Tribuna

Caminemos juntos, pero… ¿hacia dónde?

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El ser humano camina y así abre brechas. Pero, muchas veces al hacerlo, lo que encuentra es que lo que ha logrado como dicen en pueblo, es quitar los “matojos y bejucos” que tapaban los caminos viejos. Un día descubre que ha caminado su vida por donde mismo lo hicieron sus antepasados. Las más de las veces, nuestros pies vuelven a marcar la tierra donde dejaron sus huellas nuestros ancestros.



El sol que hoy nos ilumina es el mismo sol de cuando Adán despertó sobre la faz de la tierra. La Luna y las estrellas son las mismas que estudiaban los astrónomos del antiguo Egipto y Mesopotamia. Fue estudiando esas estrellas que, hace miles de años, desde el norte de lo que hoy se conoce como Irán (entonces Persia), unos sabios dejaron sus casas para emprender el camino siguiendo una estrella maravillosa para ir a rendir homenaje al mesías que había nacido en Belén de Judá.

El mismo camino que recorrió Abraham para llegar a Egipto, fue el que usó José para llevar allí al pueblo hebreo y el mismo que usó San José con la Virgen María para salvar al Niño Dios del “poderoso” y sanguinario Herodes.

¿Para qué vamos?

Caminamos en la vida por donde mismo caminaron nuestros padres y pasamos por las mismas etapas de la vida. La pregunta es para dónde vamos. ¿Vamos camino de Belén para  “adorar” al Niño como los Magos o vamos hacia Belén para “ser verdugos” en compañía de Herodes? ¿Para qué vamos? ¿Vamos al templo para pedir perdón por nuestros errores y compartir la bondad, o vamos para la necedad de criticar las vidas ajenas? ¿Caminamos juntos en la comunidad para luchar por la justicia como hermanos, o para ser “cómplices de la opresión” y la humillación de los pobres comportándonos como servidores de los demonios se creen reyes de este mundo? ¡Alerta! Sería bueno que a estas altura del camino hagamos una intensa introspección que nos ayude a entender hacia dónde vamos y para qué vamos. ¡Revisar nuestro propósito en un tiempo tan crítico es urgente!

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¡Ay, ay, este mundo! No hay que esforzarse demasiado para saber dónde están las injusticias y de dónde vienen. No requiere mucha ciencia para conocer que los que rinden culto a las riquezas desprecian a los que viven en la pobreza. No hay que saber mucha psicología para darse cuenta de que el otro ser humano no debe ser el blanco de nuestras iras, ni el trapo para limpiarnos los pies. Sin saber mucho de economía, podemos darnos cuenta de que la comida que a una pequeña parte del mundo le sobra, a la inmensa mayoría de los pueblos le falta.

Jesucristo, el maestro nos enseñó que cuánto hagamos por los más necesitados, por él lo habremos hecho y que basta con que dos o más estemos reunidos en su hombre, Él estará en medio de nosotros.

Así caminaron José y María hacia Belén. Así pasaron la “zarza y el guayacán” por aquella ruta dura. Así llegarían tan pobres que nadie les quiso hospedar. Pero así fue grande su alegría porque sabían que llevaban “a todo un Dios poderoso”.