El santuario de los escolapios de Peralta de la Sal, un hogar para 36 refugiados de Ucrania

  • En vez de disgregar a las mujeres y niños, se prefirió que permanecieran juntos en un mismo sitio
  • La Provincia de Emaús abrió sus puertas a las familias llegadas en seis furgonetas desde Polonia

Refugiados ucranianos con escolapios de Peralta

La impresionante ola de acogida a los refugiados ucranianos que huyen de su país tras su invasión por Rusia se nutre muchas veces de iniciativas surgidas de un corazón generoso. Es lo que la ocurrido en la localidad oscense de Binéfar, donde un empresario local, David Viudas, veía con tristeza cómo uno de sus empleados, de nacionalidad ucraniana, estaba muy compungido estos días, sin apenas hablar con nadie. Sin pensárselo dos veces, se dijo que había que “hacer algo” y empezó a movilizar a los vecinos para recoger material sanitario y alimentos y llevarlo en una furgoneta hasta la frontera polaca.



De ese primer chispazo surgió en pocas horas un proyecto mucho más potente: tras hablar con la Guardia Civil y acordar la acción con una ONG que está estos días ayudando a enviar a Europa a refugiados que entran por Polonia, se concretó que irían seis furgonetas que, además de ir cargadas hasta arriba con material, volverían con 36 mujeres y niños que deseaban llegar a España.

Refugiados ucranianos con escolapios de Peralta

Dos personas por furgoneta

En cada vehículo iban dos personas: un español y un ucraniano, pudiendo guiar este a su compañero en el viaje e ir así más rápido. Salieron el viernes pasado y, tras apenas parar lo justo para echar gasolina, estaban de vuelta el domingo antes de la medianoche. Fueron directamente a un destino muy concreto: la Casa Santuario de Peralta de la Sal, en Huesca, donde tiene su sede la Provincia de Emaús de los escolapios.

Como explica a Vida Nueva el laico Javier Sánchez, gerente del hogar, que también cuenta con el Albergue Juvenil ‘El Olivo’, “fue antes del viaje cuando los organizadores contactaron con nosotros para proponérnoslo. La idea inicial era distribuir a estas 36 personas en pisos de familias que se habían puesto a disposición para acoger, pero se pensó que, después de una experiencia tan traumática, podía ser bueno para ellas permanecer juntas en un mismo sitio. Sin dudarlo, tras hablarlo con el provincial, Jesús Elizari, les dijimos encantados que contaran con nosotros, sin límites de tiempo ni en ningún otro sentido”.

Todo tipo de apoyos

Y así fue cómo, de pronto, los habitantes del santuario se multiplicaron por mucho. Aunque, desde el primer momento, los escolapios han contado “con mucha ayuda de la gente de Peralta de la sal, la comarca y muchos otros sitios”.

En esa primera noche, “la más difícil, fue clave la respuesta desinteresada de varias personas. Javier Sazatornil, ya jubilado y quien fue gerente de Somontano, en Barbastro, habló con todas las mujeres para conocer su situación, con qué personas de referencia querían ir a vivir en España y agilizar todos los trámites burocráticos exigidos por la Guardia Civil y Extranjería. Con su tono tranquilo ayudó mucho a estas mujeres en un momento complicado para ellas. También fue clave Vasyl, ucraniano, quien vino desde Monzón para hacer de traductor y hacerlo todo mucho más fácil. Y sin olvidarnos de Luba, mujer de un compañero ucraniano, quien quiso venir a pasar la primera noche con ellas e hizo que el ambiente fuera mucho más agradable”.

Refugiados ucranianos con escolapios de Peralta

Abiertos a recibir a más personas

Un alud de brazos abiertos en el que la comunidad se siente plenamente apoyada por la propia Escuela Pía a nivel global y, concretamente, por su obra social, la fundación Itaka-Escolapios. Un sostén con el que pueden asegurar que, tras este primer paso, “mientras ya hay 13 personas de las primeras que vinieron que ya se han ido con familiares o amigos repartidos por todo el país, estamos dispuestos a seguir siendo un punto de referencia y a que sigan viniendo muchas más personas que salgan estas semanas de Ucrania”.

A nivel personal, Sánchez, quien asegura que tiene “el móvil quemado por tantas llamadas de gente que se ofrece a ayudar en lo que sea, incluso a venir a limpiar o cocinar”, siente una contradicción íntima: “Por un lado, siento vergüenza del ser humano por haber llegado a una situación de guerra como esta. Por otro, me reconcilia el palpar esta solidaridad sin límites. Hay mucha gente buena”.

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