El Hombre en Busca de Sentido de Viktor Frankl es, a mi juicio, uno de los más importantes que se publicaron en el siglo XX. Una obra impresionante e imprescindible, donde, además de describir las monstruosidades de los campos de exterminio, expone, por un lado, todo el proceso psicológico antes, durante y después del internamiento, y de modo extraordinario cómo se podía sobrevivir en aquel infierno.
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Un libro que muestra la poderosa potencia que existe en el interior de todo ser humano. Una potencia que brota del amor, como señala en el capítulo titulado Cuando se ha perdido todo. En sus líneas comprueba una verdad dispersa en la poesía y en la filosofía: «el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre» y es allí, en el amor, donde el hombre puede hallar su salvación.
Vivimos un tiempo líquido, es decir, como señaló Zygmunt Bauman, un momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros ancestros, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador. Tiempo en el que pareciera que se ha perdido todo o, al menos, los constitutivos más importantes para la vida como, por supuesto, el amor. El amor también se ha vuelto líquido. Un amor pasajero, que surge, fluye y no queda retenido, simplemente pasa.
La encíclica Dilexit Nos
Ante un mundo acomodado a la superficialidad, poco auténtica y consumista comprensión del hombre y la realidad, el Papa Francisco ha apostado por un volver al corazón. Buscar en el interior, por medio del corazón, la verdadera riqueza y libertad de espíritu. Redescubriendo en esa búsqueda volver a contemplar nuestro rostro desde la esencia del amor de Cristo, ya que, frente a las guerras, desigualdades socioeconómicas y un consumismo desenfrenado, afirmando que «solo su amor hará posible una humanidad nueva». Un amor que muestra a los hombres su cercanía, compasión y misericordia hacia cada persona.
Cuando todo parece perdido, el Sagrado Corazón de Cristo late de vida y de amor, y busca, por medio de sus latidos, hacerse presente en la dinámica actual, puesto que es el único camino posible para acceder a un amor capaz de trascender la persona física encontrando su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo más íntimo, así lo destaca Frankl. El Papa Francisco nos trae desde el corazón mismo de la fe católica un camino para que no renunciemos al amor. Un amor dispuesto a sanar nuestras heridas más íntimas y profundas. Un amor que amó primero, que amó siempre, que nos espera dentro de nosotros donde siempre ha estado.
Cuando se ha perdido todo
El sacerdote checo Tomáš Halík, ganador del Premio Templeton, ha escrito un libro titulado Tocar las heridas. Parte de una premisa. La experiencia básica de la humanidad es que el mundo no es seguro, nos falta amor, nos herimos constante y gratuitamente unos a otros, somos rechazados, no estamos en comunidad, no somos puros. Nos duele el corazón. La herida del corazón humano a menudo nos aleja de Dios o de nosotros mismos. En el fondo de nuestro corazón hay oscuridad, dolor, soledad. Estamos rotos por dentro y lo estamos porque fuimos hechos para el bien, pero hemos optado por el mal. Algo dentro del hombre experimenta ese desarraigo ansiando regresar a lo que verdaderamente es.
No se ha perdido todo. Recordando el hermoso mito de Orfeo y Eurídice, por amor, Cristo bajará hacia lo más oscuro de nuestro oscurecido corazón para devolverle su luz, aquella luz originaria que lo hacía lugar de la sinceridad, y no estas tinieblas espesas de apariencia, disimulo y engaño. Penetrará hacia el corazón de nuestro corazón haciéndolo su trono para que “los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón”, señala el Papa Francisco. El mundo puede cambiar desde el corazón. El mundo cambiará desde el corazón. Paz y Bien, a mayor gloria de gloria.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela