A mi hijo Sebastián
Los bufones de Dios es una novela del escritor australiano Morris West (1916-1999). Una novela que trata sobre los hombres que, a pesar de todas las innumerables dificultades que se le presentan en la vida, se niegan a perder su fe y su afirmación personal en Cristo.
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Una novela compleja en sus primeras páginas, a veces pesada, pero que termina haciéndose ligera sin perder la profundidad del tema. Sin duda, de allí tomo el título para estas líneas que, en este momento, no sé qué tan breves serán. En todo caso, se intenta desarrollar una idea muy distinta a la trabajada en la novela.
Los bufones de Dios de los que pienso reflexionar son otros muy distintos, pero más simples y en cuya peregrinación he aprendido a comprender la simplicidad de un amor que solo puede provenir de una esfera más allá de lo terrenal.
Los bufones eran personajes que servían para divertir a las personas. Hoy los veríamos como los payasos, pero los bufones tenían una cualidad más elevada podríamos decir. Aunque se desarrollaron desde los tiempos de la Grecia clásica a través del teatro de Sófocles y Eurípides, pasando por los tiempos de la poderosa cultura latina en las obras de Séneca y Suetonio, su connotación más resaltante la alcanzará durante la Edad Media cuando se desempeñaron como personajes que divertían a los miembros de la corte del rey.
Así que, la imagen más clara que tenemos de estos personajes, a veces grotescos, era que divertían a lo más elevado de la sociedad medieval.
Amistad con Cristo
También es oportuno recordar a aquel bufón que anunciaba la muerte de Dios en el libro de Nietzsche. Más que muerto, asesinado por el nihilismo de los hombres. El bufón lo veo acá como ser que, por medio de sus bufonadas, nos hace entrar de nuevo en la dinámica de la realidad de la que nos distraemos por nuestros afanes egoístas e individualistas.
Aunque pueda sonar extraño, estos bufones son los que me han ayudado a descubrir que todavía existen en la actualidad, que todavía andan por allí haciendo reír a las personas, muchas veces, por sobre sus propios dolores, penas y angustias.
Bufones que tienen como modelo, conscientes o no, a San Francisco de Asís quien gozaba mucho del canto cuando los tiempos eran abrumadores y siempre gratificaba con su sonrisa simple, sencilla, su sonrisa de cielo azul, abierta a todos. Bufones que se aproximan mucho al espíritu de los místicos, aquellos que hicieron de la vida y su relación con los demás un camino de conocimiento y experimentación de Dios-Amor.
También, si queremos verlo de una manera más sencilla, más al estilo de estos personajes, los bufones de Dios son aquellos que hacen gala de una amistad con Cristo, aunque muchas veces no estén al tanto de ello.
Los bufones de Dios
¿Cuál es el rey a quien sirven y cuál es la corte con cuyas gracias harán desternillar de la risa? Volvemos a San Francisco de Asís o, si lo preferimos, a San Vicente de Paúl, también podemos mirar a San Martín de Porres, más recientemente, Santa Teresa de Calcuta o, sencillamente, escuchar con atención al Papa Francisco para poder comprender cuál es la corte a la cual sirven estos bufones de Dios.
Los bufones de Dios son, en primer lugar, servidores, son servidores del Rey, el Rey de Reyes, pero a diferencia de los anteriores monarcas de la tierra, este Rey goza con el gozo de los más pobres, de los desplazados, de los descartados, de los que quedan siempre afuera, los olvidados, los reemplazados, los marginados por el poder.
En ellos, en las sonrisas de ellos, los bufones de Dios encuentran esa pequeña llama que continúa ardiendo a pesar de la frialdad de estos tiempos. En el corazón sufriente de los pobres se encuentra el trono del Rey, en los barrios marginados de la ciudad se encuentra el reino, la nueva corte, a la que sirven estos bufones, ayudando a encontrar en la sonrisa la inocencia del alma que la cruda realidad busca exterminar. Los vemos en el corazón de un médico, de un maestro, de un policía, de un arquitecto, de un actor, de cualquiera que tenga ansias de aquietar su corazón en la mansedumbre del Señor. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela