Tribuna

¿Estamos preparados para hablar a los jóvenes de sexo con un lenguaje nuevo?

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Una de las temáticas sobre las cuales los jóvenes piden una palabra clara y auténtica de la Iglesia es la que se refiere a la sexualidad, el género y el significado del cuerpo. Son cuestiones por las cuales se alejan de la Iglesia con frecuencia: porque se sienten juzgados, no entendidos ni acogidos.



Tenemos que darles la razón. La vida consagrada hasta ahora no ha sido capaz de responder concretamente a sus preocupaciones. Salvo loables excepciones, siguen como tales. Acercarse a la sexualidad con un lenguaje nuevo es una tarea urgente para las personas consagradas, que ya no podemos posponer. Esto nos pone un poco en una situación complicada. Sin embargo, es una oportunidad que debemos aprovechar. Nos llama a una profunda conversión pastoral, que resumo en tres puntos.

1. SER TESTIGOS CREÍBLES. Los jóvenes buscan una palabra que nazca de la vida, no solo del estudio. No escuchan a los pastores a menos que los pastores también sean testigos. Pero esto nos plantea una pregunta seria: ¿somos testigos luminosos de una sexualidad vivida en su totalidad? Desafortunadamente, tenemos que responder negativamente: a menudo somos analfabetos afectivos, incapaces de expresar nuestro mundo emocional. Es frecuente, entre las personas consagradas, la gestión de la afectividad bajo paradigmas de control o incluso represión, o que falte la libertad en la vivencia de las relaciones de amistad, especialmente con el sexo opuesto. No siempre logramos, y cada uno de acuerdo con su propia identidad, comunicar, entrar en intimidad, descubriendo también nuestras áreas vulnerables y permitir que Dios y los otros nos encuentren allí.Si nosotros no aprendemos en primer lugar a canalizar toda la fuerza de la dimensión sexual y afectiva hacia nuestra propia identidad, no podemos tener autoridad para decir una palabra sobre el amor y la sexualidad a nadie.

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2. CONVERTIRNOS EN SANADORES-SANADOS. El Sínodo de los jóvenes ha lidiado con la realidad de una generación fuertemente marcada por la fragilidad afectiva. En la base de la dificultad de los jóvenes para hacer elecciones definitivas está el miedo al compromiso, y más profundamente todavía la falta de conciencia de la propia amabilidad.Para mostrarles que la fuerza transformadora del kerigma hace nuevas todas las cosas, el consagrado debe haberlo experimentado. Un amigo carmelita repite a menudo que todos deberíamos tener un letrero en la espalda que diga: “En obras: perdonen las molestias”.

3. APRENDER A PLANTEAR PREGUNTAS. Las cuestiones que se refieren a la sexualidad y la afectividad son delicadas, y tocan la identidad de la persona de forma profunda. Los consagrados que quieren hacer verdadera pastoral tienen que convertirse en expertos en el camino del discernimiento.Esto presupone superar la tentación de dar respuestas preparadas, y aprender a plantear preguntas que guíen a los jóvenes en su búsqueda personal. Implica de alguna manera dar un paso atrás, y aceptar el riesgo de la libertad del otro, que es el único camino para el verdadero crecimiento.

Es un desafío, y nos jugamos mucho.

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