Tribuna

El desgarro de la complicidad

Compartir

Esta semana, nuestra Iglesia recordó a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, mártir y santa, a San Lorenzo, diácono y mártir, y el 14 recordará a Maximiliano Kolbe, presbítero y mártir. En cada uno encontramos el don del martirio y la entrega suprema y sublime a nuestra casa y al mundo entero.



En nuestro país, Argentina, sumamos los que, al uso del Papa Francisco, podríamos llamar “los mártires de la puerta de al lado”.

Justamente, estamos leyendo en los evangelios de Mateo y de Juan a un Jesús que nos pide Fe y se empeña en salvarnos, mientras va obrando en medio de su Pueblo, mostrando cómo se hace. Hay más verbos que palabras en sus labios.

La niña y la paloma – Pablo Picasso

“Los mártires de al lado”

Hoy, “los mártires de la puerta de al lado” están clamando y nos interpelan. Seguimos contando muertos en todo tipo de situación y bajo las manos de quienes ya no distinguen edad, ni género, ni condición, ni actividad.

Después de tantas cruces en tantos cementerios, con nuestra historia cargada de muertes injustas por desapariciones, suicidios, guerras opinables, hambre, abortos, femicidios, pandemia y desigualdades, ¿podemos seguir mirando esto por las pantallas creyendo que los muertos nos son ajenos?

Los mártires del pueblo son nuestros sin discusión alguna y sin atenuantes para nuestra conciencia que trata de hacernos mirar para otro lado, con explicaciones tales como que los culpables son otros. Somos partícipes responsables del desgarro individual y social que imponen estas muertes. No podemos salir a decir de manera personal, con un individualismo aplastante: “yo no lo voté” o “no es mi responsabilidad, que se haga cargo el Estado”. Porque los libros de historia no registran el voto personal y al Estado lo formamos entre todos.

La responsabilidad de todos

Podemos releer el Catecismo y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia para recordar lo que significan las estructuras de pecado. Podemos retomar el desafío de entendernos como cuerpo con el pueblo todo. Ya lo recordó Francisco en la JMJ con su insistencia y casi a los gritos: todos somos todos. Todos.

Y somos corresponsables también de la educación que declina y se lleva por delante a los y las jóvenes que no estudian ni trabajan, de quienes después decimos que no somos culpables cuando delinquen. ¿Seguiremos tirando la pelota afuera?

Nuestro catecismo, en el número 2446 y a través de san Juan Crisóstomo, nos recuerda que es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia”.

Recemos, pero como cuerpo en salida, para la salida, por una salida activa y efectiva. Recemos, sí, para que el desgarro sea del velo que no nos deja ver y actuar en nuestras realidades y no de las muertes cotidianas que condenan nuestras vidas de manera plural y colectiva, y que sólo vemos pasar por las pantallas .

Con Dios, nuestra Iglesia es corresponsable y cocreadora. Nos salvamos todos juntos, con una Fe que verdaderamente mueva montañas y anclados sobre el Amor que lidera nuestra Esperanza.