Tribuna

En el origen hay un abuso de poder

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El abuso es expresión de una dinámica de poder, de supremacía y de dominación sobre una o más personas que se encuentran en una situación de fragilidad existencial y de dependencia. Puede deberse a la edad, a circunstancias de la vida o a necesidades emocionales o personales.



“Es difícil entender el fenómeno de los abusos sexuales a menores sin considerar el poder, ya que siempre son consecuencia del abuso de poder, de la explotación de una posición inferior del indefenso abusado que permite la manipulación de su conciencia y su fragilidad psicológica y física”, explicaba el Papa Francisco en el discurso de clausura del Encuentro para la protección de menores en la Iglesia de febrero de 2019.

El abusador elige a la víctima y se posiciona mediante un juego de poder sistemático en el que la manipulación afectiva y la reorganización perversa de la realidad cotidiana de la víctima son fundamentales. El abuso sexual viene de lejos, está preparado y precedido por un conjunto de actos de abuso de poder.

Es la punta del iceberg de un sistema de abuso prolongado en el tiempo. La manipulación lleva a la víctima al aislamiento, creando una barrera entre ella y el mundo para que el abusador ocupe una posición central y un poder absoluto en la vida de la víctima, reduciéndola al silencio.

Este hecho nos lleva a verificar constantemente las dinámicas relacionales que se establecen en nuestros contextos eclesiales y sociales en general. Sabemos, por ejemplo, que un estilo gerencial autoritario y restrictivo, marcado por reglas estrictas, que no implica realmente a los demás, no los informa y no los consulta realmente, difunde mensajes subliminales que excluyen a quienes ejercen la crítica. Pero incluso donde hay una falta de reglas y los roles no están claros, se crean relaciones en las que el riesgo de abuso de todo tipo es mayor.

La jerarquización excesiva favorece dinámicas en las que las relaciones de poder, no libres, se perpetúan fácilmente. Y si ya a la víctima le resulta difícil reconocer y admitir el abuso sexual, la identificación de los abusos de poder es aún más compleja, porque muchas veces se perpetran de manera sutil, en los recovecos de la dinámica en la que, por ejemplo, se margina a quienes no se escoran hacia un determinado pensamiento o adoptan una determinada forma de hablar y actuar.

Estas modalidades, especialmente en contextos grupales, deben ser erradicadas, y esto es válido para grupos parroquiales, grupos diocesanos y para todos los contextos comunitarios como institutos de vida consagrada, movimientos eclesiales y órganos e instituciones de la iglesia. Desde este punto de vista, la formación e implementación de protocolos adecuados se ha de reforzar con el fin de crear entornos y contextos adecuados para el crecimiento de las personas en un clima sensible y reactivo a cualquier centralización y uso distorsionado del poder.

El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha lanzado recientemente un decreto general que regula la duración de los mandatos de los elegidos para el gobierno central de los movimientos eclesiales, las asociaciones de fieles y las nuevas comunidades.

El estilo de servicio

Esta disposición en sí misma no es suficiente para garantizar que no se produzcan abusos de poder, sin embargo, es un paso significativo que indica cuál debe ser el estilo de quienes asumen la responsabilidad del gobierno en todos los niveles de la Iglesia, esto es, el estilo de servicio, que como tal no se apega para siempre a una tarea, sino que la ejercita e interpreta sin apoderarse de ella, promoviendo actividades basadas en la participación de todos y potenciando la aportación de cada uno. No olvidemos que en cada bautizado y bautizada hay, como hijos de Dios, ese instinto de fe que hay que alimentar y que los convierte en “sacerdotes, profetas y reyes” en la Iglesia.

La actitud de servicio sincera y humilde y de escucha nos protege de cualquier tentación de poder, del autocomplacimiento, del clericalismo del que habla también el Papa Francisco en la Carta al Pueblo de Dios y de explotar a los demás en beneficio propio o el propio placer a cualquier nivel. En contextos eclesiales animados por el servicio será muy natural establecer procedimientos de rendición de cuentas para una verificación ordinaria del cumplimiento de lo previsto y para abordar adecuadamente cada caso de abuso e invertir en la prevención.

Estos procedimientos deben involucrar a todos de manera transversal, es decir, a laicos, clérigos y consagrados para que vivan la dinámica de comunión propia de la Iglesia en la que todos los miembros actúan de forma coordinada según sus propios carismas y ministerios. La autoridad de un obispo, un superior religioso, un párroco o un responsable de cualquier realidad eclesial no se menoscaba en modo alguno si implementan procedimientos de rendición de cuentas; al contrario, la colaboración con todos puede constituir un modelo de activa cooperación entre todos los fieles en la vida de la Iglesia y un modelo profético para la sociedad civil en la que vivimos.

*Artículo original publicado en el número de enero de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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