Francisco reclama a la minoría cristiana en Marruecos que sea “la levadura de las bienaventuranzas y el amor fraterno”

 

Francisco, en Marruecos, con un superviviente de Tibhirine

La segunda jornada del viaje papal a Marruecos ha comenzado este domingo 31 de marzo, a primera hora de la mañana, con la visita de Francisco al hogar social de las Hijas de la Caridad en Temara, enclave rural a unos 20 kilómetros de Rabat, donde ha pasado una hora en la más estricta intimidad con las personas atentidas por esta comunidad religiosa.

Desde ahí, Bergoglio ha vuelto a la capital para encontrarse, en la catedral, con los sacerdotes y religiosos locales (entre ellos, los dos obispos españoles, Cristóbal López, pastor de Rabat, y Santiago Agrelo, de Tánger), así como con representantes del Consejo Mundial de Iglesias. El Pontífice ha pronunciado en el templo catedralicio el que ha sido su tercer discurso en Marruecos.

Y lo ha iniciado saludando con gozo “la comunión que se vive aquí en Marruecos entre cristianos de diversas confesiones, en el camino de la unidad”. Algo a lo que, precisamente, ayuda su condición de minoría, lo que puede equivaler a una oportunidad para vivir la fe con más autenticidad: “Los cristianos son un grupo pequeño en este país. Pero para mí esta realidad no es un problema, aun cuando reconozco que a veces la vida pueda resultar difícil para algunos”.

Así, Bergoglio ha recordado la cita evangélica en la que Jesús afirma que el Reino de Dios “es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó (Lc 13,18.21)”. De ahí que el Papa se haya preguntado: “¿A qué es semejante un cristiano en estas tierras? ¿A qué se puede comparar? Es semejante a un poco de levadura que la madre Iglesia quiere mezclar con una gran cantidad de harina, hasta que toda la masa fermente”.

Llamados a una misión

“En efecto –ha proseguido–, Jesús no nos ha elegido y enviado para que seamos los más numerosos. Nos ha llamado para una misión. Nos ha puesto en la sociedad como esa pequeña cantidad de levadura: la levadura de las bienaventuranzas y el amor fraterno donde todos, como cristianos, nos podemos encontrar para que su Reino se haga presente”. Aquí ha citado a san Francisco de Asís y su famosa frase al enviar a la misión: “Id y predicad el Evangelios, incluso, si es preciso, con las palabras”.

“Queridos amigos –ha animado–, esto significa que nuestra misión de bautizados, sacerdotes, consagrados, no está determinada principalmente por el número o la cantidad de espacios que se ocupan, sino por la capacidad que se tiene de generar y suscitar transformación, estupor y compasión”. “Por el modo en el que vivamos –ha dicho inspirándose en ‘Gaudium et spes’– como discípulos de Jesús, junto a aquellos con quienes compartimos lo cotidiano, las alegrías, los dolores, los sufrimientos y las esperanzas”.

Contra el proselitismo

“En otras palabras –ha dejado claro–, los caminos de la misión no pasan por el proselitismo, que lleva siempre a un callejón sin salida, sino por nuestro modo de ser con Jesús y con los demás. Por tanto, el problema no es ser pocos, sino ser insignificantes, convertirse en una sal que ya no tiene sabor de Evangelio, o en una luz que ya no ilumina”.

Desde esta certeza, Francisco ha llamado a dejar atrás la “preocupación” que “surge cuando a nosotros, cristianos, nos abruma pensar que solo podemos ser significativos si somos la masa y si ocupamos todos los espacios”. Antes bien, “vosotros sabéis bien que la vida se juega en la capacidad que tengamos de ‘ser fermento’ allí donde nos encontremos y con quien nos encontremos”; aunque eso, ha añadido en referencia a ‘Evangelii gaudium’, “aparentemente, no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos”.

Un encuentro, no una doctrina

“Cristiano –ha enfatizado– no es el que se adhiere a una doctrina, a un templo o a un grupo étnico. Ser cristiano es un encuentro. Somos cristianos porque hemos sido amados y encontrados, y no gracias al proselitismo. Ser cristianos es reconocerse perdonados y enviados a actuar del mismo modo que Dios ha obrado con nosotros”.

Tras citar a Pablo VI en ‘Ecclesiam suam’ (“la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio”), Bergoglio ha asegurado que, “afirmar que la Iglesia debe entablar un diálogo, no depende de una moda, menos aún de una estrategia para que aumente el número de sus miembros”. Solo es, “como discípulos de Jesucristo”, por lo que “estamos llamados, desde el día de nuestro bautismo, a formar parte de este ‘diálogo de salvación y de amistad’, del que somos los primeros beneficiarios”.

En este punto, el Papa ha dibujado cómo ha de ser ese diálogo encarnado: “En estas tierras, el cristiano aprende a ser sacramento vivo del diálogo que Dios quiere entablar con cada hombre y mujer, en cualquier situación que viva. Por tanto, es un diálogo que estamos llamados a realizar a la manera de Jesús, manso y humilde de corazón, con un amor ferviente y desinteresado, sin cálculos y sin límites, respetando la libertad de las personas”.

El camino de Francisco de Asís y Carlos de Foucauld

Además, Francisco ha recalcado que no partimos solo del presente, sino que hay un recorrido histórico, con modelos que son gigantescos, que nos acompañan en el camino: “En este espíritu, encontramos hermanos mayores que nos muestran el camino, porque con su vida han testimoniado que esto es posible”. Así, al citar su “’listón alto’ que nos desafía y estimula”, el Santo Padre ha traído a la memoria a “san Francisco de Asís, que, en plena cruzada, fue a encontrarse con el sultán al-Malik al-Kamil”, o “al beato Carlos de Foucauld, que, profundamente impresionado por la vida humilde y escondida de Jesús en Nazaret, a quien adoraba en silencio, quiso ser un ‘hermano universal’”.

“E incluso –ha abundado– a los hermanos y hermanas cristianos que han elegido ser solidarios con un pueblo hasta dar la propia vida. Así, cuando la Iglesia, fiel a la misión recibida del Señor, ‘entabla un diálogo con el mundo y se hace coloquio’, contribuye a la llegada de la fraternidad, que tiene su fuente profunda no en nosotros, sino en la paternidad de Dios”.

En este punto, el Santo Padre ha recordado la anécdota de un sacerdote misionero en otro país en el que los cristianos eran minoría: “Me contaba que la oración del ‘Padre nuestro’ había adquirido una resonancia especial en él porque, rezando en medio de personas de otras religiones, sentía con fuerza las palabras ‘danos hoy nuestro pan de cada día’. La oración de intercesión del misionero también por ese pueblo, que en cierta medida le había sido confiado, no para administrar sino para amar, lo llevaba a rezar esta oración con un tono y un gusto especiales. El consagrado, el sacerdote, lleva a su altar con su oración la vida de sus compatriotas y mantiene viva, como a través de una pequeña grieta en esa tierra, la fuerza vivificante del Espíritu. Qué hermoso es saber que, en los distintos rincones de esta tierra, en vuestras voces, la creación implora y sigue diciendo: ‘Padre nuestro’”.

Fraternidad humana

Con esa fuerza espiritual, desde “la ‘fraternidad humana’ que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales”, el consagrado a Dios podrá salir al paso cuando “esta fraternidad sea golpeada por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres”. Será esta, entonces, “una oración que no distingue, no separa, no margina, sino que se hace eco de la vida del prójimo”, y que “será capaz de decir al Padre: ‘Venga tu reino’, no con la violencia, el odio o la supremacía étnica, religiosa, económica, sino con la fuerza de la compasión derramada en la Cruz por todos los hombres”.

Aquí, con emoción, Francisco se ha dirigido a todos los presentes de un modo muy directo: “Doy gracias a Dios por lo que habéis hecho aquí en Marruecos, como discípulos de Jesucristo, encontrando cada día en el diálogo, en la colaboración y en la amistad los instrumentos para sembrar futuro y esperanza. Así desenmascaráis y lográis poner en evidencia todos los intentos de utilizar las diferencias y la ignorancia para sembrar miedo, odio y conflicto. Porque sabemos que el miedo y el odio, alimentados y manipulados, desestabilizan y dejan nuestras comunidades espiritualmente indefensas”.

Siempre con los últimos

“Os animo –ha añadido– a que sigáis estando cerca de quienes a menudo son dejados atrás, de los pequeños y los pobres, de los presos y los migrantes. Que vuestra caridad sea siempre activa y un camino de comunión entre los cristianos de todas las confesiones presentes en Marruecos: el ecumenismo de la caridad. Que pueda ser también un camino de diálogo y de cooperación con nuestros hermanos y hermanas musulmanes, y con todas las personas de buena voluntad. La caridad, especialmente hacia los más débiles, es la mejor oportunidad que tenemos para seguir trabajando en favor de una cultura del encuentro”.

Un espíritu fraterno que ha de ser “el camino que permita a las personas heridas, probadas, excluidas, reconocerse por fin miembros de la única familia humana, en el signo de la fraternidad. Como discípulos de Jesucristo, en este mismo espíritu de diálogo y de cooperación, tened siempre el deseo de contribuir al servicio de la justicia y la paz, de la educación de los niños y los jóvenes, de la protección y el acompañamiento de los ancianos, los débiles, las personas con discapacidades y los oprimidos”.

El Papa ha concluido recalcando que “todos vosotros sois testigos de una historia que es gloriosa porque es historia de sacrificios, esperanzas, lucha cotidiana, vida gastada en el servicio, constancia en el trabajo fatigoso, porque toda labor es sudor de la frente”. Una labor ciclópea, encarnada por “creyentes que saben que el Señor siempre nos precede y abre espacios de esperanza donde parecía que algo o alguien se había perdido”.

Uno de los momentos más bellos del encuentro se ha dado cuando el Papa ha saludado a Jean-Pierre Schumacher, superviviente, en 1996, de la matanza de los monjes trapenses del monasterio argelino de Tibhirine, hoy beatos. Con gran emoción, Francisco se ha postrado ante él mientras la catedral entera se llenaba de aplausos.

Ángelus dominical

En cuanto ha terminado el acto, y tras saludar cariñosamente a unos niños, el Papa ha rezado el ángelus dominical. Esta vez, lejos de tener lugar, como es habitual, en la vaticana Plaza de San Pedro, se ha celebrado en la misma catedral de Rabat.  Ha recitado la universal oración mariana en latín junto a los obispos de Marruecos, los españoles Cristóbal López (Rabat) y Santiago Agrelo (Tánger). Precisamente, con ellos se ha retirado a almorzar, en espera de su último acto en Marruecos: la misa de clausura.

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