Tribuna

La urgencia de la fe para recuperar la ciencia

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Con el razonamiento torcido de lo que Francisco de Quevedo denunciaba con aquello de “poderoso caballero es Don Dinero”, la ciencia de la llamada “civilización occidental” permanece secuestrada y utilizada para viabilizar la “destrucción masiva” de la vida humana y del planeta. Triste destino para un acervo de conocimientos que llegó a ser tan impresionante que muchos han pensado que logró sustituir, con verdades naturales, la superstición que atribuían a la fe religiosa. Ahora resulta que necesitamos de manera urgente de la fe, de mucha fe, para salvar la ciencia.



Unidos al papa Francisco queremos alertar. Por donde quiera que uno se asoma, se topa con ese desastre. Es triste tener que decirlo, pero Estados Unidos y sus “aliados” del neoliberalismo internacional tienen mucha responsabilidad al servir de promotores y guardianes del secuestro de la ciencia para fines tan “anti-científicos”.  Sin embargo, esa denuncia sería una mera repetición de consignas de conveniencia política si no miramos más adentro, más profundo y más de cerca al entusiasmo con el que apoyan eso millones de seres humanos que no tienen en realidad nada que ganar con tal desastre.

Cuando uno medita y profundiza en esta triste realidad, puede sacar cuentas de cuanta ciencia aplicada se tuvo que acumular y desarrollar para hacer viable la “destrucción sistemática” del Amazonas. Lo mismo puede decirse del desarrollo científico que hizo falta para que la producción y uso sin control de los combustibles fósiles haga más viable el calentamiento global hasta el nivel de la extinción. ¡Señores, vivimos en una tragedia de consecuencias insospechadas!

Me pueden argumentar que el uso del conocimiento para la destrucción y la muerte no es algo nuevo. Claro, el desarrollo del conocimiento sobre los minerales, que hizo posible las hachas y demás instrumentos de caza para alimentar las familias primitivas se convirtió en la producción de armas para guerra. El conocimiento de la navegación y la tecnología de construir naves debió ser usado para el transporte pacífico, pero resultó en viabilizar los imperios, entre ellos, los que cometieron el horroroso genocidio de pueblos originarios de esa parte de nuestra tierra que hoy llamamos América.

Humanidad necesitada de Dios

Lo que pasa es que las proporciones que el uso incontrolado de la ciencia –de eso de que si sabemos hacerlo lo vamos a hacer no importa qué– ha tomado unas proporciones que la humanidad está necesitada urgentemente de Dios y su buena ayuda, es decir, de la fe.

Ahora bien, hace varios días que tuve el privilegio de ver la otra cara de esa historia. Pude tener una vivencia con un grupo de comunidad que, movido por su fe y su compromiso social, se han dado a la tarea de salvar un bosque. Un maravilloso bosque ubicado en los pueblos montañosos de nuestra “Isla del Encanto” –nuestro Borinquen caribeño–: El Bosque Choca en el municipio de Corozal. Es el caso contrario de aquellos que justifican aliarse con lo malo porque con eso tienen empleo y se ganan la vida. No, estos vecinos no tienen un negocio, sencillamente tienen una esperanza.

Se trata de un bosque designado reserva natural y que, en la realidad, está bajo la protección del grupo comunitario, que aporta trabajo voluntario para mantener ese hermoso patrimonio en nuestro archipiélago puertorriqueño. Me habían insistido que fuera y al fin se presentó la oportunidad. El grupo necesita la solidaridad del país para el trabajo gigantesco que tiene por delante, pero más de lo que pueda aportar, soy yo el que he quedado en deuda por la experiencia tan acogedora e impactante que fue estar allí, de vivir esa maravilla. Por eso, me reafirmo en que defendamos nuestra casa común porque es “tierra sagrada”. Estos seres de “monte adentro” me regalaron la vivencia de su esperanza de proteger a la “madre tierra” de los embates de quienes, armados de dinero y tecnología científica, pretenden destruirlo todo en aras de obtener ganancias.

Gracias hermanos, gracias “Don Alberto” por haberme mostrado ese sendero de fe y esperanza que todo lo sana. ¡Caminemos con Francisco al cuidado de la madre tierra!