Tribuna

Cercanía… a Dios: un continuo despertar

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Despertar. De eso se trata. Despertar y mantenerse despierto. No intentar acercarse a Dios, sino despertar a su cercanía, atender a ella. Ir más allá del sueño de lo inmediato y atender a su presencia y a su voz en la Escritura, en los gestos sacramentales, en las personas y en la creación.



Yo, que me dedico fundamentalmente a la teología y a la predicación, experimento de continuo hasta qué punto es fácil quedar absorto en mis palabras, seguramente otros curas podrían decir absortos en sus acciones, sean caritativas o sacramentales. Y hasta qué punto es fácil quedar preso de las propias ideas y opciones, de los propios intereses (ocultos u ocultados), como si lo sentido y lo vivido fuera la verdad y no una expresión, la mayor parte de las veces superficial, de la vida, e interesada casi todas, que necesitamos para sentirnos alguien.

Sin embargo, todo pasa, y la presencia de Dios se nos ofrece como un abismo, en apariencia vacío, donde, por eso mismo, no podemos apoyarnos de manera inmediata. El abismo que nos entrega a nuestra verdadera realidad, arraigada siempre en la nada y en el pecado y, a la vez, de un valor irreducible arraigado en la llamada gratuita a la existencia y en el ofrecimiento y la posibilidad sorprendentemente de ser expresión de lo eterno.

La relación con Dios para mí no es más que la relación, no siempre fácil, con quien define mi verdad ofreciéndome una posición para ser y mirar: el Evangelio, que no es solo una forma de vivir, sino la revelación de una forma de comprender el mundo, la del que se reconoce arraigado en un amor eternamente presente que cimienta las posibilidades continuas de lo humano.

Confiar, amar, esperar

Mi relación con Dios es un continuo despertar para dejar atrás las ataduras de las inercias empequeñecedoras que nos damos a nosotros mismos para vivir tranquilos o seguros; para no someterme a los presupuestos basados simplemente en la biología, la sociología, la cultura e incluso la religión, porque todo esto es pasajero, aunque haya que vivir sin abandonarlo. Despertar al fondo vivo que me llama de continuo a confiar, a amar, a esperar en medio del claroscuro de la vida.

Despertar entregándome, con tiempos concretos, al silencio para decir que no solo hay mundo, habitualmente agarrado a la repetición de la palabra “Señor”; o repitiendo como un mantra mientras voy al trabajo y vuelvo de él alguna frase que el evangelio del día me ha ofrecido; o escuchando canciones religiosas en el coche o dejándome llevar por canciones en inglés de las que tomo una palabra haciendo que construya con la música un diálogo amistoso con Dios; y escribiendo, escribiendo y releyéndome desde Él en lo que escribo.

(…)

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