Tribuna

Ante el coronavirus… ¿rezar sirve de algo?

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No cabe duda de que estamos viviendo días malos. Y más cuando la enfermedad o el fallecimiento de un ser querido, golpea a las puertas de nuestras casas, comunidades, espacios compartidos, etc.



Y en muchos casos desde varias instancias, se nos invita a no cejar en nuestro empeño, para que los que creemos en Dios Padre bueno, insistamos en la oración para que esta situación no se prolongue mucho y que ese mismo Dios, al que elevamos nuestros ojos, acoja con cariño, como él sabe, a los que dejan este mundo por la enfermedad que nos asola y dé consuelo y fortaleza a los que padecen el efecto del contagio.

Con todo, y desde una mentalidad muy racional, acaso muchos pueden echarnos en cara que “mucho rezar, pero Dios no hace nada por disminuir esta pandemia”. Me quedo un poco extrañado de que algunos piensen así, aunque son muy libres de hacerlo y no les voy a enmendar la plana. No.

Pero sí se me ocurren algunas reflexiones al hilo de la “eficacia” de la oración en estos momentos de sufrir la pandemia. Es verdad que no por rezar más (o dedicar más tiempo a ello), parece que disminuye la voracidad del virus. Pero se me ocurren estas reflexiones (alguno dirá que menos reflexiones y más actuaciones prácticas). Vale, lo acepto, pero ¿está reñido que uno piense como sigue, no para acallar la conciencia sino con el ánimo de aportar, si se puede y vale, algo de consuelo? Por eso lo hago.

¿Quién es Dios?

1.- A Dios no se le puede manipular burdamente como si fuera automático que, rezar, orar con mucha fe, nos respondiera a nosotros disminuyendo la pandemia. Dios se convertiría en un “títere” a merced de nuestros caprichos; pues lo que hoy es una necesidad, mañana podría ser un antojo. Y si no nos lo concede “nos enfadamos” con Él. No, no puede ser ese el Dios en quien creo.

2.- Dios es mucho más que nuestros deseos. Y nos ha dejado tanta libertad, tanta, que desea que seamos nosotros los que vayamos aclarando lo que nos pasa, encontremos remedio a lo que nos sucede, seamos capaces de desplegar toda la iniciativa a nuestro alcance para paliar las situaciones que más daño hacen, como la que estamos viviendo. ¡Nos respeta!, aunque algunos puedan pensar que está ausente de nuestros desasosiegos y quisiéramos verle actuar de manera más directa. Pero, entonces, si este Dios que nos ha dado algo tan valioso como la libertad, cuando viera que andamos mal, ¡que actúe! y ¿cambie su promesa? Volveríamos a pensar que es un Dios marioneta del que no nos podemos fiar.

3.- Yo rezo y traigo a mi recuerdo a las personas que sufren, que mueren, que pasan por una situación angustiosa de trabajo o pérdida de tranquilidad ante el futuro. Y le digo a Dios “que no se olvide de ellos”. ¡Valiente pretensión!, pienso yo, porque ¿cómo Dios va a olvidarse de ellos, especialmente de los que peor lo pasan? Pero el hecho de recordarlos, de traerlos a mi memoria en un momento de oración, me hace mas solidario, más pequeño, me une más a ellos. Y eso no me tranquiliza con solo pensarlo, sino que estimula mi capacidad de verme hermano de ellos, aunque ¡no pueda hacer nada por devolverles la vida o la salud! Pero no es un gesto inútil; sí es fraterno (en eso de “… entra en tu habitación y tu Padre que ve lo escondido, sabrá cómo actuar…” Mt 6,4).

4.- Pero hay otra cosa que en estos días llevo pensando y actúa de acicate en mi oración por todos. Decía que traerlos al recuerdo en la presencia de Dios no los cura. Pero imaginaba esa otra situación que hoy, por desgracia, vivimos acaso menos de lo que se pudiera por elementos de contagio. Decía que me imagino a ese ser querido que está en la cama, entubado o detrás de una mampara y que ha visto (o sabe) que ahí detrás o en casa hay alguien que está pensando en él… Que no le va a curar, pero sabe que está ahí, presente o ausente. Ahí. Aunque el enfermo no se dé cuenta, quizá.

Y me he imaginado que, en este caso, no soy yo el que va a la capilla a rezar, a encontrarme con Dios, sino que Dios viene a encontrarse conmigo. Y aquí viene lo grande: en ese recuerdo que tengo por los que lo están pasando peor, Dios viene a encontrarse con ellos, gracias quizá a mi recuerdo (sin manipular a Dios, sino suponiéndolo) y está con ellos, al lado de la cama, sin decir nada, sin “contagiar” nada como el padre, la madre o el ser querido al lado de la cama del enfermo.

Supongo que no es cuestión de espacios, de aquí o allí, o acaso sea una construcción mental mía, pero como no puedo despojarme de mi ser humano, me vale pensarlo así. Dios viene a visitarme. Dios viene a visitar a los que recuerdo. Dios se hace presente a los que sufren. Entramos en comunión en presencia de Dios. Dios sigue dejando hacer. Está ahí al lado. Sin más. Casi nada, tan humano que solo Dios puede estar así. Pero su recuerdo creo que puede consolar, como consoló en el trance fuerte la muerte a Jesús, cuando se sintió solo. “… pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42) y Jesús no se libró de morir…

Por eso, me parece que es bueno rezar por los que lo pasan peor estos días. Al menos, a mi no me consuela, pero creo que me hace un poco más fraterno y hermano de los que sufren, aunque no les conozca. Me basta saber que Dios les visita y acompaña, en silencio. Pero ahí está, aunque no se note.

Al menos lo creo así y voy a seguir haciéndolo así. Es una forma de arrimar el hombro. Si os vale a otros, adelante. Si no, pues no hay problema.