Gerard Timoner: “Es posible no estar de acuerdo sin romper la comunión”

Gerard Timoner, maestro general de los Dominicos

Gerard Francisco Timoner III fue elegido el 13 de julio nuevo maestro de la Orden de Predicadores, convirtiéndose en el 88º sucesor de santo Domingo de Guzmán. El nombramiento se produjo en el marco del 290º capítulo general de los dominicos, que se está celebrando entre el 7 de julio y el 4 de agosto en la localidad vietnamita de Biên Hoà. El religioso de 51 años, nacido en Filipinas, se convierte en el primer maestro asiático de la Orden.

PREGUNTA.- Los países considerados tradicionalmente como tierra de misión están tomando el relevo en el liderazgo eclesial. ¿La periferia es el nuevo centro para la Iglesia?

RESPUESTA.- Es cierto que es una manera de verlo. Pero creo que, en vez de ver este desarrollo como un cambio en el centro de la Iglesia, sería mejor verlo desde la perspectiva del crecimiento en la universalidad de la Iglesia. La aparición de líderes de Asia es un signo del crecimiento y madurez de la Iglesia en esta parte del mundo. Sin embargo, no me siento cómodo con la idea de que Asia o África son el futuro de la Iglesia, como si Europa y América fueran su pasado o su presente. El futuro de la Iglesia está allá donde se necesita escuchar el Evangelio, bien porque se le ignora en sociedades indiferentes o porque el Evangelio todavía no se ha comunicado bien.

P.- No es usted el primer superior general filipino de un instituto de vida consagrada surgido en Europa. ¿Es posible revitalizar la fe en un Occidente secularizado y que ha dejado de creer?

R.- Sí. Antes de entrar en la vida religiosa, nuestras parroquias y familias alimentaron nuestra fe. Las vocaciones vienen de las comunidades católicas. He trabajado en formación y nosotros, los educadores, sabemos que los “primeros formadores” de los candidatos que vienen a nosotros son los padres o personas cercanas que les enseñaron e inspiraron la fe en Dios. Creo que la indiferencia religiosa entre nuestra gente empezó cuando una generación de padres transmitió a sus hijos la fe de manera tibia y estos, a su vez, no se preocuparon de pasársela a sus hijos. Por supuesto, entre las razones por las que los padres no educaban a sus hijos en la fe es la pérdida de credibilidad en los líderes de la Iglesia. Es triste de admitir, pero es verdad: cuando el Evangelio no se predica de manera convincente, aquellos que desisten de su creencia no son culpables.

P.- Más allá de los kilómetros entre Daet y Caleruega. ¿Qué le une y qué le separa de santo Domingo de Guzmán?

R.- Fray Bruno Cadoré (anterior superior de la Orden) me dijo que para ser superior tenía que ser como soy, fray Gerard, pero mi ministerio debía ser “dominico” para la orden en los próximos nueve años. Ser dominico significa liderar a los hermanos para servir a la misión de la Orden, es decir, ayudar a construir la Communio de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, como san Francisco y santo Domingo hicieron cuando la Iglesia tenía la necesidad de una nueva evangelización, en el siglo XIII.

P.- El pontificado de Francisco se caracteriza, entre otras cosas, por iniciar diversos procesos de conversión en la Iglesia. Este desafío cuenta con resistencias manifiestas. ¿Cómo lo ha vivido como dominico y cómo lo afronta ahora que está al frente de la congregación?

R.- Construir el Cuerpo de Cristo es construir comunión. Pero nuestra Iglesia hoy sufre divisiones. El cuerpo de Cristo está herido. Parece que algunos miembros de la Iglesia no entienden que cuando hieren e infligen dolor a otros miembros, están, de hecho, hiriéndose a sí mismos. El papa Francisco sabe que la división destruye gradualmente la Iglesia. Si la Iglesia está amenazada por la división, entonces debemos esforzarnos para construir comunión. Para ser realista, la diversidad y las diferencias entre los hermanos a veces debilitan la comunión. Pero esto, también, puede ser parte de nuestro servicio profético a la Iglesia y a la sociedad: es posible tener diferencias y permanecer como hermanos; es posible no estar de acuerdo sin romper la comunión.

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