Los anillos (y la fe) perdidos de Tolkien

  • La nueva serie de televisión ‘Los Anillos de Poder’ imagina los orígenes de la saga creada por el escritor británico y el compromiso con el cristianismo a través de sus libros
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El catolicismo de J. R. R. Tolkien (1892-1973) estuvo muy marcado por el padre Francis Morgan, su tutor y una de las personas “que más le influyó durante su juventud”, como ha demostrado el investigador José Manuel Ferrández Bru, autor de ‘El tío Curro, la conexión española de J. R. R. Tolkien’. “Tío Curro” era como se le conocía al padre Morgan en El Puerto de Santa María (Cádiz), donde nació. Descendiente de una familia británica y bodeguera –los Osborne–, era también sobrino de Cecilia Böhl de Faber –la escritora costumbrista Fernán Caballero–, y nieto, por tanto, del comerciante alemán Nicolás Böhl de Faber y de la gaditana Frasquita Larrea, el matrimonio que introdujo el Romanticismo en España.



En el Oratorio Filipense de Birmingham, donde se ocupó de tareas pastorales, Morgan conoció a Mabel Tolkien, una joven viuda recién convertida al catolicismo que acudía cada domingo a misa junto a sus dos hijos, John Ronald Reuel e Hilary. El futuro novelista llegó a ser entre 1900 y 1903, gracias a Morgan, alumno de la escuela del Oratorio ante los problemas familiares para pagar la matrícula del prestigioso King Edward’s School. El testamento de la madre de Tolkien, fallecida en 1904, dispuso que el padre Morgan fuera su tutor legal. J. R. R. tenía solo 12 años, y la figura de Morgan fue –como la describe Ferrández Bru– la de “un verdadero padre”.

Morgan también había sido alumno del Oratorio de Birmingham, donde asistió a las clases de John Henry Newman (1801-1890), una de las figuras más relevantes del pensamiento católico en Gran Bretaña, “y cuyos planteamientos resultan, en muchos casos, absolutamente contemporáneos”, describe el investigador. “Es un referente tanto para los católicos ingleses –añade– como para los del resto del mundo”. Y destaca, precisamente, “la herencia intelectual y la convergencia esencial” entre Newman y Tolkien, hasta el punto de que los define como “hijos de la misma luz”. Quizás esa fue, entre todas las enseñanzas, la principal ascendencia del padre Morgan.

Ningún mensaje apostólico

“Como otros autores británicos también católicos, Tolkien tiene una deuda con el pensamiento y las ideas de Newman que, por sus circunstancias biográficas, seguramente a él le fueron trasmitidas de forma muy directa”, sostiene Fernández Bru. Tolkien fue un católico ejemplar, que además reflexionó sobre qué significa vivir la fe. “Es innegable que para Tolkien la religión fue uno de los elementos sobre los que se cimentó su vida y seguramente fue el que definió de forma más destacada su personalidad”, escribe el investigador en su ensayo J. R. R. Tolkien y el cardenal Newman, hijos de una misma luz.

Pero esto no significa que su obra, que la novela de ‘El Señor de los Anillos’ (1954), sobre todo, deba ser interpretada como una narrativa que se superpone a los Evangelios. “Tanto su biografía como su pensamiento o su obra vienen marcadas por sus creencias y su forma de sentirlas y vivirlas; sin embargo, esto no nos debe llevar a plantear lo que ni él mismo se planteó y que, de hecho, rechazó explícitamente, es decir, que se trate de un autor cuya obra no es sino un pretexto para trasmitir un mensaje apostólico”, dice Ferrández Bru. Frodo, Gandalf o Aragorn no son representaciones camufladas de Jesucristo, como tampoco Galadriel lo es de la Virgen María. Ni el Anillo Único es la representación del pecado original.

La búsqueda de la luz, el combate por el bien, la creación de comunidad, la hermandad de los pueblos, la salvación y el amor, todo ello está en ‘El Señor de los Anillos’. Lo está en la novela y en la trilogía de Peter Jackson, estrenada entre 2001 y 2003. Veinte años después, también lo está en ‘Los Anillos de Poder’, la precuela de ‘El Señor de los Anillos’ –y también, por tanto, de ‘El Hobbit’–, con la que Amazon Prime Video traslada a una serie de televisión el origen del Anillo Único, símbolo del mal y de la guerra, así como de toda la “comunidad del anillo”, desde Elrond a los enanos del reino de Moria.

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