Tribuna

Espiritualidad Ignaciana y la educación

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En 1599, por mandato del Padre General Claudio Acquaviva, siguiendo el deseo de Ignacio de Loyola, se promulga la Ratio atque Institutio Studiorum Societatis Jesus. Documento, fruto de una vasta y variada colaboración y experiencia.



Conocido como Ratio Studiorum, contiene el sistema educativo de la Compañía de Jesús y se mantiene en sus colegios, con una breve modificación en 1616, hasta 1773, año de la supresión de la Compañía. Documento que muestra, con claridad deslumbrante, la identidad de la espiritualidad ignaciana.

Entre sus líneas podemos deleitarnos con una idea innovadora, incluso en la actualidad: comprender la educación como proyecto de vida centrado en el conocimiento experiencial, el diálogo y la comunicación educativa entre maestros y estudiantes. Comprender la educación como un camino por medio del cual el ser humano se edifica en torno a una clara y diáfana idea de libertad, en la cual se promueva el desarrollo de su dignidad como persona mediante el pleno desarrollo intelectual, moral y religioso. Una visión educativa volcada a la absoluta obediencia de la voluntad divina que impulsa al hombre a amar y servir en todo.

Espiritualidad ignaciana

La espiritualidad ignaciana es una invitación permanente a la escucha atenta de nuestra experiencia, a cuestionar y resignificar nuestras propias creencias y valores, habilitándonos para  poder discernir de entre nuestras iniciativas, cuáles nos conducen a mayor vida y cuáles nos atan a nuestra dinámica de nuestras heridas, miedos y apegos, todo a mayor gloria de Dios. Una espiritualidad que nos convoca a buscar y encontrar la voz del Espíritu de Dios, que nos habla en los detalles corrientes y prácticos de nuestras vidas.

Algunas de las implicaciones pedagógicas más importantes desprendidas de la espiritualidad Ignacia podrían ser: el hombre como imagen de Dios, lo cual abre las puertas a la plenitud de la persona definida por su condición de hijo. La libertad humana vivida radicalmente, dado que, para ser libre, fue creada la persona. Una espiritualidad tejida por la contemplación ardorosa de Cristo histórico como modelo de la persona. Contemplación que brota de una acción comprometida con el aquí y ahora, con el prójimo.

El Magis ignaciano que expresa el dinamismo de las personas en el que la búsqueda, el deseo, la libertad, el servicio y el amor tienen su origen. Un aspecto central de la espiritualidad ignaciana es el discernimiento, por ello se promueve la reflexión y evaluación constantes, en orden a alcanzar sus finalidades con mayor eficacia, adaptándose a lugares y personas.

En todo amar y servir

En la última de las meditaciones que propone San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, llamada Contemplación para alcanzar el amor, aparece por primera vez la petición de “en todo amar y servir”. Lo resaltante de esta meditación es que busca vincular la dinámica de los Ejercicios con la realidad que ha de vivir quien ha realizado los ejercicios. Busca cosechar el fruto de la experiencia espiritual con la finalidad de ubicarla en la realidad concreta e histórica del practicante.

Un amor que debe ponerse más en las obras que en las palabras. Un amor que se transforma en el eje transversal de toda misión educativa. Un amor que siempre quiere más que, como señala Karl Rahner, no conoce límites, está siempre abierto hacia lo alto para un pronto servicio… “en donde el criterio, ante toda circunstancia, es solamente deseando y eligiendo lo que más nos hace humanos, es decir, lo que más nos hace felices”. En otras palabras, el Magis ignaciano es en todo amar y servir.

La espiritualidad ignaciana propone fundamentar la educación en el amor que permite la revelación de una búsqueda y lucha interior de cada hombre por ser libre, pleno, fecundo y genuino. Amor que es una vocación en la que hay una constante tensión entre aquello que se quiere ser y lo que realmente se es. Ese amor que se transforma en camino por el que los profesores acompañan a los alumnos en su crecimiento y desarrollo.

Un amor que transforme a los hombres y a las mujeres, como resaltó el padre Arrupe: en seres para los demás. Hombres y mujeres equilibrados, intelectualmente competentes, abiertos al crecimiento, religiosos, amables y comprometidos con la justicia en el servicio generoso al pueblo de Dios (padre Kolvenbach) Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela