Una grieta de luz entre el coronavirus: así salió un migrante del CIE de Aluche

Efectivos de la Policía Nacional permanecen a las puertas del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche/EFE

La resurrección también puede ser volver a ver la luz, recobrada la libertad, tras 31 días dentro de un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). Es lo que ha experimentado Augusto Pérez (nombre ficticio para preservar su identidad), que estas semanas, ante la situación de excepcionalidad por el coronavirus, se vio beneficiado por la decisión de un juez de desalojar el madrileño CIE de Aluche.



Ya junto a su familia, Pérez, proveniente de un país de América Latina, no duda en calificar cada día pasado allí como “un infierno”… “La situación en el centro es muy difícil. Se pasa muy mal y a veces se violan los derechos humanos. En teoría dormimos en habitaciones, pero la realidad es que son celdas. Y el día a día es muy duro, con muchas discusiones entre los propios internos, especialmente magrebíes y argelinos. Las peleas son constantes, ya sea por un cigarro, una toalla o la pasta de dientes. Yo soy una persona tranquila y esta tensión ha sido muy dura para mí”.

Un motín

Pero todo se complicó cuando llegó la noticia de la epidemia y se decretó el estado de alarma: “Entonces, todo se torció más. Ni Cruz Roja ni las otras entidades presentes podían entrar ya a las instalaciones y estábamos totalmente a expensas de la policía. Empezaron a faltar cosas como el tabaco y la gente empezó a desesperarse. Así fue cómo surgió un motín y la situación estalló definitivamente. Tras esto, ya nos dejaron salir a todos”.

Ya libre, Pérez reconoce que “jamás olvidaré una experiencia que me ha marcado para siempre. Estos 31 días me mataron… Con todo, ahora tiene claro que “lo que toca es salir adelante, por lo que, una vez libre, voy a volver a luchas para conseguir tener todos mis papeles en regla”. Un reto en el que se sentirá acompañado por Pueblos Unidos, entidad jesuita que ya le apoyó dentro del CIE de Aluche. Algo que él agradece de corazón, pues “soy muy creyente, católico, y la fe es lo único a lo que me agarré en el encierro. Si estoy aquí ahora es gracias a Dios. Dentro, oraba mucho y traté de vivirlo también como una experiencia de fe”.

En clave de fe

“He vivido –continúa– situaciones muy duras en mi vida, pero siempre he buscado al Señor. Él me ha escuchado y, por Él, estoy donde estoy. También me permitió poder salir de mi país, donde todo iba muy mal y nadie podía ayudarme. Si conseguí salir es por obra y gracia de Dios, eso lo tengo claro”.

“Por eso –concluye Pérez– sé que lo que he vivido en todo este tiempo, sobre todo esta última experiencia, es una resurrección. He estado en el calvario, he sentido la muerte cerca y, al final, ha venido Cristo y me ha resucitado. Cuando estaba en el CIE, junto a un grupo de compañeros, leíamos la Biblia y nos aferrábamos, sobre todo, a la historia de Job y al salmo 91. Ambas lecturas nos dieron mucha, mucha fuerza. A veces llegamos a llorar en grupo, pero nunca perdimos la fe ni la esperanza. Tampoco la perdían, por cierto, los árabes, que, pese a la situación, como musulmanes que son, también sacaban sus momentos para rezar. En pruebas así ves que Dios, verdaderamente, te acompaña”.

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