Daniel Martí: “No le pidan explicaciones al ermitaño sobre su vocación porque quizás su respuesta sea el silencio”

Ermitaño

En la ermita del Calvario de Xàtiva vive Daniel Martí Mocholí, eremita desde hace casi 40 años y el único de la Archidiócesis de Valencia. De pequeño ya quería ser monje, aunque su familia no es muy religiosa; más tarde, profesa como carmelita y, entre sus destinos, está el Desierto de las Palmas (Castellón), hasta que, tras unos problemas de salud, inicia su vida eremítica en Potríes (Valencia), donde comenzó a elaborar objetos religiosos en cerámica como medio de vida. Tras unos años, se trasladaría a la ermita del Calvario en Xàtiva. Desde allí, con ritmo reposado, entre el silencio y la montaña, responde a las preguntas de Vida Nueva.



PREGUNTA.- ¿Cómo descubre uno la vocación de ermitaño?

RESPUESTA.- La fui descubriendo con leves insinuaciones del Señor, muy poco a poco. Como carmelita descalzo, tenía una vida muy activa como chófer de la comunidad del Desierto de las Palmas y su casa de espiritualidad. Era el ‘acarreador suministrador’ de estas dos casas apartadas en la montaña, por lo que me pasaba mucho tiempo en el coche, porque entonces no había ni congeladores y todo era del día.

Analizando ahora como descubrí mi vocación, no fue una reacción ante tanta actividad, sino como un despertar a algo que llevaba dentro y que fue aflorando poco a poco. Fue una llamada interior muy fuerte e inequívoca, y mi respuesta fue muy arriesgada: dejé todo y me fui a vivir a una ermita sin miedo a nada. Fue el mayor de mis aciertos porque, sin duda, me movía el amor a la Iglesia y a todos mis hermanos. Dios te llama interiormente y te proporciona la fuerza suficiente para responder. Cómo sucede todo esto, es inexplicable, al menos para mí.

P.- ¿Cómo ha llegado a la ermita de Xàtiva?

R.- Llegar a la ermita de Xàtiva fue providencial, porque llevaba unos años de auténtico suplicio al no encontrar ese lugar adecuado para esta forma de vida. Cambié varias veces de ermita, estuve en diversos lugares y fue un tiempo muy penoso porque empecé a dar síntomas como de inestabilidad.

Cuidando un monasterio de monjas que se había quedado vacío, un lugar muy grande con muchos ruidos, descontento y resignado… recibí la llamada de un párroco ofreciéndome ir a cuidar y vivir a la ermita del Calvario de Xàtiva. Con bastante miedo a un nuevo fracaso, me trasladé allí. Ahora llevo diez años largos y estoy contento; hay carencias, pero ya sabemos que lo perfecto no existe. El pueblo de Xàtiva ha sido muy respetuoso conmigo y estoy muy agradecido.

Fuerzas invisibles

P.- Los primeros siglos de la historia de la Iglesia están llenos de testimonios impresionantes de los padres (y madres) del desierto. ¿Cómo es posible vivir la fe apartado del mundo?

R.- Esta pregunta se la plantean muchas personas. Pienso que no solo lo que vemos con los ojos y palpamos con las manos mueve el mundo; existen otras fuerzas invisibles e inexplicables –como el alma– que están y son imprescindibles. Aunque no se ven, mueven el mundo, son como la esencia de la creación. Gracias a esas fuerzas, podemos disfrutar de las alegrías interiores que van más allá de las superficiales…

El ermitaño puede vivir apartado del mundo, pero forma parte de esa Iglesia del misticismo que no se explica con palabras, sino con vida y con silencio. Que no le pidan explicaciones al ermitaño sobre su vocación porque quizás su respuesta sea el silencio. Los eremitas, la vida contemplativa… viven en este mundo, pero no tratemos de averiguar el porqué de su vida, porque quizá ni ellos mismos lo saben.

Lo único que sabe un eremita es que en su corazón habita una fuerza muy intensa que se traduce en amor, caridad al máximo, y nunca para él mismo, sino para el mundo entero… y que hay como un hilo de unión directo entre él y el misterio de Dios. Muchos grandes monasterios actuales tienen su origen en una pequeña ermita con algún ermitaño.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir