Carmen Laforet: la nada y el todo de Dios

  • Se cumple el centenario del nacimiento de la escritora barcelonesa, primer Premio Nadal, que vivió una “fe viva y atormentada” que la acompañaría hasta el final de sus días
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“Uno está siempre solo, irremediablemente solo, hasta que se da cuenta un día de la presencia de Dios en su vida”, escribió Carmen Laforet, la novelista que se empeñó en demostrar que la mujer nueva, moderna, independiente, puede ser también una mujer de una “ardiente fe católica”.



De la autora de Nada, la imprescindible novela con la que ganó el Premio Nadal con solo 23 años, se cumplen este 6 de septiembre cien años de su nacimiento en la calle Aribau, en la Barcelona de 1921. La misma mujer que se encontró con la fe una mañana de 1951 en Madrid, y ya no la soltó, sino que la vivió extraordinariamente.

“La dificultad no está en deslumbrarse y caer de rodillas, sino en seguir, cuando aparentemente se está solo otra vez después de haber visto”, escribió a propósito de Béatrix Beck y la historia de su conversión al catolicismo durante la II Guerra Mundial, recogida en la novela autobiográfica, Léon Morin, sacerdote (Premio Goncourt, 1952).

Laforet hizo de Dios el eje de su vida, todo lo demás era contorno. Su reivindicación de una “mujer nueva” fue el reflejo del espejo en el que se miró: la tenista Lilí Álvarez, que había retado a aquella España en gris oscuro a un “feminismo femenino”, sostenido en una “honda religiosidad”, como escribió en uno de sus artículos en la revista Destino.

Mujer nueva

“Ella cree firmemente desde su intuición y su experiencia de observadora que la verdadera femineidad es sacrificio, sacrificio gustoso, que solo tiene sentido apoyado en una ardiente fe católica, y aunque aspira a que las mujeres católicas y españolas sepan ser modernas, y si a mano viene feministas, lo hagan siempre apoyadas en esta profunda femineidad, que es más importante que toda otra conquista” (4 de julio de 1951).

Ana Cabello y Blanca Ripoll han recopilado en ‘Puntos de vista de una mujer’ (Destino), los artículos escrito por Laforet entre 1948 y 1953. Los años en los que escribe su segunda novela, ‘La isla y los demonios’ (1952) y comienza a intuir esa ‘Mujer nueva’ (1955), Premio Nacional de Literatura en 1956, que será su tercera novela, más autobiográfica si cabe que las precedentes, sobre todo porque la escritora se trasmuta en su protagonista, Paulina Goya.

Así se sentía la propia Laforet, una “mujer nueva”, removida por su conversión, entusiasmada por el encuentro con Dios que había llenado su vida después de aquella “nada” que había sentido, vivido y escrito, ya en Madrid, en la que plasmó las ilusiones rotas de la joven que volvió a Barcelona desde Canarias.

Experiencia mística

“Lo cierto es que, a partir de Nada, cada novela supondría un calvario para la escritora, aturdida por el matrimonio, la maternidad –cinco hijos–, las presiones editoriales, las expectativas de sus lectores, las colaboraciones regulares, las necesidades económicas y los íntimos deseos de libertad y vagabundaje”, expone Anna Caballé, autora junto a Israel Rolón-Barada de la biografía ‘Una mujer en fuga’ (RBA).

“En 1951, conocería a la tenista Lilí Álvarez, quien había regresado a España tras la guerra, abandonando el deporte y volcándose en la gestación de un pensamiento católico seglar que frenara el imperio de la Iglesia en la relación de los creyentes con Dios”, añade. En ella está –según Caballé– el origen de su conversión y del “giro místico” de La mujer nueva.

La propia Laforet lo describió por carta a su amiga Elena Fortún, la creadora de Celia: “He conocido estos días a una persona que ha influido en mi vida de manera muy extraña y muy buena. Me ha hecho pensar en Dios, ¿sabes? Yo siempre he sentido una fe muy ingenua que no solo no iba acompañada por el razonamiento, sino que se separaba de él por completo… Y sigo teniéndola. Pero no me había preocupado nunca de esta parte espiritual de la vida, y de la salvación y la alegría que hay en ella”.

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