Tribuna

Ernesto Cardenal, poeta, místico, revolucionario

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En 1987, Afonso Borges promovió, como la primera actividad del Proyecto Sempre Um Papo, el lanzamiento de mi novela ‘O dia de Ângelo’, en el restaurante La Taberna, en Belo Horizonte. Le dije a Afonso que, al año siguiente, Ernesto Cardenal iría a Minas. Él le invitó a dar una conferencia en el Cabaré Mineiro, un restaurante que, de cabaret, solo tenía el nombre. Aun así, Cardenal, un ex monje trapense, reaccionó: “Pero, ¿en un cabaret?”.



Conocí a Ernesto en 1978 en su trinchera guerrillera sandinista, en los fondos de una de las seis librerías que rodeaban la Universidad Nacional de Costa Rica. Ya lo admiraba por su trabajo. Su En Cuba, relato de un viaje a la isla en 1970, había pasado de celda en celda en mis tiempos de cárcel en São Paulo, entre 1969 y 1973.

De familia rica

Hijo de una de las familias más ricas de Nicaragua, prefirió no seguir el camino de su hermano Fernando, quien se unió a los jesuitas. En 1957, el joven poeta se convirtió en monje trapense en los Estados Unidos. Durante dos años, tuvo como maestro al místico y escritor Thomas Merton. Al abandonar la vida monástica, estudió Teología en Medellín y, en 1965, fue ordenado sacerdote en Managua. Identificado con la Teología de la Liberación, comenzó a vivir en la paradisíaca isla de Solentiname, en un lago al sur de Nicaragua, donde compartió la vida comunitaria de pescadores y campesinos.

Ernesto no tenía nada de la figura estereotipada de un revolucionario: baja estatura, hombros anchos, una forma tímida de acercarse a las personas, ojos vivos detrás de las lentes blancas sobre la suave sonrisa… Uno diría que era un monje ingenuo y despreocupado si no fuera por la boina azul, similar a la del Che, derramando sus rizos plateados sobre sus orejas y nuca. Su chaqueta verde, sobre su bata blanca, se parecía a la de los oficiales cubanos.

Es el Reino de Dios

Su papel en el Frente Sandinista fue viajar por el mundo para denunciar los crímenes de Somoza y obtener apoyo político. Le pregunté cómo reconciliaba la contemplación con la actividad revolucionaria. “No se oponen –me dijo–. Uno puede trabajar para la revolución siendo contemplativo. En el sentido tradicional, existe una dicotomía entre acción y contemplación. Sin embargo, vivo la contemplación en acción”. Y enfatizó: “El único mensaje del Evangelio es la revolución, que Jesús llama el Reino de Dios, un requisito para superar todas las marcas de pecado, injusticia y opresión, hasta que solo el amor sea posible”.

Le pregunté sobre el carácter de su obra poética. Su respuesta no tiene precio: “En un poema que dediqué a Pedro Casaldáliga, digo que escribo por la misma razón que los profetas bíblicos, quienes hicieron de la poesía una forma de denunciar las injusticias y anunciar un nuevo tiempo”.
En febrero de 1979, nos reunimos nuevamente en Puebla, México, durante la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Persuadió a los obispos de todo el continente para firmar una carta contra la dictadura de Somoza.

Compromiso político

El 19 de julio de 1980, participé como invitado oficial en las celebraciones del primer aniversario de la Revolución Sandinista. Allí vi a Ernesto ya como ministro de Cultura. Cinco años después, en La Habana, participaría en la ceremonia donde lancé ‘Fidel y Religión’, junto a Fidel Castro, Gabriel García Márquez y Chico Buarque. La última vez que nos encontramos fue en La Paz, Bolivia, en 2008, cuando intelectuales y artistas latinoamericanos se unieron para expresar su apoyo al Gobierno de Evo Morales.

Ernesto fue un poeta aclamado internacionalmente, merecedor de varios premios literarios importantes. Uno de sus versos más famosos es este epigrama dedicado a Claudia, que reproduzco aquí: “Cuando te perdí, tú y yo perdimos: / yo, porque tú eras lo que más amaba, / y tú, porque yo era el que te amaba más. / Sin embargo, de nosotros dos, perdiste más que yo: / porque podré amar a los demás como te amé, / pero a ti no te amarán como te amaba yo”.

Canto al Universo

¡Su poema ‘Canción cósmica’, publicado en 1990, abarca 600 páginas! Es una descripción exquisita de la evolución del Universo y de toda la magnitud estética de la Creación, lo que llevó al escritor Sérgio Ramírez a describir el trabajo de Cardenal como “poesía científica”. El trabajo comienza con estos versos: “Al principio no había nada, / ni espacio ni tiempo. / Todo el Universo se concentró en el espacio del núcleo de un átomo / y, antes, incluso más pequeño, mucho más pequeño que un protón, / y, sin embargo, aún más pequeño, / un punto matemático infinitamente denso. / Y ocurrió el Big Bang. / La gran explosión”.

Y así termina su poema más extenso: “¿Y qué vemos cuando miramos el cielo nocturno? / De noche solo vemos la expansión del Universo. / Galaxias y galaxias, y más allá de más galaxias y cuásares. / Y detrás del espacio no veríamos ni galaxias ni cuásares, / sino un Universo en el que nada se había condensado, / un muro oscuro, / antes del momento en que el Universo se volviera transparente. / Y antes de eso, ¿qué veríamos finalmente? / Cuando no había nada. / En el principio…”.

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