Tribuna

Recuperar el universo simbólico

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En su ‘Etica para Nicómaco’, Aristóteles escribe que resulta muy difícil orientar convenientemente hacia la virtud a un hombre desde su infancia, si no tiene la fortuna de haber sido educado bajo el amparo de las buenas costumbres. Las virtudes no bastan con saber lo que son, lo que significan.



Resulta de vital importancia hacer el esfuerzo de poseerlas y llevarlas a la práctica, alimentar la dinámica social y de las relaciones humanas con sus nutrientes. En una primera instancia, las familias deben agotarse en conducir a los jóvenes a perseverar en el bien y, como ratifica el estagirita, “convertir un corazón bien nacido y espontáneamente bondadoso en amigo inquebrantable de la virtud”.

La ‘Sagrada Escritura’, en todo momento, invita al hombre a procurar tener un corazón puro, “esto es, tener como única meta hacer la voluntad de Dios para su gloria” (1Co 10, 31). Precisamente de esto se trata la virtud. El hombre es creador de su mundo, está llamado a edificar su propio existir y para que este existir tenga como norte la virtud es menester que se pueda acceder a un estado de verdadera autenticidad, ya que serlo es el valor primario que fundamenta toda moral. Por supuesto, convenimos en que hablamos no de un universo racional, ni sensible, sino de un universo simbólico.

¿Qué es el universo simbólico?

El universo simbólico viene a ser la fuente específicamente humana por la cual el hombre da origen a la cultura. Cassier entenderá por cultura todas las dimensiones en las que se despliega el espíritu humano, no para admitirlas de forma aislada, o como un todo compuesto por la suma de las partes, sino que debe trabajar desde la suposición de que ha de ser posible referirlas a un punto central unitario, a un centro ideal que, críticamente considerado desde los presupuestos gnoseológicos de Kant, no puede residir en un ser dado, sino en una tarea común. Por eso, la cultura no debe ser entendida como un conjunto de cosas dadas (‘facta’), sino como la creación cultural del hombre (‘fieri’).

En tal sentido, el hombre es un ser simbólico. Cuando somos testigos de vidas que se consideran vacías y sin finalidad alguna, podemos estar presenciando a un ser humano extraviado de su universo simbólico. De nada sirven la ciencia, la técnica, la energía, de nada sirve nada, si la persona no posee las virtudes que se estimulan a partir de un universo simbólico bien consolidado.

Ese universo abre las puertas, no solo a la realidad real, sino a nuevas y más profundas dimensiones de ella. Resulta determinante para la fundamentación de un mundo interior cuya expresión, como hemos señalado, definirá su identidad. El hombre no vive solamente en un universo puramente físico o material, sino en un universo simbólico, puesto que allí se va tejiendo, en medio de emociones, esperanzas, temores, ilusiones y desilusiones imaginarias; es decir, rescatando a Epícteto, allí se forjan las opiniones que, en definitiva, son las verdaderas fuentes de nuestras perturbaciones y alarmas.

Recuperar el universo simbólico

Al definir al hombre como un ser simbólico se toma como punto de partida para distinguirlo del animal al lenguaje. En tal sentido, se ha concluido que el lenguaje se divide en niveles. El primero de esos niveles es el lenguaje emotivo que comparte el hombre con los animales. Hay un nivel superior propio del hombre: el lenguaje proposicional. Por medio de él, el hombre aprende a objetivar el mundo, a comunicar sus emociones y afectos. Por esta razón los valores deben su existencia al lenguaje. Mientras más amplio y desarrollado sea el lenguaje, más amplio el universo simbólico y, por consecuencia, mayor pertinencia tendrá la participación del hombre en la realidad.

A partir de este lenguaje proposicional o estructurado, nacerán los mitos, las ideologías, las religiones, las ciencias, las artes. Mientras más rico resulte el universo simbólico en cada ser humano, más se enriquece todo lo que rodea al hombre, pero también, por supuesto, todo lo que habita en su interior. Desde ese lenguaje, el hombre va a ingresar en la trama histórica.

Ahora bien, ¿con cuáles insumos ingresamos a la trama histórica? Trama que, a su vez, el hombre mismo va gestando. La respuesta, o parte de ella, la hallamos en un ensayo de Alfons Deeken, filósofo alemán, llamado ‘La tarea moral del hombre moderno’: “Los hombres harán de sí mismos diferentes tipos de personas según los valores que realizan en la vida o según las opciones morales que efectúan”. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela