Tribuna

De la curiosidad a la comunión

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No podía ser una simple casualidad: encontrarme con esta oportunidad de conocer y colaborar con otros artistas, redescubrir la fotografía desempolvando antiguas habilidades técnicas, pero, sobre todo, poder participar del evento de la forma más plena e intensa posible, dejándome guiar por la emoción y mis convicciones más íntimas.



Me parecía increíble que algo así estuviera a mi alcance y que pudiera ayudarme a reconectar y reconciliarme con ese Álex “artista” de 24 años, 24 años atrás, al que ciertamente he maltratado mucho, que consiguió licenciarse en Bellas Artes mientras descargaba aviones de madrugada, que no llegó a ejercer y que renegó tanto de sí mismo que incluso tardó ocho años en solicitar el título, por el dolor que suponía simplemente el volver a pisar la Facultad.

Este año estoy inmerso en una etapa de reciclaje profesional, de nuevo en la universidad para recuperar mi antigua vocación artística, y me está resultando realmente duro enfrentar a diario esta montaña rusa en la que la frustración y el gozo se suceden sin remedio.

Mi experiencia en el Observatorio de lo Invisible ha superado todas las expectativas, que ya eran muy grandes, al intuir el disfrute y desarrollo personal que me podría suponer esta genial propuesta de multitaller de artes plásticas y escénicas en el Monasterio de Guadalupe.

En mi caso, es justo decir que venía buscando la devoción y la fe que en otra época sí fueron mis grandes aliadas. Después de una larga etapa de alejamiento, llevo ya varios años reincorporándolas a mi vida, aunque de una forma no muy consistente (en parte, por la reciente pandemia) y fundamentalmente familiar, porque considero que es el principal vínculo que me une con mis dos hijas en este momento de su desarrollo.

Participación satisfactoria

Fueron seis días –pero que incluso cambiaría a siete si fuera posible– tremendamente intensos y con un final irremediablemente emotivo que no podré olvidar. No me resultó difícil madrugar un poquito más para asistir también a misa, algo que no había hecho nunca como un acto individual, y que consideraba un evento más de carácter familiar.

Cierto es que, mientras el primer día fue más por explorar y conocer la Eucaristía que se ofrecía en lugar tan señalado, el resto de los días fue sin duda un momento de participación y comunión sorprendentemente satisfactoria. Recientemente había aprendido algo de meditación para desarrollar la capacidad de ver lo positivo y centrarme en mis capacidades. ¡Qué curioso, estos días he sentido que seré capaz de todo lo que me proponga, con ayuda claro está!

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