Tribuna

Ionel Mihalovici: la sabiduría firme en espera del Mesías

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El pasado 7 de octubre fallecía en Bayona sor Ionel Mihalovici, a los pocos meses de cumplir cien años. Había nacido -me contaba- en Sassov, que es como se pronuncia en yídish lo que hoy es Sasiv, en Ucrania. Pero he llegado a la conclusión de que en realidad debía de tratarse de Suceava, en la Bukovina ahora rumana. Sassov queda unos 200 kilómetros al norte, en la Galicia que fue polaca, y es una de las cortes jasídicas más famosas, fundada nada menos que por Dov-Beer de Mézeritch, y a ello jamás aludió Ionel.



Todas esas regiones de Europa Oriental han pertenecido sucesivamente a multitud de reinos y, en especial, al Imperio Austro-Húngaro. Ionel, casi vecina de Wiesel, tenía una variedad de lenguas maternas, más otra variedad de lenguas aprendidas. El húngaro, el rumano, el yídish, el hebreo -moderno y clásico-, el árabe; más luego todo lo que se habla en Europa -francés, inglés, alemán, español, quizá también italiano-.

Escapó de los antisemitas

La aventura inicial de Ionel -este es nombre de bautismo y de religión, no el que figuraba en su viejo pasaporte rumano, que me daba a leer- fue escapar en el último minuto de los antisemitas rumanos por el puerto de Bucarest. Nunca me aclaró si para entonces ya se había convertido al catolicismo, porque del acontecimiento de su conversión se negaba a decir nada a esta especie de nieto suyo murciano que le había surgido en 1983, cuando me invitó a dar una conferencia en el extraordinario ciclo del Centro Judeocristiano de Madrid. Yo, por cierto, hablé de Adolf Reinach con un exceso de erudición que durmió a parte del público y, en primera fila, a mi madre. La juventud es una locura bastante duradera.

Ionel entró en la orden de las Hermanas de Sion. Esta peculiar congregación de Nuestra Señora de Sion, que no ha contado en toda su historia más que con una española que, por catalana, no se decía española, había sido fundada por los hermanos judíos Ratisbonne en 1843. El más joven, Marie-Alphonse, experimentó una visión mariana en una iglesia junto a la Plaza de España en Roma, siendo como era adversario enconado del cristianismo al que ya había pasado su hermano mayor hacía muchos años. El resultado de este fenómeno fue llevar al joven Ratisbonne a la ordenación como sacerdote jesuita y a la fundación de este grupo cuya naturaleza es “testimoniar en la Iglesia y en el mundo que Dios continúa siendo fiel en su amor al pueblo judío”.

Los años difíciles de la guerra

Una empresa sumamente comprometida tanto vista del lado judío como, más aún, vista del católico, en aquella época. En todo caso, esa frase de las constituciones de su orden es la clave de la vida de Ionel. La otra aventura de su etapa aún juvenil fue la experiencia de las terribles guerras de los años 40. La familia subió a la tierra de Israel. Imaginemos julio de 1942 en las calles de barracones de Tel Aviv. Rommel llegaba por Egipto y parecía que nada lo detendría; los aliados de los alemanes en el Oriente Medio también daban la impresión de estar a punto de doblegar a las fuerzas británicas. He recorrido varias veces, sobre todo de noche, esas calles del viejo Tel Aviv, la Colina de la Primavera, a solas con Ionel. No es la ciudad blanca Bauhaus, sino la mezcolanza de Dízengoff, paralela a las playas, Arlozórov, Jabotinski -perpendiculares al mar-, Ben Yehuda… Creo que ahora no podría ya volver.

Ionel fue una pionera en el país y vivió en él la nueva angustiosa tragedia de la guerra que sucedió inmediatamente a la declaración de independencia de Israel. Después empezó su amplio recorrido por la cuenca del Mediterráneo, de colegio en colegio de las hermanas, empezando por El Cairo. La sede central de Ain Karim y el maravilloso convento de la ciudad vieja de Jerusalén, que tiene dentro la primera estación del viacrucis de Cristo -el Lithóstroto, o sea, la columna de piedra de la flagelación-, fueron siempre puntos de referencia para la imaginación a la vez severa y poética de Ionel. Bajar de Jerusalén a Ain Karim, donde se sitúa legendariamente la visitación de María encinta a Isabel, es rehacer el camino de los discípulos de Emaús en compañía del Resucitado. Ese pasaje de la Escritura cristiana era el texto favorito del corazón de Ionel. Ella hablaba desde ahí a propósito de su vocación y del trabajo al que estaba dedicando toda la vida.

Ionel Mihalovici

Residencia de estudiantes universitarias

Madrid fue una casualidad, porque aquí no había colegio de las hermanas, sino que se quiso crear una residencia de estudiantes universitarias, en el barrio de Argüelles, con la finalidad secundaria de lograr vocaciones, pero también en la coyuntura oportuna de que España se estaba abriendo a los judíos y en el horizonte hasta los niños barruntábamos la democracia. El Centro de Estudios Judeo-Cristianos, de la calle de Hilarión Eslava, no obtuvo nunca vocaciones religiosas, pero desempeñó una docena de años el papel de embajada oficiosa de Israel en España.

Yo conocí y traté a varias de las personas que trabajaron en este sentido de tanta relevancia intelectual, moral, histórica y religiosa, siempre con la ayuda infatigable y sabia de Ionel: Samuel Toledano, Yitsjak Navón (luego, presidente del Estado de Israel), Baruj Garzón, Carlos Carrete y tantos otros. En los viajes bianuales que hacían intelectuales israelíes a España y luego eran correspondidos por nuestras visitas a congresos del mismo formato en Israel, conocimos a Netanel Lorch, hombre público de primera magnitud, secreatrio general de la Knésset, y también a gentes tan extraordinarias con Najum Schutz, Natán Lerner, el matrimonio Pérez, el matrimonio Rosenberg, Jaím Avni, el matrimonio Jamitovski, el P. Dubois, Avital Wolman… Pese a estos apellidos ashkenazíes, el origen de tales personalidades era casi siempre el Río de la Plata, de modo que compartíamos lengua. El grupo español se las veía y se las deseaba para no desentonar de tal pléyade de historiadores, juristas, filósofos y políticos. El presidente de la International Plato Society, Shmuel Skólnikov, nos acompañaba muchas veces y nos hizo conocer Ain Karim a mi mujer y a mí.

Un lugar entre dos continentes

Los libros que editaba el Centro en Madrid, la estupenda y modesta revista ‘El Olivo’, que tuve el honor de dirigir por unos veinte años, las conferencias y los intercambios en viajes completaban para mí la enseñanza constante de Ionel -y de la biblioteca del Centro, en la que había no solo el Talmud, por ejemplo, sino muchos libros que solo allí se podían leer. Luis Maldonado, Juan Martín Velasco, Olga Belmonte, Luis Girón, Montse Perales, Amparo Alba, Javier Vallina, Luis Vegas, Fernando Millán, Julián García Hernando, Paco Fontana, Macarena Crespo, los más destacados intelectuales judíos de Madrid (los inolvidables Lasry, Jacobo Israel Garzón, los rabinos) llenaban de luz la existencia de aquel lugar entre dos continentes.

Jules Isaac era un lejano foco de inspiración, ya que una religiosa muy anciana, Mary Testamalle, escribió sobre él y su relación con Juan XXIII un libro de obligado conocimiento. Poco a poco, la historia judía entera se fue abriendo a mis ojos. Un día conocimos en Jerusalén a David Flusser, ya ancianísimo, uno de los sabios por los que el mundo no cae en la nada. Y recorríamos Jerusalén, Galilea, Belén, Jericó y Jebrón (entonces no era imposible), la orilla oriental del Kinnéret, el Jordán; todo, en fin, una y otra vez. Pero mi propia experiencia no es lo que aquí debo narrar. Siempre la contrastaba con Ionel, y siempre enmendaba ella alguna laguna.

Inconcebibles sinsabores

Ionel mostraba con perfecta sencillez de qué modo ser cristiano es una manera de ser judío. Ella solía escribir y dar conferencias acerca de las festividades y la liturgia del judaísmo, y celebraba una cena pascual tal y como se hacía en los tiempos de Jesús. No me referiré tampoco a los inconcebibles sinsabores que de vez en cuando tenía que soportar. Ahora son de veras inconcebibles, quiero creer, gracias a ella.

Un extraño signo ha reunido el día de la muerte de Ionel en Bayona -estaba allí retirada hace diez años- con el ataque de Hamás a Israel. La maldad renace con cada nuevo ser humano, pero la esperanza en la bondad, la inteligencia y el estudio tiene que ser sostenida cueste lo que cueste.

………

P.S. La última conferencia que di yo en el Centro judeocristiano madrileño fue la más emocionante de mi vida, cosa que tuve que disimular para que Ionel no me regañara. Aunque la verdad es que ella también disimuló, por si la regañaba yo.

Fue hace ya más de diez años y en ella anuncié mi jubilación de los trabajos en el centro. Pero lo de veras importante es que coincidió en fechas con la marcha definitiva de Ionel al moridero-residencia de Bayona. Como se encontraba de nuevo en Madrid -ya casi vivía en Francia -, se sentó en la mesita del ponente, a mi lado. La sala y la biblioteca estaban abarrotadas, pero son dos simples habitaciones de un piso de los años 40, así que seríamos unas cincuenta personas a lo sumo.

Yo decidí tratar del maravilloso libro de Joseph Klausner sobre Jesús de Nazaret, que era una de las enseñanzas recibidas de Ionel. Pocos libros corresponden mejor al espíritu de mi maestra: lo escribió en la Jerusalén previa a la independencia aquel historiador heroico de la universidad Hebrea, entre pillajes y ruinas. Tras 2000 años, se explica ahí al judío Jesús desde su tradición con una seriedad y un rigor que siempre me conmovieron.

La ocasión permitía que Ionel, en vez de presentarme por vigesimoquinta vez al círculo de amigos que entonces éramos, me obedeciera -cosa excepcional- y fuéramos dos, aquella tarde, los oradores. Expusimos al alimón aquellas páginas llenas de sabiduría, piedad y esperanza desde la persecución. Nuestro común amor por Klausner era una alabanza a dos voces de muchas verdades que solo quizá en un siglo triunfarán. Éramos dos cantores de la utopía que aparentaban frialdad científica. Más bien, en realidad, dos ‘jasidim’ soñando extáticamente y reconociendo sin decirlo la bendición compartida durante treinta años. ¿Sólo treinta?