Las Religiosas del Niño Jesús reivindican a su fundador, Nicolás Barré, a los 400 años de su nacimiento

La provincial en España, María Rosa Arroyo, y las hermanas Trini Santidrián y Maite Valdivieso comparten con Vida Nueva cómo afrontan las celebraciones jubilares y el futuro de la congregación

Este 21 de octubre se cumple el 4º centenario del nacimiento del beato Nicolás Barré, religioso mínimo francés que fundó las Religiosas del Niño Jesús. Más allá de la pandemia, la congregación está dispuesta a vivir intensamente este año jubilar en el que redescubrir el propio carisma e imaginar el horizonte que se presenta en las diferentes presencias del mundo. La provincial en España, María Rosa Arroyo, con las hermanas Trini Santidrián y Maite Valdivieso comparten con Vida Nueva las claves de esta celebración y el camino de renovación de las propias Religiosas del Niño Jesús.



PREGUNTA- ¿Qué supone para las Religiosas del Niño Jesús cumplir 400 años?

RESPUESTA- Supone la confirmación de la validez y novedad de nuestro carisma que a pesar del paso del tiempo sigue vivo e intenta responder hoy, como lo ha hecho a través del tiempo, a las necesidades actuales de nuestro mundo.

Supone agradecimiento al Padre que ha caminado a nuestro lado, implica reconocer que hemos recorrido el camino junto con los laicos, aprendiendo con ellos y de ellos, en la riqueza de una dilatada historia de misión y entrega en distintos continentes, pero al mismo tiempo es una invitación al discernimiento como modo de vida para acoger el porvenir, lo desconocido que Dios nos prepara y descubrir con valor y audacia los nuevos pasos a dar en nuestro caminar.

Camino de renovación

P.- ¿Cuáles son los subrayados con los que se va a celebrar este aniversario?

R.- Ya estamos realizando numerosas actividades en todos los lugares en los que tenemos presencia (13 países), pero tanto para las religiosas como para los amigos laicos, compañeros de misión, nuestro deseo más importante en esta celebración es dar a conocer la figura excepcional de nuestro fundador Nicolás Barré: su pedagogía adelantada a su tiempo y su espiritualidad, que hacen de él un místico y un referente para las personas de nuestro tiempo.

El año jubilar en el que nos encontramos lo estamos viviendo como una oportunidad para reavivar el don que Dios nos confió por mediación del Padre Barré. Está siendo un tiempo de escuchar de nuevo la llamada, de cuestionar diversas facetas de nuestra vida, de entrar en un camino de renovación y conversión.

P.- ¿Cómo ha evolucionado la congregación en estos cuatro siglos desde aquellas maestras que empezaron la obra en Rouen a expandirse por todo el mundo?

R.- A lo largo de nuestra historia, nos hemos orientado hacia numerosos sectores desfavorecidos de nuestro mundo, allí donde los seres humanos no tenían acceso a los medios ordinarios de desarrollo, eran incapaces de expresarse, ignoraban el amor de Dios y no encontraban el sentido a su vida.

Desde el principio, nuestra presencia en las escuelas es considerada como uno de los medios más eficaces para ayudar a las personas a crecer humana y espiritualmente. Sin embargo, hemos ido dando respuesta a las necesidades a través de distintos medios: encontrándonos con la gente del entorno, especialmente jóvenes desorientados, comprometiéndonos en las parroquias, acercándonos a aquellos cuya vida se considera sin valor, comprendiendo a las personas enfermas y abandonadas, organizando momentos de convivencia y oración.

Nuestras hermanas de Francia, llevadas por el Espíritu, ampliaron el campo de misión en 1852 partiendo hacia Malasia y Singapur. Más tarde hicieron otras fundaciones en España en 1860, en Japón, Inglaterra, Italia, Irlanda y Tailandia. Después dimos respuesta a las llamadas de América y África. Más recientemente a la República Checa, al tiempo que ayudamos a grupos de personas en Filipinas, Laos, China, Myanmar, Senegal o Rumania. El fruto de la semilla echada en California y Australia lo cosechan ahora otras personas en aquellos países.

A lo largo de los años siempre hemos tenido la certeza de que nuestro carisma está centrado en el misterio de la “encarnación” y esta ha sido nuestra apuesta a lo largo de los tiempos. Encarnarnos desde nuestros lugares de vida y misión en la vida de la gente. El Vaticano II nos dio un fuerte impulso con su invitación de volver a las fuentes. El paso del tiempo había empolvado algunos de nuestros grandes principios, pero aquella invitación nos ayudó a reencontrar el camino, camino que, por otra parte, nunca habíamos abandonado del todo. Siempre hemos tenido en nuestras hermanas en el servicio de autoridad, personas de mucha fe y con una gran visión de futuro. En gran parte, además de a Dios, por supuesto, a ellas les debemos no haber perdido el “norte”

Nos alegramos por los pasos dados en colaboración y corresponsabilidad. La cooperación dentro del Instituto ha hecho que vayamos estrechando nuestros lazos unas con otras y con los laicos a nivel continental e internacional. Conocer, apreciar y vivir la riqueza de nuestra diversidad cultural es un testimonio de armonía frente a un mundo roto y dividido.

Después de más de 350 años de existencia, seguimos buscando cómo responder con audacia y creatividad a la inspiración original, para compartir nuestros dones y preparar el camino para que quienes están rotos y heridos reciban la caricia sanadora del amor de Dios.

Audacia y creatividad

P.- En España la congregación está en sitios tan diferentes como El Ejido, Madrid o Bembibre… ¿Qué caracteriza a la presencia en nuestro país?

R.- Nicolás Barré inició su andadura hace cuatro siglos, contemplando la realidad de su tiempo y, especialmente, la situación de desamparo y “descarte” (diríamos hoy emulando al papa Francisco) de los niños y jóvenes y después de un discernimiento muy serio descubrió que en aquel momento lo que necesitaba esa sociedad y concretamente, los pequeños era educación. Desde esta intuición y con un grupo de jóvenes mujeres se lanzó a la aventura de crear escuelas gratuitas en las que sacar a la gente de la ignorancia y de la pobreza tanto material como espiritual. Sus seguidoras hemos utilizado la Escuela como plataforma, y lo continuamos haciendo en los lugares en los que es posible por la presencia de Hermanas, pero desde esa “audacia y creatividad” que Nicolás también nos invitaba hemos ido dando otras respuestas en función de las necesidades: en las ciudades dejamos de vivir en los colegios para desplazarnos a los barrios, en contacto más directo con las personas y sus problemas, en Fonsagrada se apostó, en su momento, por responder a la Pastoral rural; el Ejido respondió a una llamada desde el mundo de la inmigración; en Bembibre, situado en una zona minera, apostamos por la educación desde el colegio y la escuela pública, acogiendo a los migrantes, haciéndonos también presentes en el mundo de la cultura y acompañando a quienes caían en distintas dependencias. En todas nuestras misiones hay algo que, por ser muy importante, permanece y es “la atención a los más necesitados”.

Hoy hemos cedido la titularidad de nuestros colegios a diferentes fundaciones de identidad cristiana, pero continuamos compartiendo nuestra reflexión y búsquedas de nuevos caminos con los laicos. Además, seguimos participando en diferentes parroquias, animando la pastoral y liturgia rural donde no llegan los sacerdotes, comprometidas en diferentes grupos de Pastoral Obrera, en proyectos de Cáritas: de acogida y alfabetización del migrante, de modo especial a la mujer. Colaboramos con otros para denunciar la injusticia, la desigualdad y la falta de respeto por la dignidad de cada persona, especialmente los más abandonados y marginados. Atendemos y cuidamos a las hermanas más mayores.

Acompañando y cuidando

P.- ¿Cómo puede la mística y la pedagogía de Nicolás Barré ayudar en estos momentos de reconstrucción tras una pandemia? 

La pandemia ha afectado a todos los niveles de nuestra sociedad y aún persiste. ¿Cuál es nuestro planteamiento como Hermanas del Niño Jesús? La mística de Nicolás Barré nos lleva a “abandonarnos” en Él, pase lo que pase. Intentamos invitar e invitarnos a la confianza. Esta actitud de confianza, de sabernos protegidas nos ayuda a vivir en esperanza, con el deseo de ser instrumentos de esperanza en el corazón del mundo.

Nos preocupa, prioritariamente, la contemplación de la realidad en la que intentamos participar “acompañando y cuidando”. Las realidades que vivimos son muy diversas dependiendo del lugar en el que estén ubicadas las comunidades, pero sí podemos decir que esos dos verbos nos interpelan allá donde estemos. Y desbordando la globalidad de la terrible pandemia también queremos vivir con mucha intensidad el cuidado de la Casa común.

En nuestro último Capítulo General nos adherimos a los deseos del papa Francisco que nos urge a ser personas de esperanza profética, a tener una mirada contemplativa para escuchar tanto el clamor de la tierra como de los pobres, para que nuestro mundo sea más justo, más sostenible y habitable para todos nosotros y las próximas generaciones. Por eso queremos vivir en armonía con el medio y con las personas, cuidándonos unos a otros mediante pequeños detalles.

Y nuestra respuesta desde la pedagogía siempre tiende a “sacar lo mejor del interior de cada uno”, valorar las distintas capacidades, potenciar la interioridad, la escucha y el diálogo, el trabajo colaborativo, el esfuerzo, la creatividad, el valor de la solidaridad, el respeto al diferente…, “acogiendo, en definitiva, la diversidad” como fuente de riqueza, entendimiento y comprensión. Nuestra línea pedagógica incluye también trabajar el mundo de las emociones “tan limitadas” en este tiempo de pandemia y educar en la libertad que se ha visto tan recortada en estos últimos tiempos.

P.- ¿Y cómo se presenta el futuro para las Religiosas del Niño Jesús?

R.- A nivel de Instituto con mucha ilusión y esperanza. Especialmente nuestras comunidades de los países de África y Asia en los que estamos, están recibiendo el precioso regalo de “vocaciones”.

Nuestra realidad europea y concretamente española es muy pobre dado que somos pocas hermanas y de mucha edad, pero eso no nos hace perder la esperanza ni el ánimo por aportar, desde nuestras limitaciones, coraje y vida en nuestro caminar cotidiano. Nos alegramos por las muchas formas por las que los laicos se sienten atraídos por nuestro carisma y espiritualidad lo que mantendrá vivo el legado de Nicolás Barré.

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