Bergoglio se despide de Marruecos recordando que lo único que logra el odio es “matar el alma de nuestros pueblos”

Francisco en Marruecos

El último acto (y seguramente el central) del viaje papal a Marruecos acaba de tener lugar en el Estadio Príncipe Moulay Abdellah, en Rabat, en la tarde de este domingo 31 de marzo, con la celebración de la eucaristía dominical. Si los anteriores encuentros han sido menos multitudinarios (por ser de carácter institucional o, a nivel pastoral, en recintos no excesivamente grandes), en este complejo deportivo se ha producido el auténtico abrazo del Francisco al pueblo marroquí.

Como suele ser habitual en él, incluso en sus viajes internacionales, Bergoglio ha basado su homilía (en español, por primera vez desde ayer) en la lectura del Evangelio del día. En este caso, ha acudido a Lucas, que hoy narra la parábola del hijo pródigo. Un episodio que, para el Papa, “transparenta la actitud del padre al ver volver a su hijo: tocado en las entrañas, no lo deja llegar a casa y, cuando lo sorprende, va corriendo a su encuentro. Un hijo esperado y añorado. Un padre conmovido al verlo regresar”.

Perdido en el corazón

“Pero –ha añadido– no fue el único momento en que el padre corrió. Su alegría sería incompleta sin la presencia de su otro hijo. Por eso también sale a su encuentro para invitarlo a participar de la fiesta”. Desgraciadamente, “al hijo mayor parece que no le gustaban las fiestas de bienvenida. Le cuesta soportar la alegría del padre y no reconoce el regreso de su hermano. ‘Ese hijo tuyo’, afirma. Para él, su hermano sigue perdido, porque lo había perdido ya en su corazón”.

En este punto, Francisco se ha adentrado en la intimidad del hijo fiel que no dejó el seno paterno y que, pese a ello, se encuentra invadido por la envidia: “En su incapacidad de participar de la fiesta, no solo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre. Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta. No solo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera; en definitiva, un padre capaz de sentir compasión”.

El misterio de la humanidad

En este pasaje evangélico, el Papa percibe “el misterio de nuestra humanidad”, confrontándose “la hospitalidad para aquel que había experimentado la miseria y el dolor, que incluso había llegado a oler y a querer alimentarse con lo que comían los cerdos” y, por otro lado, “la irritación y la cólera por darle lugar a quien no era digno ni merecedor de tal abrazo”.

“Así, –ha asegurado–, una vez más, sale a la luz la tensión que se vive al interior de nuestros pueblos y comunidades, e incluso de nosotros mismos. Una tensión que desde Caín y Abel nos habita y que estamos invitados a mirar de frente: ¿quién tiene derecho a permanecer entre nosotros, a tener un puesto en nuestras mesas y asambleas, en nuestras preocupaciones y ocupaciones, en nuestras plazas y ciudades? Parece continuar resonando esa pregunta fratricida: acaso ¿soy guardián de mi hermano? (Gn 4,9)”.

En torno a la alegría

Así, “en el umbral de esa casa”, mientras “aparecen las divisiones y enfrentamientos, la agresividad y los conflictos que golpearán siempre las puertas de nuestros grandes deseos”, también, al mismo tiempo y como contraparte de la naturaleza humana, “brillará con toda claridad, sin elucubraciones ni excusas que le quiten fuerza, el deseo del Padre: que todos sus hijos tomen parte de su alegría; que nadie viva en condiciones no humanas como su hijo menor, ni en la orfandad, el aislamiento o en la amargura como el hijo mayor. Su corazón quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4)”.

Puesto que, como reconoce Bergoglio (“no podemos negarlo”), “son innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y dividirnos”, al mismo tiempo emerge una luz: “La experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos”.

“Por eso –ha proseguido–, Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Solo desde ahí podremos redescubrirnos cada día como hermanos. Solo desde ese horizonte amplio, capaz de ayudarnos a trascender nuestras miopes lógicas divisorias, seremos capaces de alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa. Solo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir ‘Padre nuestro’, podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir, no como enemigos, sino como hermanos”.

“Todo lo mío es tuyo”

Recuperando el “todo lo mío es tuyo” que el padre le dice a su hijo mayor, y que está en la diana del Evangelio de hoy, el Santo Padre ha reivindicado que “no se refiere tan solo a los bienes materiales, sino a ser partícipes también de su mismo amor y compasión. Esa es la mayor herencia y riqueza del cristiano. Porque, en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa, podemos reconocer que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar, ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre”.

Francisco ha apelado a la “capacidad de compasión” y, en este sentido, ha dirigido un claro llamamiento al pueblo marroquí: “No caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos. Nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos, sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino”.

Cultura de la misericordia

En cuanto a los miembros de la comunidad cristiana, el Papa les ha dado “las gracias por el modo en que dan testimonio del Evangelio de la misericordia en estas tierras. Gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento. Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados; sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre”.

Tras cerrar así la homilía, la misa ha continuado con el clima de especial alegría que ha acompañado a Francisco desde que, a las 14:01 horas de ayer, sábado 30 de marzo, pusiera por primera vez los pies en Rabat.

En cuanto termine la eucaristía, el Papa se dirigirá al aeropuerto internacional de Rabat-Salé, donde, tras el acto institucional de despedida, volará de regreso a Roma. Se cerrará así el 28º viaje internacional de su pontificado.

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