Cinco años del grito de Francisco en Auschwitz: “¡Señor, perdón por tanta crueldad!”

  • Hoy, 29 de julio, se cumple el quinto aniversario de la visita del Papa al campo de concentración
  • Bergoglio se convirtió en el tercer Pontífice en rezar allí, antes lo hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI

Personajes de la talla de Maximiliano Kolbe o Edith Stain son testimonio del desgarrador grito del silencio de Dios en Auschwitz. Silencio que reinó en la visita que el papa Francisco hizo durante la mañana del 29 de julio de 2016 al famoso campo de exterminio.



“¡Cuánto dolor! ¡Cuánta crueldad! ¡Cómo es posible que nosotros, hombres, creados a semblanza de Dios, seamos capaces de hacer lo que se ha hecho”, diría horas después de la visita a quienes acudieron a darle las buenas noches frente al balcón del arzobispado tras rezar un ‘Via crucis’ en el que era imposible que los testimonios de las víctimas y supervivientes no rondase las cabezas.

Durante dos horas, Francisco entró por la puerta principal, recorrió barracones, escribió en el libro del campo aquello de “Dios, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”, abrazó a 11 supervivientes, rezó en los patios y en la celda de confinamiento de Maximiliano Kolbe, encendió una lámpara ante el muro donde eran ejecutados algunos reclusos disparados por la espalda, saludó a 25 ‘Justos de las naciones’ –los reconocidos como declarados luchadores para salvar judíos y detener el Holocausto–, besó el madero de la horca… Clamoroso silencio, grito elocuente de Francisco y su defensa de las víctimas.

Visita a la celda de Maximiliano Kolbe en el campo de concentración de Auschwitz

Benedicto XVI: un alemán en Auschwitz

Años atrás, el 28 de mayo de 2008, el papa Benedicto XVI también visitó el campo durante su viaje a Polonia. Además de estas en algunas partes significativas del campo, pronunció un interesante discurso en el que se presentó como “un Papa que proviene de Alemania” y que reconoce el “horror”, la “acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia” cometidos bajo dicha institución.

Ahí reivindicó el silencio: “En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo solo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?”.

Un silencio que interpela hasta afirmar que es muy difícil, o incluso imposible, hacer teología o teodicea después de Auschwitz. “Este silencio se transforma en petición de perdón y reconciliación, hecha en voz alta, un grito al Dios vivo para que no vuelva a permitir jamás algo semejante”, recalcó.

Reiteró Benedicto XVI su origen y su llamada a la reconciliación: “Yo estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán, y precisamente por esto debo y puedo decir como él [Juan Pablo II]: no podía por menos de venir aquí. Debía venir. Era y es un deber ante la verdad y ante el derecho de todos los que han sufrido, un deber ante Dios, estar aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio”.

Contemplando las lápidas en lengua hebrea, en polaco, en la lengua sinti o cualquier dialecto de los gitanos, en ruso o en otras lenguas europeas como la propia lengua alemana –como la de Edith Stein y su hermana–… el papa emérito rezó contra la barbarie surgida de su pueblo, de nuestra humanidad.

Juan Pablo II, el primer papa en Auschwitz

Como bien recordaba Benedicto XVI, el primer papa en entrar con su sotana blanca al campo de concentración fue Juan Pablo II que celebró la misa en el sitio el 7 de junio de 1979, un jueves dentro de su ‘Peregrinación apostólica a Polonia’.

Con paso tranquilo cruzó el umbral del campo, visitó el bloque 11 donde encerraban a los represaliados por huidas en el campo como Maximiliano Kolbe donde estaba Franciszak Gajownizek, el prisionero por el que el franciscano radiotelegrafista se intercambió. Después, ante el muro de la muerte dejó un ramo de crisantemos.

Durante la misa en Birkenau, destacando la entrega de Kolbe o Edith Stein clamó: “En el lugar en que fue pisoteada de modo tan horrendo la humanidad, la dignidad humana – ¡Victoria del ser humano!”. Recordando que el campo está en la diócesis de la que fue arzobispo, se presentó como “un peregrino” para “mirar, junto con vosotros, independientemente de vuestra fe, una vez más a los ojos de la causa del ser humano”.

“Vengo pues y me arrodillo en este Gólgota del mundo contemporáneo, sobre estas tumbas, en gran parte sin nombre, como la gran tumba del Soldado Desconocido. Me arrodillo delante de todas las lápidas de Birkenau, en las que se ha grabado la conmemoración de las víctimas de Auschwitz en las siguientes lenguas: polaco, inglés, búlgaro, cíngaro, checo, danés, francés, griego, hebreo, yidis, español, flamenco, serbo-croata, alemán, noruego, ruso, rumano, húngaro, italiano”, enumeró resaltando después las inscripciones hebreas. “A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia”, reiteró.

Para el papa polaco “Auschwitz es una cuenta con la conciencia de la humanidad mediante estas lápidas que dan testimonio de las víctimas que habían perdido las naciones. Auschwitz es un lugar que no basta solo visitarlo. Durante la visita hay que pensar con temor dónde están las fronteras del odio”.

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