Editorial

Una formación integral y sincera

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La edad media de quienes dan un paso al frente para ser sacerdotes o formar parte de la vida consagrada aumenta. El contexto sociocultural lo propicia, al igual que se retrasa la entrada en el mercado laboral o el momento de casarse. Las grandes decisiones vitales se van posponiendo, lo que a priori aporta más experiencia al discernimiento, pero también más heridas en la mochila.



Las que antes se denominaban vocaciones tardías y se consideraban un fenómeno excepcional, hoy en algunas latitudes son las únicas. Esto exige a la Iglesia preguntarse si la pastoral vocacional y los planes formativos responden a esta realidad creciente.

Más allá de las especificidades que podrían vincularse a la edad, uno de los elementos clave que se presenta en cualquier aventura formativa, ya sea en una congregación femenina o en un seminario diocesano, es el trabajo de la interioridad y la afectividad. Así lo ha manifestado el papa León XIV en el encuentro que mantuvo el 24 de junio en la basílica de San Pedro ante quienes participaban en el Jubileo de los seminaristas. “Sin vida interior no es posible vida espiritual”, remarcó el Pontífice agustino, que subrayó la importancia del “entrenamiento para aprender a reconocer los movimientos del corazón”, con un aviso a navegantes por “las emociones rápidas e inmediatas”. Ahí juegan un papel fundamental los agentes de pastoral juvenil, para acompañar y no dirigir, para sugerir y no imponer. La alerta papal fue más allá, al exponer que solo desde la búsqueda de la autenticidad podrán evitar “ponerse máscaras”.

Jubileo de los seminaristas

No resulta baladí esta apreciación papal para situarse frente al espejo sin filtros, alejando la tentación de esconder, arrinconar o maquillar la fragilidad o cuestiones tabú. Porque todo aquello que se ignore o evada en el tiempo inicial de la formación, acabará erosionando más pronto que tarde no solo esa vocación, sino que arrastrará a la persona entera e, incluso, a la comunidad. En este sentido, no hay que ignorar una de las preocupaciones manifiestas de Francisco: cómo las ideologías se cuelan en algunos seminarios y noviciados, en unos casos propiciadas por los propios formadores; en otros, con asesores paralelos que se acaban convirtiendo en los verdaderos mentores, con una deriva palpable en algunos presbiterios.

Ante este escenario, el papa Robert Prevost reivindica “un corazón manso y humilde como el de Jesús”, que asuma “los sentimientos de Cristo, para progresar en la madurez humana, sobre todo afectiva y relacional”. O dicho de otro modo, una formación integral y sincera, a la luz de un Evangelio que no precisa aditivos para ser la auténtica hoja de ruta de cualquier discípulo misionero, tenga los años que tenga.

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