José Tolentino de Mendonça: “El Papa mira a la Iglesia y al mundo con imaginación, que no es poco”

prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación

Tras meses de rumores, el 26 de septiembre el Vaticano anunció que el papa Francisco nombraba al cardenal José Tolentino de Mendonça como prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, el nuevo ‘ministerio’ surgido tras la fusión de los dos departamentos de la Curia romana que se dedicaban antes a esas tareas. Archivero y bibliotecario de la Santa Sede desde 2018, este purpurado portugués de exquisito trato siempre ha estado ligado al mundo intelectual, siendo autor de una prolífica obra poética, literaria y teológica de gran éxito en su país.



“El primer y mayor desafío es sedimentar una identidad”, explica en entrevista con Vida Nueva sobre su nueva responsabilidad al frente del nuevo Dicasterio para la Cultura y la Educación. Tolentino de Mendonça, de 56 años, considera que ha sido un “privilegio enorme” estar al frente de ese “gran e indispensable laboratorio cultural” que es la Biblioteca Vaticana. “Un archivista y bibliotecario es una especie de embajador del Papa, pero no ante un país, sino ante la humanidad”. Preocupado por la necesidad de que la Iglesia católica se pregunte si sigue siendo hoy creadora de cultura, considera que la crisis religiosa se explica por “una desafección, un distanciamiento, una indisponibilidad para la sorpresa, para emocionarse delante de Dios”.

PREGUNTA.- ¿Cuál será el desafío más grande en su nueva responsabilidad como prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación?

RESPUESTA.- Siendo un dicasterio nuevo este de Cultura y Educación, que la constitución apostólica Praedicate Evangelium creó agrupando la Congregación para la Educación Católica con el Pontificio Consejo de la Cultura, pienso que el primer y mayor desafío por delante es sedimentar una identidad. Una identidad no nace solo de la mera asociación de las dos instituciones anteriores, sino del deseo de construir una realidad operativa nueva, cohesionada e inspiradora.

P.- ¿Qué la ha pedido el papa Francisco? ¿Cómo se siente ante el nuevo cargo?

R.- Quien conoce al papa Francisco sabe que habla con la sencillez y los modos de aquel pescador de Galilea llamado Pedro. No hace largos discursos. Me llamó y me preguntó si podía echarle una mano en el trabajo. En ese modo de proceder hay una sabiduría, pues describe las diversas misiones como una colaboración en la misión mayor, que es la de la propia Iglesia. Me acordé de lo que dice san Pablo en la Segunda Carta a los Corintios 1, 24: “No porque seamos señores de vuestra fe, sino que contribuimos a vuestra alegría”.

P.- ¿Quién es usted: un cardenal poeta o un escritor con la birreta cardenalicia?

R.- El poeta Fernando Pessoa recomendaba en un poema: “Sê todo em cada coisa. / Põe quanto és no mínimo que fazes” (Sé todo en cada cosa. / Pon lo que eres en lo mínimo que hagas). Me vinieron a la mente esos versos porque plantean una cuestión muy importante en la vida de todos nosotros: la cuestión de la integridad.

Ciertamente, cada uno de nosotros lleva consigo diversas competencias y posibilidades, que debe administrar en la unidad polifónica del propio ser y no como contraposiciones internas. Las contraposiciones corren el riesgo de volverse artificiales. Creo que lo importante es ser lo que se es, vivirlo con sencillez y profecía, y ponerlo al servicio de la construcción del Reino de Dios. Cuando abrazamos nuestra propia integridad, todo lo que somos, todo lo que tenemos dentro y todo lo que soñamos encuentran su lugar con naturalidad.

Un privilegio enorme

P.- ¿Qué ha significado para una persona de cultura como usted ser el responsable de la Biblioteca Vaticana?

R.- Una biblioteca es un gran e indispensable laboratorio cultural. Por ejemplo, en una biblioteca patrimonial como es la Vaticana, la tarea de conservación es un desafío fundamental, pero no es el único. De hecho, una biblioteca no es solo un acervo del pasado que se debe proteger. El desafío es también hacerla entrar como un componente de la construcción del presente y del futuro. Recuerdo que, cuando el papa Francisco nos visitó por primera vez, nos dejó este mensaje: “La dimensión de la memoria es sin duda parte de la estructura de vuestra misión, pero haced igualmente de la biblioteca un buen lugar para ir hacia el futuro”.

Respondiendo a su pregunta, le digo: ha sido un privilegio enorme trabajar en instituciones como la Biblioteca y el Archivo Apostólicos, que nos acercan de un modo tan directo, intenso y objetivo a la historicidad del cristianismo y a la búsqueda humana del conocimiento. En la ontología de estos lugares podemos identificar la máxima de Terencio: “Nada humano me es ajeno”. Un archivista y bibliotecario es, por ello, una especie de embajador del Papa, pero no ante un país, sino ante la humanidad.

P.- ¿Cómo valora hasta ahora su experiencia en la Curia romana? ¿Echa de menos el ambiente universitario?

R.- Confieso que viví apasionadamente la vida universitaria, pues fui profesor y vicerrector de la Universidad Católica Portuguesa. El ambiente universitario es muy estimulante, interdisciplinar y extremadamente conectado a los desafíos del futuro que, en cierta medida, trata de anticipar. Me siento deudor del espíritu de apertura e investigación que se vive en una universidad, de la importancia que se aprende allí a dar a las preguntas, de la experiencia del trabajo en equipo.

En la misión que me ha sido confiada en la Curia romana es verdad que sigo manteniendo relación con el ambiente universitario, pero la Curia plantea nuevas dimensiones. La constitución apostólica Praedicate Evangelium explica muy claramente cómo insertar la actividad de la Curia en el servicio de misión de Pedro, en el ámbito de la conversión misionera de la Iglesia de la vida recíproca de comunión que es la sinodalidad.

Literatura encarnada

P.- ¿Cómo puede ser hoy la literatura un instrumento para la evangelización?

R.- El filósofo Charles Taylor llama la atención de que lo opuesto a la encarnación es la excarnación. La encarnación nos permite contemplar lo divino visible en la carne, en lo cotidiano de la vida, en la historia. Por el contrario, la excarnación pretende que el conocimiento de Dios se haga creíble cuando se distancia de una visión encarnada. Como todos sabemos, esta fue una gran tentación de la teología. Ahora bien, el cristianismo es más vital cuando recupera el sentido de la encarnación. La literatura es una escuela de encarnación que la teología contemporánea ha escuchado.

La originalidad de la palabra literaria reside en el hecho de no escoger expresarse por categorías abstractas y exentas o fijarse en el mundo de las ideas: ella transmite la riqueza, la polifonía y el drama de la experiencia. Precisamente Flannery O’Connor, por ejemplo, se opuso a la reducción de lo sobrenatural a un cliché piadoso. Y dijo: “Cuanto más desea un escritor volver evidente lo sobrenatural, más debe hacer real el mundo natural, pues si los lectores no aceptan un mundo natural, ciertamente no aceptarán ningún otro”. En la misma línea, el poeta Paul Celan escribía que “quien realmente aprende a ver, se acerca a lo invisible”.

P.- ¿Son los escritores hoy guías espirituales? ¿Hay alguno que lo sea para usted?

R.- Cualquier trabajo artístico tiene un sentido espiritual. Y los artistas (categoría en la que los escritores están naturalmente incluidos), siendo cartógrafos atentos de lo visible, enseñan a escuchar el misterio, a considerar su potencia. En un mundo secularizado, los artistas se vuelven, incluso de manera involuntaria, mistagogos, maestros informales o inspirados de los caminos interiores. Claudel, a propósito de Rimbaud, refería la existencia de una mística en estado salvaje. El arte testimonia esa mística y, para muchos de nuestros contemporáneos, ello constituye el primer anuncio.

Hablando de creadores del presente, reconozco esa capacidad en la arquitectura de Álvaro Siza o de Peter Zumthor, en la pintura de Miquel Barceló o de Anselm Kiefer, en la escultura de Doris Salcedo, en el videoarte de Bill Viola, en la música de Arvo Pärt y Nick Cave, en las novelas de Marilynne Robinson y António Lobo Antunes, en la poesía de Antonio Gamoneda, de Charles Simic o de la brasileña Adélia Prado.

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