. Vemos en el trabajo de los creativos, de los arquitectos, una lectura muy concreta de nuestra realidad. Nuestro pabellón está justo en el centro”.

Reformular la visión del mundo

El prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación explica que el pabellón “ofrece un ejemplo de cómo la arquitectura y los espacios públicos pueden contribuir mediante un jardín acogedor y sostenible que subraya, tanto práctica como filosóficamente, la necesidad de fraternidad social”. O como añade Roberto Cremascoli, el arquitecto que ha concebido el pabellón: es una invitación a “cuidar el planeta como nos cuidamos a nosotros mismos y a celebrar la cultura del encuentro”.

El atrevimiento de Cremascoli es elocuente: “En un momento y en una ocasión como la Bienal, en la que la presencia de la arquitectura suele ser más de palabras que de hechos, hemos optado por un lugar de pausa, quietud y silencio donde reflexionar”, declara. Un espacio que mira al interior de la vida monacal y que habla, según expone el curator, de la necesidad de modestia y de reformular nuestra visión del mundo: “Probablemente es volviendo a la aparente banalidad de nuestro mundo cotidiano, de nuestras acciones diarias, como podríamos reformular nuestra visión del mundo. Pensar el mundo como un entorno doméstico”.

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