Francisco recuerda en Nagasaki a los mártires cristianos y pide que sean hoy “un fuego vivo del alma de todo apostolado”

Papa en Japón, en Nagasaki

Tras ofrecer al mundo, en esta su segunda jornada en Japón, un vibrante mensaje sobre las armas nucleares en el Atomic Bomb Hypocenter Park, Francisco ha proseguido su visita a Nagasaki con un homenaje a quienes dieron su vida por la fe cristiana en el Monumento a los Mártires.

“Esperaba con ansias este momento -ha iniciado su discurso-. Vengo como peregrino a rezar, a confirmar, y también a ser confirmado por la fe de estos hermanos, que con su testimonio y entrega nos señalan el camino”.

Triunfo de la vida

Para Francisco, “este santuario evoca las imágenes y los nombres de los cristianos que fueron martirizados hace muchos años, comenzando con Pablo Miki y sus compañeros, el 5 de febrero de 1597, y la multitud de otros mártires que consagraron este campo con su sufrimiento y muerte”. Pero, como ha recalcado el Pontífice, “este santuario, más que de muerte, nos habla del triunfo de la vida. San Juan Pablo II vio este lugar no solo como el monte de los mártires, sino como un verdadero Monte de las Bienaventuranzas, donde podemos tocar el testimonio de hombres invadidos por el Espíritu Santo, libres del egoísmo, de la comodidad y el orgullo. Porque aquí la luz del Evangelio brilló en el amor que triunfó sobre la persecución y la espada”.

“Este lugar ha proseguido- es ante todo un monumento que anuncia la Pascua, pues proclama que la última palabra (a pesar de todas las pruebas contrarias) no pertenece a la muerte, sino a la vida. No estamos llamados a la muerte, sino a una Vida en plenitud; ellos lo anunciaron. Sí, aquí está la oscuridad de la muerte y el martirio, pero también se anuncia la luz de la resurrección, donde la sangre de los mártires se convierte en semilla de la vida nueva que Jesucristo, a todos, nos quiere regalar”.

Martirio diario y silencioso

Como ha experimentado en primera persona Bergoglio, “su testimonio nos confirma en la fe y ayuda a renovar nuestra entrega y compromiso, para vivir el discipulado misionero que sabe trabajar por una cultura, capaz de proteger y defender siempre toda vida, a través de ese ‘martirio’ del servicio cotidiano y silencioso de todos, especialmente hacia los más necesitados”.

Aquí ha vuelto a su juventud, cuando soñaba con ser un misionero jesuita en Japón: “Vengo hasta este monumento dedicado a los mártires para encontrarme con estos santos hombres y mujeres, y quiero hacerlo con la pequeñez de aquel joven jesuita que venía de ‘los confines de la tierra’, y encontró una profunda fuente de inspiración y renovación en la historia de los primeros misioneros y mártires japoneses. ¡No olvidemos el amor de su entrega! Que no sea una gloriosa reliquia de gestas pasadas, bien guardada y honrada en un museo, sino memoria y fuego vivo del alma de todo apostolado en esta tierra, capaz de renovar y encender siempre el celo evangelizador”.

Una llamada actual

“Que la Iglesia en el Japón de nuestro tiempo -ha añadido-, con todas sus dificultades y promesas, se sienta llamada a escuchar cada día el mensaje proclamado por san Pablo Miki desde su cruz, y compartir con todos los hombres y mujeres la alegría y belleza del Evangelio, Camino, Verdad y Vida; que podamos cada día liberarnos de todo aquello que nos pesa e impide caminar con humildad, libertad, parresia y caridad”.

Desde aquí, precisamente, el Papa también ha querido recordar a “los cristianos que en diversas partes del mundo hoy sufren y viven el martirio a causa de la fe. Mártires del siglo XXI que nos interpelan con su testimonio a que tomemos, valientemente, el camino de las bienaventuranzas. Recemos por ellos y con ellos, y levantemos la voz para que la libertad religiosa sea garantizada para todos y en todos los rincones del planeta, y levantemos también la voz contra toda manipulación de las religiones”.

“Políticas integristas y de división”

En este último punto, ha acudido a su Documento sobre la fraternidad humana, firmado en Abu Dabi este 4 febrero, junto al Gran Imán de Al-Azhar, y ha denunciado las “políticas integristas y de división”, así como “los sistemas de ganancia insaciables y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres”.

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