En los seminarios de las diócesis españolas hay más de un millar de seminaristas. En este curso, 86 completaban su etapa de formación para ordenarse sacerdotes, mientras que los ingresos han llegado a los 239.
- EDITORIAL: Una formación integral y sincera
- PROTAGONISTA: María Fernández: carmelita descalza a los 54 años
- EN PRIMERA PERSONA: Javier López: hermano de la Salle a los 40
- OPINIÓN: Llamar sin límite de edad, por Miguel Ángel Iñiguez
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Estos datos, que recopila cada año la Subcomisión Episcopal para los Seminarios de la Conferencia Episcopal Española, tienen múltiples lecturas. Por ejemplo, el número de nuevos ingresos contrasta con el año anterior, cuando hubo 177 –un curso con menos ingresos, en el que, además, hubo un mayor número de abandonos, 106, frente 86 de este curso 2024-2025–.
Otro dato que marca la diferencia respecto a la tradición, más allá de la bajada general de las últimas décadas -aunque se hayan recuperado las cifras de 2021–, es la edad de los seminaristas.
Si la edad media de los seminaristas en España oscila entre los 25 y los 31 años, es porque los datos muestran que, en la diversidad de historias vocacionales que confluyen en estas comunidades formativas de los curas del mañana, van entrando cada vez más seminaristas que llegan tras haber realizado sus estudios superiores o, incluso, de haber pasado una buena parte de su vida en el mundo laboral.
Lo que hace años era una excepción aislada va naturalizándose en los seminarios y está impulsando una pastoral vocacional más amplia de la que se pueda hacer con los monaguillos o los grupos de la pastoral juvenil. Lo que en un tiempo se consideraban “vocaciones tardías” son ahora, en muchos casos, la nueva normalidad de los seminarios occidentales.
Desde 2020, Salvador Bacardit Fígols es el rector del Seminario Mayor y Menor de Barcelona. En este centro formativo conviven seminaristas de varias edades. Cada vez es menos habitual el acceso directo desde el Bachillerato, y el grupo mayoritario es el de aquellos que ingresan después de hacer algunos estudios superiores o tener alguna experiencia laboral.
Aunque también hay quienes han llegado al seminario después de un proceso más largo. “Conviven muy bien y los seminaristas son de distintas edades y procedencias”, relata. En cuanto a la variedad de edades, Bacardit la compara a la de los matrimonios actuales, que aumentan casi proporcionalmente y se comprometen más tarde que en el pasado.
El hecho de tener a seminaristas más adultos obliga en ocasiones a ajustar el plan académico de quienes han hecho algunos estudios previos relacionados sobre todo con la filosofía o las humanidades, pero, destaca el rector, “la formación espiritual es la misma para todos, ya que están comenzando una nueva etapa en su vida”.
Ahora bien, para los formadores, constituye un reto y, al mismo tiempo, una riqueza hacer el acompañamiento con quienes han vivido más experiencias.

Gerardo Velázquez y Renatto Giovanni, seminaristas de Barcelona
Una ventaja
Para el rector, esta variedad en el seminario no es un problema, es más “una ventaja para la convivencia, puesto que hay un enriquecimiento mutuo, porque los seminaristas se complementan desde sus diferencias”.
Ante esta realidad, recuerda que en el pasado se pensó incluso en hacer un seminario específico para vocaciones tardías reuniendo a adultos de toda España, algo que, aunque ha estado varias veces sobre la mesa, no se ha llegado a poner en práctica, en parte porque desconectaría a los candidatos de la realidad de sus respectivas diócesis o de los que van a ser sus compañeros de ministerio.
Y es que, en el de Barcelona, Gerardo Velázquez y Renatto Giovanni han entrado cumplidos los 40 años, porque, como dice Giovanni ,“el Señor cuando te llama no ve qué edad tienes”. Él empezó a plantearse cuestiones de fe al recibir la confirmación con 18 años, y eso que fue a catequesis para prepararse para el sacramento por acompañar a una chica que le gustaba mucho entonces. Pero surgió una inquietud que mantuvo mientras estudiaba informática y comenzó a trabajar, aunque con el tiempo se fue enfriando. Hasta que un domingo acudió a la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, en el barrio de Sant Crist de Badalona, donde coincidió con un sacerdote que también había entrado en el seminario a una edad avanzada.
Por su parte, con 46 años, Velázquez vive con emoción su experiencia como seminarista –aunque siendo adolescente casi llega a entrar en él–. Originario de México, llegó a Barcelona en 2003 tras pasar por Francia, donde trabajó fundamentalmente como profesor de español. Una experiencia vital que no tiene nada que ver con las de la mayoría de sus compañeros, que están entre los 20 y 30 años.
“En toda mi vida hice bastantes cosas, buscaba un camino, otro, pero nunca hubo esa compenetración con mi trabajo, con la gente, como la que tengo ahora”, señala a Vida Nueva, al recordar que en esas estaba cuando llegó la pandemia del COVID-19. Trabajaba en un hotel y se quedó en la calle de un día para otro. “Se te viene el mundo abajo, parece que se te acaba la vida”, sintió.
Entonces, empezó a acudir a la iglesia de su barrio, la parroquia de San Pío X de Barcelona, donde, tras participar en algunas experiencias, comenzaría a colaborar como sacristán con la llegada de las celebraciones de la Semana Santa. Así, empezó a conectar con la vivencia religiosa que había tenido de niño en su familia.
Aunque reconoce que “ha sido todo un poco como comenzar de nuevo”, siente que lo que vive “es el sueño de Dios, no el de uno mismo”, y cree que puede “aportar mucha esperanza a una sociedad que necesita ser bendecida con ella”. Por ello, piensa ahora en la emoción de su madre ante su futuro como sacerdote, “ella que, como santa Mónica, nunca ha dejado de rezar por mí”, apunta.
Al llegar al seminario, lo hizo con “un poco de temor por si podría integrarse bien”, pero, contemplando la experiencia, confiesa que “ha sido fácil”. En este ambiente ha comprobado que la “llamada sigue vigente” y ha completado todo un proceso de “búsqueda de sentido y orientación” que comenzó al darse cuenta de que había aspectos de su vida que le daban satisfacción cuando “solo buscaba divertirse y pasárselo bien”.