Tribuna

La conversión de la Iglesia: desde lo profundo y sin estrategias

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Jesús cuida de sus apóstoles y especialmente cuando vienen de la misión. Lo hace buscando espacios tranquilos donde compartir y así descansar. El descanso de apóstol es fundamental y su lugar preferente ha de ser en la comunidad junto al maestro. Cada uno tendrá sus propios espacios y momentos de silencio, contemplación, soledad, descanso, pero el equipo ha de buscar momentos sanadores y evangélicos donde la contemplación de la misión se haga tranquilidad y descanso. Hasta el sitio ha de reunir condiciones favorables de sencillez y paz, pero sin dejar de ver la multitud que anda sin pastor y busca nuestra luz y nuestro amor. Aunque los misioneros sea muchos la misión es única.



Es lo que me nace al escuchar este texto del Evangelio de Marcos (Mc. 6,30-34):En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.

Un paso radical

El hecho de vida para iluminar este texto evangélico podría estar en muchos espacios y lugares que son sacramentales para mí junto a sacerdotes, religiosos, laicos. Pero hoy hace cuarenta y dos años que recibí junto a mis compañeros el sacramento del diaconado. Me viene a la memoria, más al corazón, el recuerdo entrañable de aquel día, de ese paso radical de jóvenes enamorados para adentrarse en el don del servicio al pueblo de Dios, en la iglesia y en el mundo. Decíamos que era para servir a Dios y a su pueblo. Entrar en la misión y en el envío. En fechas simbólicas hacemos lo posible para encontrarnos y compartir juntos la mesa y la vida. Ahora lo hacemos con un hueco grande, porque uno de los nuestros, de los siete, ya está en el cielo, estamos seguros de que está siendo un gran intercesor para los que quedamos aquí en la misión.

Un joven observa el amanecer este lunes en San Sebastián EFE/Javier Etxezarreta

A lo largo de estos más de cuatro decenios ministeriales observo que casi todos hemos ido caminando, teniendo siempre algún grupo sacerdotal de referencia. Yo concretamente he participado siempre en este tipo de grupos. Al comienzo más vinculados por razón de amistad y cuidado mutuo, buscando siempre contenidos de reflexión pastoral, espiritual, teológica, a nuestro aire. Ahora participo en un grupo, que lleva más de treinta años caminando, y que tenemos como centro el Evangelio, al que nos acercamos en grupo para ir conociendo más y mejor a Jesucristo. Siempre nos acercamos con preguntas que son fundamentales para nosotros.

Sana y salva

En este curso estamos interrogando a Jesús y dialogando con él y entre nosotros, siguiendo el evangelio de Mateo, acerca de como él cuida, sana y salva al pueblo, a la gente.  Ahí vamos descubriendo cómo nos seduce en esta misión y contemplamos también como él nos atiende a nosotros sus discípulos y nos invita al cuidado mutuo en la misión. Estamos participando unos diez compañeros, de nuestra diócesis, y de otros lugares que han venido a trabajar aquí como Colombia y Perú. Es una forma de integrarnos todos en el mismo sentido del presbiterio más allá de las reuniones institucionales y regladas pastoralmente a las que también asistimos con ganas.

Nos reunimos cada dos semanas y lo hacemos en un sitio tranquilo, un antiguo convento que está situado en Fuente del Maestre y muy bien acondicionado con la sencillez franciscana. Allí nos recibe Javi siempre con un café y unos dulces de solemnidad. Vamos llegando y nos adentramos en el cenáculo donde vamos vertiendo lo que hemos preparado en la contemplación del capítulo evangélico que nos toca, nuestro trabajo del evangelio nos escuchamos con profundidad y seriedad. Dejamos que se adentre en nosotros lo que el Espíritu va proclamando en cada uno, dialogamos de ello y de cómo nos afecta y anima.

Espacios de encuentro

Después nos vamos a un restaurante familiar del pueblo, la “Sierra”, donde nos reconocen como sacerdotes amigos y allí compartimos la mesa, entre risas y gozo que descansa el alma y el cuerpo. A veces, con un buen vino de nuestra tierra de barros porque haya una buena causa y motivo que celebrar. Y de allí volvemos a nuestras tareas.

Algunos del grupo también nos gustan asistir a los ejercicios espirituales que organiza la asociación sacerdotal del Prado en Ávila a finales de agosto, en un sitio también paradisiaco para rezar y descansar juntos con sacerdotes de muchas diócesis españolas. También nos encontramos en espacios con los consiliarios de los movimientos de Acción católica de Extremadura trimestralmente, con el mismo fin de acompañamiento y cuidado mutuo. Está claro que lo hacemos movidos e invitados por el Maestro y tocados por la seducción de la misión.

En medio del ajetreo estos espacios se convierten en momentos de luz y descanso y así los valoramos y deseamos.  Siempre en el centro de estos encuentros está la mirada a la multitud, a todos los que cada día están a nuestro alrededor y esperan de nosotros el alimento que permanece, el evangelio que no pasa. La misma experiencia tengo en el encuentro con el laicado apostólico que se participa de la misión eclesial, especialmente en los movimientos apostólicos de acción católica con los que me siento identificado.

Venid a un sitio tranquilo

Nuestro Dios no es el poderoso que impone rapidación y tensión en la misión. Más bien lo contrario. La propia creación va con la cadencia de lo ordenado en la paz y en la luz, cada mañana, cada tarde, cada noche, la acción va concatenada con la paciencia que requiere el nacimiento de lo real y lo auténtico. Nada forzado, todo a través de la palabra suave que tiene como única fortaleza que se cumple con sencillez y naturalidad. Bendita naturalidad que emerge de lo divino y quiere convertirse en clave del ser.

El éxodo y su historia de liberación va por el mismo camino de un Dios calmado que va encontrando lugares y personas para la acción y fortaleciéndoles para ella. El propio Moisés es llamado en el lugar de la calma y la tranquilidad, tras la huida de los espacios faraónicos. En la tranquilidad del Sinaí recibe las leyes de la vida y del amor. Y los conduce a la tierra prometida donde mana la leche y la miel donde se vive en la paz y el descanso del pueblo elegido.

No perder el horizonte

Los profetas vienen de la tranquilidad y de la seducción y Dios los acompaña en la misión para que no pierdan el horizonte en los momentos de dificultad. Desde ellos Dios llama e invita al pueblo a la esperanza del descanso y la tranquilidad, con el agua pura que les purificará, con los montes y los valles que se igualarán, con las mesas de un banquete universal lleno de alegría y de paz con los manjares de la fraternidad universal.

Jesús se muestra fiel al Padre en la invitación a darle a cada día su afán, a saber vivirlo sin perder la calma y el calor de lo sereno, como los lirios del campo y los pajarillos que saben vivir y ser de cada momento, sin agobiarse continuamente por el mañana. Él sabe estar con los amigos, sentarse a la mesa, pasear por el campo, respirar a fondo en la madrugada y gustar el silencio de la noche en la soledad del que contempla lo vivido. Por eso cuando llama a sus discípulos y apóstoles no olvida esta dimensión, sino que más bien la cuida y la propone continuamente. Siempre que hay una acción y que tiene algún carácter extraordinario, ya sea antes de realizarla o una vez hecha, busca el tiempo, el espacio, el modo para profundizar en lo vivido en el clima de la brisa donde Dios se hace presente.

Aparataje agotador

Dios no está en el ruido constante, en la acción desmesurada, el deseo de eficacia y de éxito, en el aparataje agotador, en los momentos espectaculares. No está en el agotamiento de los activistas sin fondo. Tampoco en las programaciones y reorganizaciones asfixiadas y agobiantes como profetas desesperados de los baales. Dios se hace presente en el proceso del camino compartido, en el dejarse hacer para la misión dando todo el protagonismo a Jesús y al evangelio. En aquello que se contempla con fe y con profundidad como el grano de mostaza y la pequeña levadura en la masa.

La Iglesia hoy en su revisión pastoral y en su conversión organizativa ha de tener presente esta invitación a lo calmado y profundo. Ha de irse al lugar de lo tranquilo y adentrarse en la soledad habitada para volver a ser como aquellos discípulos que invitados por Jesús se sentaban a su alrededor con el espíritu de leer en creyente el momento y no buscar estrategias, sino dejarse llenar con paz de los verdaderos sentimientos de Cristo, aquellos que se adquieren en la relación personal y comunitaria con él. Hoy necesitamos de equipos apostólicos que tengan claro que no hay misiones en la iglesia, sino que solo existe una misión, la de evangelizar, y esto nadie puede hacerlo por su cuenta y con sus fuerzas, sino en Cristo como equipo apostólico. Necesitamos tiempos y espacios para adentrarnos en esta mirada de nuestro quehacer como seguidores de Jesús.