Tribuna

Sinodalidad (y VII): la diversidad sexual debe estar presente

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A lo largo de esta serie de artículos que he ido escribiendo –y Vida Nueva publicando– sobre sinodalidad, he procurado dejar claro que lo que a todos afecta, por todos tiene que ser tratado, dialogado, aclarado y aprobado. Ni se me pasaba por la imaginación tener que especificar algo más ya que, en el “todos” doy por hecho que somos “todos”. Sin embargo, aunque parece que  hemos aprendido a aceptar casi todo en el mundo y en la Iglesia, si miramos con detalle vemos que en algunas cuestiones todavía es necesario insistir en ellas.



Todo se andará

Hace muchos años se colocaban en las puertas de las iglesias carteles anunciadores de retiros, conferencias, y hasta de ejercicios espirituales en los que se especificaba que eran “solo para hombres”, “solo para mujeres”, e incluso se llegaba a detallar que los había “solo para mujeres solteras”. La costumbre decayó y los retiros, las conferencias y los ejercicios espirituales ya son mixtos, pero, a cambio, hemos creado otras parcelas pastorales tan bien delimitadas como aquellos retiros antes citados.

Tenemos pastoral para divorciados, pastoral para divorciados vueltos a casar (por lo civil, se entiende) y, por supuesto, pastoral para homosexuales. Todavía no nos atrevemos enteramente con la pastoral LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgénero) y mucho menos con la LGTBIQ+ (Lesbianas, Gays, Transgénero, Bisexuales, Intersexuales, Queer y el signo + que identifica a cualquier persona que no se vea representada en esas siglas), pero todo se andará. Teniendo en cuenta las posibles distinciones, y dando por hecho que se conservaría su carácter mixto, echo de menos una pastoral para rubios, morenos, pelirrojos, altos, bajos, calvos, gordos, flacos… ¿De qué serviría? De nada. Pues tampoco creo que tenga mucho sentido “clasificar” –que no deja de ser una forma de señalar– a personas con sexualidades diferentes. Además, ¿dónde queda la pastoral para heterosexuales en general?

Leyendo en evangelio

El evangelio es el mismo para todos; la Iglesia tiene los problemas que tiene y debe cambiar mucho en su estructura, y eso lo vemos “todos” los que creemos que siempre se puede mejorar, y a ese cambio de mentalidad estamos todos invitados. Si hay algo que el camino sinodal nos va a enseñar al transitar por él, es que ese caminar juntos nos va a permitir conocernos sin prejuicios -sin juicios previos- y debiendo abandonar, antes de entrar en ese camino, toda idea preconcebida sobre muchos de nuestros prójimos.

En el evangelio se intuyen personajes que han sido “ligeramente” pulidos a lo largo de la historia, para que entrasen en nuestros parámetros morales y culturales sin levantar sospechas. Sin embargo, cuando se lee el evangelio intentando dejar un poco apartado lo que nos han leído o contado otros, y en ese momento solo estamos Jesucristo y cada uno de nosotros, vemos como ese Jesús de Nazaret no discriminó a nadie, y nunca preguntó por su vivencia de la sexualidad a nadie. Él hablaba del reino a todo el que se acercaba y compartía su mensaje a todos por igual.

En la Iglesia no estamos para desperdiciar fuerzas, ni manos, ni cabezas, ni corazones que quieran ayudar a enderezar el rumbo; el camino sinodal no puede excluir a nadie porque, de hacerlo, dejará de ser sinodal. Todos vamos a ser necesarios. El que está comprometido con el mensaje de Jesús de Nazaret y con la misión de la Iglesia y actúa en consecuencia, no puede sentirse observado, señalado, y discriminado por el resto de la comunidad. Puede que para algunos sea complicado adaptarse, pero no olvidemos que estamos llamados a un cambio de estructuras, a un cambio de mentalidad, a un cambio personal que, si no van de la mano, de nada servirán.

Acompañamiento mutuo

Pensemos que hace unos años se escuchaba en homilías, medios de comunicación…, una frase concreta: “La Iglesia no aparta a los divorciados; son ellos lo que se apartan de la Iglesia al elegir esa vida”. Aquí se englobaba a todo el mundo cuando todos los divorcios no eran ni son iguales, ni por las mismas causas. Ahora, y quiero creer que por convicción y no por conveniencia, que esa frase prácticamente ha desaparecido, nos deberíamos proponer ver a las personas tal cual, como personas, sin etiquetas identificativas de ningún tipo. No olvidemos que Dios nos creó por amor y Dios es cómplice de nuestra afectividad.

Quien busca acompañamiento en la Iglesia, bien sea de forma personal -más privada-, o dentro de un grupo, es una persona, independientemente de lo que le guste comer, leer, qué música escuchar o a quién a amar con locura. En la Iglesia estamos para acompañarnos, escucharnos, ayudarnos, respetarnos, y querernos mutuamente, no para juzgar ni señalar a nadie. Si alguien nos invita a su casa, el límite está donde nos quiera recibir. No forcemos entrar en el dormitorio porque, hasta como Iglesia, tenemos un límite. ¡Nos estamos jugando mucho!