El lunes 9 de junio, la Fundación Pablo VI acogió un acto público de petición de perdón convocado por la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) de la mano del colectivo ‘Las desterradas hijas de Eva’, que aglutina a un grupo de víctimas que permanecieron internadas en algunos centros eclesiales, dependientes del Patronato de Protección a la Mujer. Este organismo se puso en marcha en 1941 durante el franquismo y perduró hasta 1985, con una red de reformatorios en los que se cometieron todo tipo vejaciones a mujeres que se consideraba “inmorales” dentro de los parámetros del nacionalcatolicismo: madres solteras, lesbianas, simplemente rebeldes…
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Desde hace tiempo, las congregaciones que estuvieron vinculadas al Patronato han llevado a cabo un análisis histórico sincero y crítico, abriendo canales de escucha, abrazando el dolor de las internas y reforzando sus protocolos de prevención a presente y a futuro. En este camino, desde hace un año, la CONFER abanderó un diálogo abierto con las supervivientes para entonar un mea culpa que ratificaba la apuesta por la justicia y la reparación y el rechazo a toda forma de vulneración de los derechos humanos ayer, hoy y siempre.
En este tiempo, según ha podido confirmar ‘Vida Nueva’, se han ido tejiendo redes de un encuentro que se tradujo en un guión para el acto consensuado hasta el más mínimo detalle. Así fue hasta que comenzó. Tal y como constató esta revista de primera mano, la comprensiva rabia e indignación de quienes han sufrido las letales consecuencias de estos centros de reclusión se vio empañada por otros intereses ideologizados y mediáticos.
La confianza depositada por la CONFER en la promotora de la cita y su equipo se vio truncada por un acción programada que desembocó en un boicot: un rechazo de plano al perdón verbalizado y materializado en acciones concretas. Tal fue el desconcierto generado, que frustró el final y abrió una división entre las propias víctimas, que vieron cómo se instrumentalizaban de alguna manera sus heridas.
Mirada misericordiosa
Hay quien podría pensar que la convocatoria como tal ha sido un fracaso. Nada más lejos de la realidad. Justo al concluir el evento y con la tensión latente, el propio presidente de los religiosos, Jesús Díaz Sariego, acogía la protesta como “expresión comprensible para expulsar la rabia” acumulada dentro de un largo trecho de sanación.
Esta mirada misericordiosa, que implica poner la otra mejilla al estilo de Jesús, aun cuando deje un aparente sabor a humillación y traición, es el sello de la vida consagrada, que no tiene miedo a reconocerse en el espejo de la memoria para reforzar su inequívoco compromiso desde el Evangelio en defensa de la dignidad y los derechos de toda mujer vulnerada.