Tribuna

Reformas a la Curia: ¿hasta dónde son posibles?

Compartir

A fines de agosto, en la convocatoria al nuevo Consistorio, el Papa reflexionó acerca de la constitución apostólica ‘Praedicate evangelium’ y anunció el nombre de los veintiún nuevos cardenales. Al parecer todo terminó en un clima de armonía y diálogo. Sin embargo, después del encuentro, hubo un grupo de cardenales, ─entre ellos, Kasper y otros─, que criticaron la reforma de la curia Vaticana, sobre todo en la cuestión del rol de los laicos en el “gobierno” de la Iglesia. Esta temática hace rato que se viene discutiendo en la Iglesia y, en ese sentido, el Papa, con el documento, da signos de que esa es la nueva realidad que se instalará.



Sabemos que el Concilio Vaticano II fue claro en este sentido, cuando señaló: “Que inherente al Orden Sacerdotal, la persona ordenada recibía tres encargos o servicios, los que se denominaban como “munera”: el servicio de enseñar, de santificar y, por último, el de gobernar. Asimismo, la misión de adoctrinar establece que el sacerdote debe llevar a cabo la enseñanza del dogma y también velar para que otros transmitan lo mismo sin tergiversar lo enseñado.

Así, la misión de santificar está ligada a la celebración de los sacramentos, donde el sacerdote tiene este “munus” o servicio, sabiendo que no puede hacer lo que quiera, es decir, debe respetar la liturgia, el dogma y sus disposiciones. Sin embargo, hay otra cuestión que ha generado una inquietud y es con respecto al “gobierno” de la Iglesia y la participación de los laicos en responsabilidades mayores.

Rol central de los laicos

El papa Francisco ha confirmado un rol central de los laicos y de las mujeres en la reforma de la Iglesia: todos, no solo los cardenales, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, sino también la designación de los laicos para funciones de gobierno en la Curia Romana. De acuerdo con el documento, ‘Praedicate Evangelium’ (Prediquen el evangelio), el Papa ha dejado en claro que “el gobierno en la Iglesia no procede del sacramento del Orden, sino de la misión canónica”.

Entretanto, los laicos también han de tener una “buena experiencia pastoral, sobriedad de vida y amor a los pobres, espíritu de comunión y de servicio, competencia en los asuntos encomendados y la capacidad de discernimiento de los signos de los tiempos”. Es decir, no “cualquier laico”, ni  en “cualquier cargo”.

Por tanto, los laicos no podrán ocupar cualquier rol en la curia, hay instituciones dentro del organigrama u organización que no son aptas para ellos. Así lo aclaró el jesuita Gianfranco Ghirlanda, ex rector de la Universidad Gregoriana y experto en Derecho Canónico, durante la presentación de la Constitución, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Agregó: “Existen dicasterios donde es bueno tener laicos en las jefaturas, por ejemplo en el Dicasterio Laicos, Familia y Vida, en otros quizás menos”. Además, Ghirlanda explicó que la Constitución no cambia el derecho canónico, en especial el canon 129, sobre la potestad de régimen, y que en su inciso 2, indica: “en el ejercicio de dicha potestad, los fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho.”  A lo que el experto indica: “los clérigos deben decidir en asuntos que afectan al clero”. En otras palabras, los dicasterios de obispos, sacerdocio y culto divino podrían ser solo liderados en la curia por ministros ordenados.

Cuestiones de gobierno

Dado los efectos de la reforma en la curia, la designación de los laicos en cargos de alta responsabilidad es una realidad que el Papa está concretizando. Por eso, el grupo de cardenales pide al Pontífice que clarifique esta cuestión de gobierno sobre todo en las parroquias y en las diócesis.

Es cierto que durante mucho tiempo, tanto la “identidad sacramental” de los obispos y también de los sacerdotes se ha visto exacerbada. Sin embargo, esto trae una paradoja ya que ese rol sacramental les ha llevado a perder aquella capacidad pastoral para conducir a las comunidades y ser buenos líderes. Cada vez se extraña más al custodio y buen pastor de las ovejas, que las conoce y sabe cómo relacionarse con todas. Por eso, con la reforma en la curia romana, el Papa ha puesto, ─consciente o inconscientemente─, la necesidad de “desacralizar” la figura del Obispo y del sacerdote. De manera, que el poder que le da el Orden sea administrado más transversalmente, con un rostro más humano y cercano, menos clerical y sin presumir que la investidura les hace ser mejores que los demás. El decreto, ‘Optatam totius’ (IV. El cultivo intenso de la formación espiritual), pone el énfasis, en la formación de los futuros sacerdotes, a fin de mejorar la relación Iglesia-mundo sobre todo en la integralidad, identidad y misión que les atañe. 

No obstante, las palabras del cardenal Sarah, dejan al descubierto la idea tridentina que impera aún en la Iglesia acerca de la figura del sacerdote y su ministerio: “Los sacerdotes han continuado actuando, antes que nada, como representantes de lo sagrado en la profanidad del mundo”. Es decir, para un sector más conservador de la Iglesia, lejos está la idea de “desacralizar” al presbítero u obispo, puesto que por su ordenación recibe este “munus” de gobierno que legitima aquel don o servicio.

Sabemos que el Concilio, en su momento, dejó a medio camino la reforma que impulsó. Si bien reafirmó que todo bautizado es hijo e hija de Dios, subrayó que el Pueblo de Dios en orden a su bautismo posee el sacerdocio común de los fieles, pero subordinado al sacerdocio ministerial. Además, terminó con la idea de que la santidad está en función del concepto de “perfección”, pero sí en función de una vida más virtuosa. Lo que deja en evidencia de que la vida de un laico puede ser tan santa como la de un sacerdote u obispo. No obstante, continua hablando de sacerdotes en vez de presbíteros y resalta la eucaristía como “la cumbre y la fuente de la vida de la Iglesia”, (SC 10).

Algunas preguntas

Por eso, surge la pregunta ¿sería católica una Iglesia gobernada por seglares, donde un laico tuviera el mismo poder de gestionar que un sacerdote u obispo? ¿Qué pasaría si un laico censura a un sacerdote acerca de lo que puede o no decir en su homilía? ¿Esta Iglesia gobernada por laicos sería una en la que ya no se cometerían abusos de pederastia? Y aún más: ¿estarían dispuestos los sacerdotes u obispos a recibir órdenes de un laico?

El Consistorio ha terminado, con la participación de doscientos cardenales y estas preguntas surgen espontáneamente. Lo cierto es que la cuestión del “gobierno” de la Iglesia en manos de laicos es una realidad, pero su implementación es un examen que todavía se debe “aprobar”. Porque el asunto no está zanjado. Por el momento, gran parte de la jerarquía de la Iglesia se opone a que en cuestiones de gobierno les digan cómo ordenar la casa y menos a que les señalen el cómo, cuán y qué se debe enseñar. Por tanto, el tire y afloja será largo y tedioso. Habrá que ver si la sinodalidad, de la que mucho se habla, pero poco se ve en lo práctico, se agota antes de ver sus frutos. ¿Hasta dónde la jerarquía de la Iglesia se abrirá a los cambios que el papa Francisco está impulsando con la reforma de la Curia?