Tribuna

Caminar con esperanza

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Una de las experiencias más duras frente a cualquier situación es cuando sentimos que ya es demasiado tarde. Esa experiencia muchas veces se combina con la “esperanza rota” de pensar que ese “demasiado tarde” llegó “muy temprano”. Como hemos visto en nuestro querido Puerto Rico, duele mucho ver a una madre llegar al hospital con su hijito y presenciar como su vida se apaga, como parte de ese mundo en el que no vivimos la responsabilidad ética y cristiana. Pero si mucho duele verlo, más duele para quien lo vive.



Esas experiencias tan dolorosas no se limitan a los seres más queridos. También la vivimos cuando se nos acaba aquello que amamos, sea lo que sea. Las sufrimos muy adentro cuando nos hemos esforzado por resolver un problema y la cosa termina mal y antes de lo que esperábamos. Tan fuerte es el estremecimiento, que a veces el ser humano estalla en ira contra la sociedad, contra el mundo… y hasta “contra Dios”.

A veces miramos los problemas de aquellos a quienes nos toca ayudar, sean los parientes, vecinos, los feligreses de nuestra parroquia o los compatriotas y nos preguntamos por qué no se hacen las cosas que el sentido común mandaría. ¡Qué triste es ver mujeres abusadas inmóviles, rendidas ante abusadores cobardes que las golpean a cada rato! ¡Qué triste es ver un pueblo esclavo “buscando maneras para no liberarse” de las cadenas opresoras!  Ese dolor me llega hasta el tuétano. Me duele mi América Latina esclava del salvajismo del “imperio capitalista de Estados Unidos”. Me duelen los muchachos de las barriadas sometiéndose como corderos a las promesas falsas de los contrabandistas. Me duele ver a hermanos pobres dispuestos a lamer las cadenas que los oprimen con la ilusión de que algún día ellos podrán entrar al círculo exclusivo y asqueroso de los magnates opresores. Me duele y continuaré trabajando para “desenmascararlo”.  Jesús, nuestro maestro así nos enseñó.

¿Estoy hablando demasiado claro? Pues sepan que todavía me falta. ¿Estoy entrometiéndome en la política? Pues vale la pena que advierta lo mismo, que todavía me falta. Nadie espere que este “cura” no tiene la más remota intención de callar mientras mi mente y mi corazón me digan que debo alzar mi voz con la esperanza de que así ayudo a que no llegue el “demasiado tarde” y mucho menos, que el desastre llegue “demasiado temprano”. Es decir, mientras haya algo que podamos hacer ante los problemas, hay que hacerlo. No quiero un Puerto Rico, un caribe, una Latinoamérica, una humanidad destruida. Y les invito para que superemos el ritmo de desgaste y destrucción acelerada que llevamos. En nombre de Dios, no nos detengamos en la lucha por la justicia y la Paz.

Es muy triste ver cómo cristianos “devotos” creen que, buscando soluciones individuales a los problemas colectivos, se libran de tener que vivir la misma suerte que los demás y dicen, como si fuera una gran sabiduría, que la salvación es individual. Pero Dios dijo que no es bueno que el hombre esté solo. Dios nos creó a todos hermanos y nos hizo a todos responsables de todos los demás. ¡Somos comunidad!

Somos co-responsables

A Puerto Rico es común escuchar que los puertorriqueños le llamemos “el terruño”, que es una expresión cariñosa para la tierra que nos vio nacer, le digo que es también como si dijéramos que es la tierra que llevamos en nuestro corazón. Pues mi terruño vive experiencias que a muchos le hacen pensar que ya es demasiado tarde, yo digo que es muy pronto para decir eso. Veo a los que luchan por salvar nuestras costas, la protección del medioambiente, los que luchan por sacar al “emporio privado de energía eléctrica” llamado “LUMA Energy”, veo a los que luchan por la educación pública, en defensa de la universidad del pueblo, por librarnos del coloniaje, por tantas causas sociales y me digo que falta algo. Me parece que hay que superar la actitud de derrotados y movernos, en los hogares, las comunidades entre “vecindarios y campos” y los pueblos a organizar la lucha de todos, la lucha por el bien de todos. Aquí hace falta mucha gente. Como dice la canción:

“Agárrense de las manos Unos a otros conmigo. Juntos podemos llegar donde jamás hemos ido”.

Afirmo una vez más que aquí lo que hay que hacer es mirar a nuestros montes y ante la pregunta ¿de dónde nos vendrá el auxilio?, proclamar a todo pulmón: ¡EL AUXILIO NOS VIENE DEL SEÑOR, QUE HIZO EL CIELO Y LA TIERRA! Es la voluntad férrea de que, por más que lloremos, no nos rendimos, aunque, como pasó en la gigantesca marcha del verano de 2019 en nuestro Puerto Rico, tengamos que dar “un paso, por cada lágrima”. A eso llamo, caminar con esperanza. ¡Volvamos a luchar! Regresemos al amor que marca las calles de nuestro pueblo con un corazón comprometido. ¡En nombre de Dios, venceremos!

¡Continuemos el camino juntos! No nos detengamos… no te detengas Puerto Rico, no te detengas caribe isleño… que no se detenga nadie.