Tribuna

Sinodalidad (V): La ecología son más que brotes verdes

Compartir

Delfines jugando en muchos puertos; ciervos correteando por calles de pueblos; las aguas de Venecia claras y transparentes; ciudades con horizonte limpio de contaminación… Todos fuimos testigos sorprendidos de cómo la naturaleza fue capaz de recuperarse en unas pocas semanas, mientras nosotros estábamos confinados en nuestras casas. Hubiera sido bueno recapacitar sobre nuestro comportamiento con la naturaleza al observar cómo nuestra ausencia era precisamente lo que le permitía regenerarse.



La sinodalidad también atiende a la ecología, que es mucho más que los brotes verdes en los que algunos piensan, porque la ecología es una cuestión de la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Cómo se integra la preocupación ecológica en el anuncio del evangelio? ¿Qué lugar tiene la dimensión ecológica en la catequesis, la predicación, y en la misma celebración eucarística? Es la reflexión necesaria, afortunadamente ya en práctica en algunos lugares donde la aplicación de Laudato si’ es una realidad, que conlleva la sinodalidad y los cambios que propone.

Ecología integral

Al hablar de “ecología integral” lo que se quiere resaltar es que la ecología va mucho más allá de la preservación de nuestro mundo, por medio del uso y el consumo responsable de las energías fósiles, el agua, el reciclaje, el no desperdicio de la comida… porque todo está relacionado, interconectado. También la economía, el desarrollo sostenible, la bioética… Absolutamente todo en la ecología nos llama a uno de los puntos centrales de la sinodalidad que es la conversión.

Varios estudiantes participan en la recogida de basura que forma parte del proyecto Libera en San Sebastián de los Reyes. EFE/David Fernández

La concepción cristiana de la ecología va más allá de la Tierra, la creación que muestra, sino que también se trata de hacer producir esa Tierra y, sobre todo, el respeto al ser humano por lo que la “ecología humana” es parte esencial de la “ecología integral”. El respeto al ser humano está indisolublemente unido al respeto a todo lo creado.

La Tierra, la naturaleza, la forma de protegerlas y hacerlas producir, siendo muy importantes esos aspectos, no tiene que ser sacralizadas en sí mismas. Esto sería una deriva de este aspecto de la sinodalidad nada beneficioso. Más bien estamos llamados a aprender a gestionar la explotación que hacemos de los bienes naturales.

Deshumanización

El termómetro que nos puede servir para ver cómo es nuestra evolución respecto a la ecología y su práctica será, sin duda alguna, el respeto por el ser humano -de ahí que la bioética esté presente en la reflexión cristiana- y, así llegamos a la dimensión social de la “ecología integral”, ya que tenemos que tener presente, de forma primordial, a los más desfavorecidos que son, los que más peligro corren de sufrir las secuelas de una economía voraz y de formas empresariales que solo ven en esquilmar la naturaleza su razón de ser como justificación de sus beneficios. Porque de no tener todo esto en cuenta será imposible recuperarse, arrepentirse, de la deshumanización a la que hemos sometido a la humanidad, aunque suene a paradoja.

La reflexión sobre la ecología integral, si es seria, nos lleva a la conversión moral y espiritual que abre ante nosotros posibilidades varias de transitar por caminos llenos de vida y de verdadera libertad. ¿Por qué? Porque redescubriremos -o descubriremos en algún caso- el bien común, tan olvidado en ocasiones, porque nos movemos en los intereses particulares, inmediatos, y a ser posible con grandes beneficios. Sin embargo, el bien común nos hará pensar en quienes van a venir detrás de nosotros y a quienes debemos legar un mundo mejor.

Crear dependencias

Esta conversión también nos llevará a modificar un estilo de vida que ha sobrepasado límites, hacia una vida más austera que nos ayudará a librarnos de esclavitudes banas y tontas que nos crean dependencias sin sentido. Al sentirnos más libres de las cargas de un tipo de vida casi exclusivamente consumista, entenderemos que la ecología, vivida desde los cambios que propone la sinodalidad, se convierte en espacio de evangelización que nos permitirá dar a conocer la Buena Noticia, porque el acto creador de Dios es, sin duda, Buena Noticia. Y, sobre todo, tener claro que nosotros no podremos salvar el mundo por nosotros mismos, sin Dios.

Frente a los profetas de calamidades, que los hay en buen número en el campo ecológico, los cristianos tenemos que tener un discurso lleno de esperanza que consiga calmar el ansia desmedida que generan los falsos profetas para ser, nosotros, verdaderos profetas y poder presentar las claves de la solución a los problemas ecológico-climáticos, sin olvidar a Dios, al hombre y siendo conscientes de que los grandes logros van precedidos siempre de los pasos aparentemente insignificantes.

Si queremos ver y aprender algo de la actual situación Covid-19, lo evidente es que, como decía al principio, todo está interrelacionado: La salud, la economía, la ecología, el bien común… Lo que dábamos por dominado ha saltado por los aires. Pensemos en cómo vivir en el mundo que tenemos y qué mundo queremos dejar. La sinodalidad nos ayuda a ello. Nos estamos jugando mucho.