Estas son, para el Papa, las dos claves de la educación en la escuela católica para que sea realmente “lo que el Señor quiere de ella”

Francisco ha enviado una carta a los participantes en el Congreso Mundial de Educación Católica que tiene lugar en Marsella, bajo el tema: ‘La escuela católica como cuerpo de esperanza para cambiar el mundo’

“Para la sociedad, la educación es ciertamente un deber ineludible, y en muchos casos un desafío acuciante. Para el cristiano es, además, una forma de participación en la función profética que Jesús dejó a su Iglesia”. Así lo ha subrayado el papa Francisco en su carta al Secretario General de la Oficina Internacional de la Educación Católica, Philippe Richard, y a los participantes en el Congreso Mundial de Educación Católica que tiene lugar en Marsella, Francia, del 1 al 3 de diciembre de 2022, bajo el tema: ‘La escuela católica como cuerpo de esperanza para cambiar el mundo. Construyendo juntos la aldea educativa’.



“Por tanto, cuando nos acercamos a la educación no podemos hacerlo pensando en algo meramente humano, centrando la cuestión en programas, capacitaciones, recursos, ámbitos de recepción, ya que la vocación cristiana nos pide dar voz a una Palabra que no es nuestra, que nos supera, que nos trasciende”, ha insistido Francisco, recordando que “lógicamente la enseñanza de la escuela católica no se limita a cuestiones confesionales y los contenidos están abiertos a todas las ramas del saber y a cualquier persona que busque esta instrucción”.

Sin embargo, “del mismo modo que decimos que la actividad de la escuela no puede reducirse a impartir materias, sino a formar personas en su integridad; al hablar de la escuela católica, es igualmente irrenunciable ese componente profético, que no sólo da al hombre la aptitud para adquirir unos conocimientos, sino también para conocerse a sí mismo y para reconocerse como un ser capaz de amar y ser amado”. A pesar de esto, el Papa ha insistido en que “con ello no hablamos de proselitismo, ni mucho menos de excluir de nuestras escuelas a los que no piensan como nosotros. Lo que quiero decir es que la escuela en su conjunto se configure como una lección de vida en la que se integran distintos elementos, en íntima colaboración con otras instancias, como la familia o la sociedad”.

Las dos claves de Francisco

Atendiendo a estas cuestiones, el Papa ha señalado dos claves para que la escuela católica “sea realmente lo que el Señor le pide” de ella. “Me parece que la respuesta está en el mismo Jesús”, ha dicho. “Miremos cómo fue enviado Él y cómo envía a sus discípulos; cómo enseñaba Él y cómo les pide a ellos que enseñen”.

En este sentido, “nuestra primera característica nace de la comunión. Nuestras clases no son mónadas, nuestras escuelas no son compartimentos estancos. Cada uno de nosotros y de nuestras actividades está en comunión con Dios que nos envía, con la Iglesia universal y local, en un proyecto común que nos supera y nos trasciende, al servicio de la humanidad”. De esta manera, esta lección, “aún a quien no es cristiano, le traerá la certeza de que no caminamos solos, pues vivimos en una familia, en una sociedad, somos corresponsables, trabajamos juntos para un bien común, a pesar de nuestras diferencias”.

La segunda característica que ha apuntado Francisco es que “podemos tratar hoy es que estamos en camino, en movimiento”. “Jesús camina siempre, y exhorta a sus discípulos a hacer lo mismo, incluso los manda a ir por delante suyo. Les pide que salgan al encuentro, que alcancen los confines de la tierra”, ha explicado. De ese modo, la escuela católica en sus iniciativas “debe acoger las problemáticas sociales, en ámbito local y universal, debe aprender y, en ese aprendizaje, enseñar a abrir la mente a nuevas situaciones y nuevos conceptos, a caminar juntos sin excluir a nadie, a establecer puntos de encuentro y a adaptar el lenguaje para que sea capaz de captar la atención de los más alejados”.

Todo ello no es solo necesario “para dar la mejor formación posible a los alumnos”, sino que lo es también “para hacer de ellos hombres y mujeres que no se conformen con acumular meros conocimientos, sino más bien para que esa doctrina les permita adquirir la sabiduría de la que hablaba san Benito, que los haga crecer y hacer crecer a los demás, allí donde el Señor los envíe”.

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