Nada influye más en cómo nos sentimos y vivimos que la imagen que tengamos de Dios. Si pensamos que es un juez siempre atento a nuestros fallos, viviremos en el temor. Si creemos que es una especie de abuelo bonachón al que todo le parece bien, nuestra existencia carecerá de orientación. La fe cristiana nos transmite una imagen de Dios: creemos que es como Jesús, no solo porque Jesús nos habló elocuentemente acerca de Dios y su Reino, sino porque él mismo es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”. Estas palabras fueron añadidas por el Concilio de Nicea al Credo de los apóstoles hace ahora 1.700 años. Nos hablan de Jesús, pero también de quién es Dios.