Tribuna

La fuga de las cuarentañeras

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Hace unos diez años salió a la luz un texto con bastante enjundia del teólogo Armando Matteo titulado ‘La fuga de las cuarentañeras’. La difícil relación de la mujer con la Iglesia, en el que se destacaba cómo las mujeres nacidas después de 1970, pero aún más las de después de 1981, manifestaban una evidente extrañeza y desafección con el universo religioso católico. “Nos encontramos ante una generación de mujeres que comienza a romper una alianza centenaria que ha beneficiado a ambas partes, pero que ahora pide ser renegociada en el frente eclesial”, escribía el reconocido teólogo. Es obvio que el cambio de la condición femenina del siglo pasado, sobre todo después de 1968, entra en juego en la relación mujer-Iglesia.



La escritora Michela Murgia no teme indicar cómo en el imaginario católico la mujer virtuosa se caracteriza por el acatamiento, la obediencia, la discreción extrema… y cómo esta visión se confirma a través de determinada relectura de la figura de María de Nazaret. Asegura: “Nada como la Escritura para revelarnos cuán falsa es la idea de María, a quien quieren hacernos creer dócil y mansa, modelo perfecto de todas las mujercitas buenas” (Ave Mary, Einaudi). Y añade: “Si la Iglesia no inventó la subordinación entre los sexos, optó por legitimarla espiritualmente”.

¿Cómo puede una joven de hoy, más preparada que en el pasado, identificarse con tal imaginario? ¿Cómo mantener una relación con las comunidades eclesiales cuando es difícil identificar caminos para impulsar la contribución de las mujeres en los procesos de toma de decisiones? Es “obvio” que las iglesias vacías que nos ha dejado la pandemia ahora siguen prácticamente así, con algunos pocos hombres, niños y escasas mujeres. En este contexto, cabe señalar cómo las cuarentañeras de hoy no solo demuestran una desafección hacia los rituales, sino también hacia la doctrina eclesial. El distanciamiento de la liturgia es la manifestación externa del distanciamiento de la Iglesia. Centremos ahora nuestra atención en la celebración cristiana, tratando de resaltar en el marco expuesto algunas de las causas que han llevado, y siguen llevando, a la expulsión de muchos fieles de la liturgia, no solo mujeres, sino también hombres.

Cansados del lenguaje litúrgico

Parece que hoy el gesto litúrgico ya no es significativo, ya no habla a los fieles. Se multiplican las celebraciones caracterizadas por el aburrimiento. ¿Todo esto sucede porque no sabemos cómo “poner en funcionamiento la liturgia”? ¿O porque en las últimas décadas ha faltado una adecuada formación litúrgica? ¿O hay algo más de fondo? Romano Guardini, por ejemplo, en su ‘Carta sobre el acto de cult’o (1964,) señala cómo el hombre contemporáneo ha perdido su “capacidad simbólica”, ya no es capaz de vivir el “lenguaje simbólico ritual” de la liturgia. Seguramente las dificultades actuales de la celebración cristiana se remontan a una multiplicidad de causas, internas y externas a la liturgia. Tratemos de identificar algunas.

En la Síntesis Italiana de la fase diocesana del camino sinodal leemos: “Ante las ‘liturgias aburridas’ o reducidas al espectáculo, se siente la necesidad de devolver la sobriedad y el decoro a la liturgia para redescubrir toda su belleza y experiencia como mistagogía […]”. Con frecuencia, las acciones litúrgicas en las que participamos son descuidadas y, por ello, nos resulta realmente difícil tener una experiencia profunda del Misterio. Cánticos inadecuados, ambiente descuidado, comentarios inoportunos, gestos torpes, ausencia de silencio orante… ¿cómo se puede rezar así? La liturgia se compone de los lenguajes del arte. En la acción litúrgica los diferentes códigos se implementan de manera similar a la artística, manteniendo la necesaria diferenciación simbólica de su uso en la vida cotidiana, para no perder la capacidad de abrirse a la experiencia del Misterio.

En la liturgia es fundamental no solo la modalidad de aplicación de los distintos lenguajes, sino la relación entre ellos. En la celebración cristiana, los lenguajes han de encontrar una armonía y equilibrio, sin modificaciones o cambios personalistas. El canto, la palabra, el gesto, las luces, los olores… se deben armonizar, “amplificarse” y apoyarse mutuamente en la noble simplicidad conciliar (como dice la ‘Sacrosanctum Concilium’, la constitución sobre la sagrada liturgia, una de las cuatro conciliares del Concilio Vaticano II). Salvo raras excepciones, no hemos reservado tal atención a la liturgia o, mejor dicho, no hemos sido conscientes de sus dinamismos y quizás ni siquiera de su carácter de acción ritual simbólica.

El problema del lenguaje litúrgico es aún más complejo. Deberíamos preguntarnos cómo declinar la liturgia en el contexto contemporáneo que parece haber perdido ese universo simbólico en el que la liturgia cobraba sentido. Además, cada celebración tiene lugar en un tiempo específico, en un lugar específico y en una cultura. Es necesario considerar cómo el hombre contemporáneo experimenta el tiempo, el espacio y el cuerpo. El confinamiento de la pandemia, junto con las relaciones digitales que lo caracterizaron, ha llevado a una desmaterialización de las relaciones.

La pregunta es cómo armonizar todo esto con el ritmo lento y “rico en memoria” de la liturgia; con la celebración de hoy que recrea el evento de salvación que tuvo lugar en el pasado y anticipa la liturgia celestial; cómo conciliar el tiempo puntual, acelerado y fragmentado que vive el hombre, con el tiempo “lento y transfigurado” de la liturgia que se abre al misterio. Se hace necesario un trabajo serio de inculturación.

Imágenes de la Iglesia

La celebración concreta manifiesta el rostro de la Iglesia. Debemos preguntarnos qué imagen de la Iglesia emerge hoy de nuestras celebraciones. Si nos referimos al tiempo previo a la pandemia, son interesantes las declaraciones de los jóvenes recogidas en el ‘Instrumentum Laboris de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos’ (3-28 de octubre de 2018) – Jóvenes, fe y discernimiento vocacional. En el número 69 se puede leer: “Muchas veces vuelve el tema de la liturgia, que quisieran que fuera viva y cercana, mientras que a menudo no permite una experiencia de sentido de comunidad o de familia como Cuerpo de Cristo […]. Muchas respuestas al cuestionario indican que los jóvenes son sensibles a la calidad de la liturgia. De manera provocadora, la Reunión Presinodal indicó que ‘los cristianos profesan un Dios vivo, pero a pesar de ello encontramos celebraciones y comunidades que parecen muertas’”.

¿Cómo revivir estas comunidades definidas como muertas y poco familiares? Quizás con un sano realismo deberíamos empezar por la calidad de nuestras relaciones, en busca de relaciones significativas y auténticas. ¿Cómo podemos celebrar juntos si no nos conocemos, si no compartimos la vida cristiana más allá de la liturgia? No puede haber comunión con Dios en la celebración sin compartir la caridad con los hermanos y hermanas. Al mismo tiempo es importante buscar espacios concretos de responsabilidad eclesial, en “un estilo sinodal en el que las decisiones se toman conjuntamente, a partir de la aportación de cada uno a la comprensión de la voz del Espíritu, en clave de discernimiento y no de democracia representativa” (Síntesis Italiana de la fase diocesana del camino sinodal).

Celebrando bien día tras día

Sin duda, valorar un poco más los ministerios constituidos con el motu proprio de ‘Francesco Spiritus Domini’ del 10 de enero de 2021 podría sostener esa búsqueda y ofrecer una imagen diferente de la Iglesia. La asamblea celebrante concreta, en la diversificación de los ministerios litúrgicos, es signo de los dones y carismas que el Espíritu suscita en la comunidad eclesial y al servicio de la misma comunidad. Pero, ¿es suficiente todo esto para que la cuarentona contemporánea se reencuentre con la Iglesia y, en consecuencia, con la liturgia?

La participación cada vez menor del pueblo de Dios en la liturgia se debe también a algunas carencias relativas a la formación litúrgica. Entre estas, quizás la más evidente viene dada por una idea de formación litúrgica equivalente a la simple explicación. La liturgia no es un pensamiento, sino una acción, y por eso requiere de una iniciación larga y gradual, capaz de implicar todas las dimensiones del ser humano. De hecho, los jóvenes no se forman en la liturgia solo a través de las explicaciones, sino que necesitan experiencias de oración que creen un lenguaje intermedio. La liturgia es el punto de llegada, no de partida, por lo que prevé toda una serie de acciones que la preceden. No hay que olvidar que se aprende a celebrar “celebrando bien día tras día”.

Ausencia de iniciación

Sobre la formación litúrgica habría muchas cosas que decir, pero quizás sea oportuno preguntarse quién puede realizar tal labor formativa. En virtud de lo propuesto por ‘Sacrosanctum Concilium’, se habla de la formación litúrgica de los sacerdotes, de cómo deben formarse en el ‘ars celebrandi’ o de los posibles caminos de iniciación a la liturgia en los seminarios. Pero, dada la contribución significativa de muchas mujeres laicas y muchas religiosas desde el período posconciliar hasta hoy en la catequesis, en la pastoral juvenil, en el acompañamiento de los adolescentes o en las escuelas católicas, es legítimo preguntarnos qué formación teológica, y por tanto litúrgica, han recibido.

Especialmente las mujeres religiosas. Si a todas se les hubiera ofrecido la posibilidad de acceder a cursos de Teología, podrían haber ofrecido una formación cristiana, y por tanto litúrgica, más competente a niños, adolescentes y jóvenes. Y nos preguntamos de cara al futuro, ¿no sería oportuno invertir seriamente en la formación tanto de las religiosas como de los laicos, estableciendo una ‘ratio studiorum’ como para los sacerdotes? De lo contrario, ¿cómo podrán afrontar los desafíos actuales que plantea la evangelización, y entre ellos, la liturgia?


*Artículo original publicado en el número de julio de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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