Tribuna

Las cuestiones heréticas

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El 1 de junio de 1310 fue quemada una joven filósofa, la beguina de Valenciennes Margherita Porete. En 1524 la mística Isabel de la Cruz fue juzgada y posteriormente condenada a cadena perpetua por la Inquisición de Toledo. A mediados del siglo XVII las cultas religiosas jansenistas de Port Royal fueron deportadas por el arzobispo de París.



En 1.912 la obra de la inquieta teóloga Antonietta Giacomelli (Adveniat Regnum Tuum) que quería impulsar una reforma litúrgica en la Iglesia fue considerada peligrosa y apartada en el Índice de libros prohibidos. Estas son algunas de las protagonistas de este libro, mujeres audaces que se atrevieron a enfrentarse a los tribunales eclesiásticos o que fueron juzgadas por no ajustarse a las directrices de la ortodoxia católica. Se las etiquetó como “herejes”.

Así comienza el libro Herejes. Mujeres que reflexionan, se atreven, resisten (ed. Mulino) de Adriana Valerio, teóloga e historiadora. La autora destaca que el tema “mujeres y herejía es siempre complejo”. “No puede considerarse una categoría definida, –porque los límites de la ortodoxia no son precisos y dependen de quien cree poseer la verdad–, porque es un concepto relativo en tanto en cuanto está ligado al dinamismo de la Historia, a los sujetos que la interpretan, a los contextos teológicos y políticos y a los cambios culturales y religiosos”. Profetisas, místicas, falsas santas, brujas, reformadoras y librepensadoras habitan el vasto pueblo de las herejes, pero el libro se centra en algunos casos “enmarcados dentro de una propuesta de cambio y reforma en la Iglesia”. Aquí hay algunas mujeres citadas por Valerio.

Margarita Porete

En París, el 1 de junio de 1310, una joven, la beguina de Valenciennes Margarita Porete fue quemada junto con su libro El espejo de las almas simples, juzgado como herético por algunos extractos. A ella, sometida a juicio por el inquisidor francés, el dominico Guillaume Humbert, se le permitió arrepentirse para escapar de la muerte, pero se negó a abjurar y fue entregada al brazo secular.

Se suponía que la hoguera borraría la memoria de la mujer y su escritura, pero afortunadamente algunos ejemplares se salvaron y circularon de forma clandestina por Europa hasta que la estudiosa Romana Guarnieri lo redescubrió en 1946. Margarita no pretendía la eliminación de la institución, sino que proponía la convivencia de dos formas de pertenencia a la Iglesia: una marcada por la necesidad de una vida sometida a reglas, devociones y obras virtuosas; y otra caracterizada por la libertad de quien, uniéndose a Dios en el amor que todo lo envuelve, logra disfrutar de la libertad

Guglielma de Bohemia

Tenemos poca información sobre Guglielma ya que su historia solo puede trazarse a través de los juicios inquisitoriales de 1300, veinte años después de su muerte. Sabemos que en Milán esta mujer de clase social alta había creado lazos con la abadía cisterciense de Santa María di Chiaravalle que le había permitido vivir en una casa cerca de la parroquia de San Pietro all’Orto. Aquí pronto reunió a su alrededor a una comunidad de creyentes que la veneraban como maestra y santa.

La muerte de Guglielma el 24 de agosto en 1281 o 1282, marcó el inicio de un proceso de santificación: la tumba trasladada a la abadía se convirtió en un lugar de oración y reunión; los monjes acogían a numerosos peregrinos que acudían para escuchar sus predicaciones y celebrar en honor a la mujer fomentando así su culto. Los devotos, por tanto, no eran considerados herejes, sino fieles hijos del Espíritu.

Guglielma pasó de santa a hereje en pocos años y se abrió un juicio contra ella y sus discípulos en 1300. Santa en vida y hereje después de muerta, venerada y perseguida, el camino humano de Guglielma derivó en una teología alternativa: la encarnación del Espíritu Santo que su cuerpo de mujer hacía visible se conecta con una vertiente místico-contemplativa que remite a la palabra femenina de Dios y se abre a la imagen utópica de una Iglesia a cuyas riendas están las mujeres.

Juana de Arco

Juana de Arco murió en la hoguera en 1431, a los 19 años. En su caso, fue primero considerada hereje y luego elevada a los altares, no porque divinizara la feminidad, sino porque, al contrario, vestía ropa de hombre. El hábito indicaba una condición social y sustancial y el uso de ropas masculinas por parte de una mujer significaba para la Iglesia oponerse al orden natural por querer asumir tareas prohibidas. Juana no se dio por vencida porque para ella la indumentaria estaba muy ligada a la misión que quería cumplir más allá de su connotación sexual.

Las iluminadas

La Inquisición española prestó especial atención al movimiento de los illuminati (iluminados), en particular a las iluminadas, aquellas “videntes” que sumergidas en el amor de Dios reviven y predican pasajes de los textos sagrados reelaborándolos a la luz de la propia experiencia espiritual de acuerdo con las palabras de Pablo: “La letra mata, pero el Espíritu vivifica”.

Al frente de un grupo de iluminadas a principios del siglo XVI se encontraban dos figuras carismáticas unidas por la amistad y ambas pertenecientes a una familia judía conversa: Isabel de la Cruz, terciaria franciscana y predicadora, y María de Cazalla, mujer laica, madre de seis hijos y esposa de un rico burgués. Isabel fue detenida por la Inquisición de Toledo en 1524 y María de Cazalla en 1532, tras haber sustituido a su amiga al frente del grupo. Entre los iluminados se encontraba el humanista Juan de Valdés que desde España desembarcó exiliado en Italia tras la condena de su obra Diálogo de la doctrina cristiana (1529).

En Nápoles, desde 1534 hasta su muerte, dirigió un cenáculo de mujeres y hombres en busca de una dimensión interior de la fe en detrimento de las formas exteriores de los ritos. La participación de aristócratas en el valdesianismo fue numerosa, congregando a figuras como Costanza d’Avalos, Maria d’Aragona, Isabella Bresegna y sobre todo Giulia Gonzaga considerada su heredera espiritual.

Giulia Gonzaga

El Alfabeto cristiano (1545) nació de la relación espiritual entre Valdés y la condesa Gonzaga. Tras la muerte de Valdés, acaecida en 1541, la condesa se comprometió a difundir sus manuscritos y, a pesar de su pertenencia a la nobleza, no se salvó de una investigación por parte de la Inquisición también por sus relaciones con otro exponente de la evangelización italiana: el humanista Pietro Carnesecchi. Sin embargo, murió “en olor de herejía” en 1566 antes de que pudiera tener lugar el juicio. Su casa fue registrada, su correspondencia incautada y Carnesecchi encarcelado, torturado y ejecutado al año siguiente.

Vittoria Colonna

La marquesa de Pescara, la poetisa Vittoria Colonna, estuvo bajo vigilancia por su relación con los reformadores que se habían dedicado a reflexionar sobre cuestiones de fe. Además de la presencia en el círculo de Giulia Gonzaga, solía ser invitada de la corte filo-protestante de Renata de Francia en Ferrara y tuvo intensos contactos con la comunidad de Viterbo que se reunía en torno al cardenal inglés Reginald Pole para discutir temas bíblicos y teológicos planteados por instancias luteranas.

Mantuvo correspondencia con la escritora Margarita de Angulema, reina de Navarra, figura central de la reforma religiosa francesa en contacto con Calvino y Melanchton, y conoció bien a la culta duquesa Catalina Cibo, interlocutora privilegiada en los temas de la justificación del predicador capuchino Bernardino Ochino, quien pasó después a la Reforma protestante.

Fue además la musa inspiradora de Miguel Ángel, también él perteneciente a su círculo de reflexión, y quien diseñó para ella una Piedad, un Cristo en la Cruz y un Cristo y la Samaritana en el pozo, inspirado en la experiencia de una íntima e intensa religiosidad marcada más por las dudas que por las certezas.

Juana Inés de la Cruz

También acusada de soberbia fue la monja mexicana Juana Inés de la Cruz quien, además de por la poesía, se interesaba por las matemáticas, la astronomía, la música, la Sagrada Escritura y la teología. Entró en una disputa sobre la interpretación de un pasaje bíblico con un predicador portugués, el jesuita António Vieira.

Al defenderse de la acusación de dedicarse al estudio de los textos sagrados, actividad no permitida a una monja, desarrolló su propia reflexión entretejiendo memorias autobiográficas (su pasión por los estudios) con referencias bíblicas y profanas (los modelos femeninos que se distinguieron por la sabiduría y la ciencia) y a las reflexiones histórico-doctrinales (el papel de la mujer en la historia de la Iglesia y la necesidad del estudio de la mujer por útil y ventajoso).

A través de los testimonios históricos extraídos de la vida de mujeres doctas, Juana defendió su derecho al estudio de la Biblia que debía ser autorizado y concedido a todos aquellos que tuvieran talento y virtud, mujeres y hombres. Para la religiosa mexicana, la interpretación bíblica partía de una contextualización precisa del texto examinado. Por eso, según ella, la afirmación de Pablo de que “las mujeres callen en la asamblea” iba dirigida contra la costumbre practicada en la Iglesia primitiva y relatada por Eusebio por la que las mujeres se enseñaban la doctrina unas a otras en las iglesias.

Como sus palabras perturbaban a los apóstoles mientras predicaban, se les ordenó que callaran. En 1692 Sor Juana se vio obligada a abjurar ante el tribunal de la Inquisición. Las presiones del confesor y de la Iglesia local la llevaron a entregar su copiosa biblioteca (más de cuatro mil volúmenes), sus instrumentos musicales y matemáticos al arzobispo Aguiar y Seijas para que los vendiera, y a dedicarse a una rigurosa vida ascética que en breve la llevaría a la muerte.

Jeanne Guyon

Parte de la inquieta corriente quietista incluía la historia de fe de la mística francesa Madame Jeanne Guyon (1648-1717) quien, a través de su frágil cuerpo, emprendió un “camino del intelecto y del corazón” como alternativa teológica a racionalismo. Sentía que tenía un papel apostólico y la experiencia mística la convenció de que las mujeres, por sus características de humildad y disponibilidad, eran más idóneas para narrar las verdades divinas.

Las experiencias concretas de la vida femenina le permitieron acercarse a la verdad no a través de conceptos, sino gracias a un itinerario de fe sapiencial. En ella, madre espiritual del abad François Fénelon, emerge la exaltación del sentimiento frente al racionalismo cartesiano, el abandono pasivo al amor de Dios que la vuelve impecable e indiferente a las obras externas y a las prácticas devocionales: “Dios quiere ser amado, no conocido”. (Les torrents spirituels, 1682). En 1695 Madame Guyon fue arrestada, juzgada y enviada al exilio. En 1699 Fénelon fue condenado.

Las brujas de Salem

Adriana Valerio subraya que la caza de brujas no puede considerarse generalizada atribuyendo la culpa sobre todo a una región geográfica o a una confesión religiosa, ya que tanto la Iglesia católica como la protestante participaron “en este delirio colectivo”. Causas locales acentuaron el fenómeno al mezclarse con motivaciones políticas y religiosas.

Por ejemplo, sobre los valdenses y cátaros que se habían refugiado en los Alpes occidentales corrió el rumor de que se dedicaban a la brujería y, en consecuencia, en el Delfinado se intensificaron los juicios y persecuciones. A fines del siglo XVII desde Europa el fenómeno desembarca en las colonias de Nueva Inglaterra donde 144 personas fueron juzgadas y torturadas en Salem, Massachusetts. Fue un caso de histeria colectiva, como se comprobó posteriormente.

*Artículo original publicado en el número de julio de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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