El presidente de los obispos colombianos clama contra la “violencia, la epidemia de la soledad y la corrupción”

Óscar Urbina ha pronunciado el discurso de apertura de la Asamblea Plenaria que se está celebrando en Bogotá

“De la Palabra y la Eucaristía, nacerá una comunidad que hable más con hechos que con palabras, pues la verdad tiene su propia fuerza que depende de la coherencia entre palabras y hechos. Ella será consciente del arduo y difícil camino que vive mucha gente a causa de la violencia en todas sus formas, política, criminal, social, de la soledad que es una nueva epidemia que golpea en especial a los ancianos, a los enfermos, a los encarcelados, a los migrantes y a muchas familias y comunidades del campo y las ciudades, y la corrupción que ha penetrado la gestión de los fondos públicos, y el cáncer de la droga, que cada vez se extiende más”. Con estas palabras abría el presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, Óscar Urbina, la Asamblea Plenaria que se está celebrando en Bogotá entre el 5 y el 7 de julio.



De esta manera, Urbina ha llamado a la comunidad a “volver a colocar con mayor fuerza la Eucaristía en el centro de su vida, contemplar a su Señor, y todo cuanto haga, realizarlo en memoria suya, pues se irá modelando de acuerdo con la capacidad de entrega a su Señor”.

El también arzobispo de Villavicencio comenzaba su alocución al frente de los obispos subrayando que solo con “gratitud y esperanza” se pueden tender los puentes “para unir distancias y tener cómo caminar confiados”. De esta manera, Urbina ha agradecido “a Dios lo que nos ha hecho vivir en estos años”, así como “a toda nuestra Iglesia que peregrina en Colombia, pues es a través de ella que recibimos la gracia de Dios”.

“La esperanza no es una utopía”

El segundo pilar es la “confianza que nace de una profunda esperanza” que “nos fortalece para seguir descubriendo y saber leer los signos de la presencia del Espíritu en este nuevo tiempo, marcado por la ausencia de Dios en tantas personas, una visión antropológica diversa, un gran poderío de la técnica y las inmensas necesidades que reclaman nuestra presencia, nuestra luz, nuestra fortaleza y nuestro testimonio”. Del mismo modo, ha subrayado que es “preciso que nos propongamos educar con más solidez en la fe y en el amor fraterno a todos, valorando carismas, servicios, ministerios en la unidad de la comunión”.

“La esperanza más fuerte”, ha continuado el arzobispo, “es un don que Dios nos dará para poder crecer en la comunión Episcopal, abierta al Espíritu, dócil al Magisterio, para ser una Iglesia en salida, con honda experiencia sinodal, que ayude a cada persona a reconocer que será más libre, autónoma y racional, cuanto mejor responda a la llamada de Cristo que nos abre la puerta a un humanismo nuevo, capaz de afrontar los problemas de la vida y la muerte, la salvación y la esperanza para siempre”.

Asimismo, ha afirmado que “la esperanza que vivimos no es una utopía, es la certeza que Cristo viviente, está con nosotros y nos convierte en mensajeros que viven y comunican vida”. “Él va delante, construyendo la ciudad de sólidos cimientos en la que todos nos reconocemos hijos del Padre y hermanos entre nosotros. Él es nuestra única esperanza”, ha aseverado, ya que esta esperanza, precisamente “nos impulsa a generar comunidades auténticamente cristianas, por la acogida de la Palabra de Dios, que nos asegura el contacto vivo e inmediato con Cristo, Palabra viva del Padre, fuente de la comunión y la misión”.

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