Tribuna

La historia de la bolsa de residuos

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Hace unos días andando por las afueras de la ciudad en donde vivo, vi una cantidad de bolsas de un basural que eran llevadas de un lado a otro por el viento. Bolsas enteras, medias bolsas, restos de bolsas, en fin, todas ellas habían sido recipiente de desechos, de lo que no usamos, ni queremos, ni comemos. Concretamente, fueron recipiente de lo que no sirve.



Le di vida a una de ellas de color negro, le llamé Blacky (por negro en inglés). Imaginé su vida hacia atrás, su vida antes de su muerte en ese “enterramiento sanitario”. Estaba famélica, lánguida, sumamente delgada, tanto que una brisa la llevaba.

Hasta hace unos días Blacky había tenido un vientre abultado, estuvo llena de basura. Poco a poco se fue colmando de los más diversos elementos: lapiceras, cáscaras, papeles de distinto uso, plásticos, vasitos vacíos de yogurt, cajas de medicamentos vencidos, botellas vacías de bebidas, otras bolsas más chicas que ella, pelusas, un florero roto, comida que no se come más, un queso vencido, pan duro y, como me gusta hacer a mí, dejo que el lector complete su lista.

Esa fue la utilidad de Blacky: ser depósito de materiales que perdieron utilidad tras haber cumplido con su misión o servido para realizar un determinado trabajo[1]. Y ella también pasó a ser ese material desechable. Su presencia es indiferente a muchos.

Blacky y Brenda

Caminando por la calle de la misma ciudad me encontré con Brenda, una nena de no más de 10 años, que vendía bolsitas de residuos, ofrecía Blacky’s. Con una mirada triste, despeinada, con la ropa no tan prolija y un abdomen abultado por comer excesiva harina, andaba sin cesar ofreciendo su mercadería. El dinero se lo daba a su papá quien la vigilaba parado de lejos.

Siguiendo con mi imaginación pensé que Brenda y Blacky se parecían. Brenda es uno de los desechos de la sociedad, molesta, no nos gusta verla y si le damos algo o le compramos una bolsita es para sacarnos la culpa (y a ella de encima). Le damos lo que sobra, nuestras monedas, nuestro maltrato, nuestra indiferencia y tiene ese estómago como hinchado porque come desechos, lo que le ponen dentro. Cuando ya vendió todo, su papá (en el mejor de los casos) la recoge y la lleva, ya cumplió su función, ya no sirve. Forma parte de un “enterramiento social”. Como hace el camión con las bolsas de residuos (nuestras Blacky’s) cuando las dejamos en la vereda, afuera de la casa.

Verdaderamente Brenda y tantos otros niños y no tan niños se parecen a la historia de Blacky. Pasan inadvertidos por este mundo, los usamos y los desechamos, que el viento los lleve, rotos, maltrechos por donde sea. Muchas veces somos el papá de Brenda, miramos seriamente sin empatizar, sin involucrarnos y solamente si sacamos utilidad de esa situación nos interesamos durante ese momento.

Volviendo a Blacky se me ocurre pensar en el cuidado de la casa común, ejemplo que llevado a Brenda es el cuidado de la humanidad. Dos temas desarrollados por Francisco en Laudato Sí y en Fratelli Tutti.

Son temas más complicados y para otra columna.

[1] Definición de residuo de la RAE.