Se presentaba como un acto de perdón hacia las víctimas de los reformatorios con titularidad eclesial que, entre 1941 y 1985, estaban vinculadas al llamado Patronato de Protección de la Mujer. Es más, desde hace más de un año la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) había establecido un diálogo con la asociación de supervivientes ‘Las desterradas hijas de Eva’, para iniciar un proceso de reparación que incluía un acto público.
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Así se llegó ayer al auditorio de la Fundación Pablo VI, tras múltiples reuniones para detallar el guion del evento “en un clima de confianza”, según ha podido confirmar Vida Nueva. Sin embargo, todo se fue al traste cuando las tres religiosas que entonaron el ‘mea culpa’ en nombre de toda la Iglesia remataban sus palabras, que incluían además una batería de medidas como la apertura de los archivos para que cualquier mujer damnificada pudiera encontrar respuesta a lo que padeció.
Ni olvido ni perdón
En ese momento, después de que una persona del público increpara a una de las consagradas, Consuelo García del Cid, la promotora de ‘Las desterradas hijas de Eva’ se levantó con un folio en el que se leía la palabra ‘NO’. Todos los objetivos y los focos de los medios presentes se dirigieron a su persona. En pocos segundos, otras mujeres levantaron carteles similares, unos rotulados por ellas mías, pero, otros tantos, la mayoría, repartidos por algunas de las activistas presentes en la sala de manera programada. A la par, se coreaban dos consignas: “Ni olvido ni perdón” y “Verdad, justicia y reparación”.
De esta manera, García del Cid, que había sido aclamada desde su llegada a la sala, se negaba a acoger ese perdón que, en teoría, había fraguado en las reuniones con la CONFER. “Es una emboscada en toda regla”, comentaba alguien al ver el despliegue. En ese momento, se dio por finalizado el evento, cuando todavía faltaba un gesto para visibilizar el perdón y el homenaje a las víctimas con unas rosas blancas.
La ex ministra de Igualdad, Irene Montero, se sumaba a los gritos junto a la periodista Cristina Fallarás, mientras que la actual ministra del ramo, la socialista Ana Redondo, con rostro de sorpresa, permaneció sentada y se negó a secundar la protesta y no cogió papel alguno.
Como un despojo
Antes de este inesperado final, al menos para los religiosos presentes en la sala, en el auditorio se escuchó el testimonio de algunas de las víctimas. “Me recibieron como un despojo y mi trataron como una miseria humana”, entonaba otra de las supervivientes. “Vi muertes de bebés”, señalaba la siguiente. Y así una tras otra durante varios minutos: “Solo recibí insultos y recriminaciones”, “La comida no se la comían ni los cerdos”, “Fue testigo del suicidio de Angelines”, “Lo que había en el reformatorio eran abusos”, “Fue una anulación como persona”, “Entré siendo una niña creyente y salí atea”, “Aun siento escalofríos cuando veo a una monja. Yo no perdono”, “A las dos semanas pensaba en quitarme la vida”…
Tras un largo aplauso en homenaje a las mujeres, García del Cid repasó otros tantos episodios dolientes, desde “detenciones ilegales” hasta “bofetadas y palizas”, pasando por las “desapariciones forzosas”. Su denuncia sobre los reformatorios no fue solo contra la Iglesia, sino también contra “el Gobierno de España y del Ministerio de Justicia”. “Nos deben diez años de vida de democracia”, señaló, puesto que el Patronato estuvo abierto hasta 1985. “Las supervivientes hemos convertido el dolor en causa”, comentó, añadiendo un grito más a la causa con la mirada puesta en la entonces Maternidad de Peñagrande: “¡Robos de bebés!”.
Dios no estaba
“La Iglesia no nos va a sanar, ni tampoco la CONFER, porque en esos lugares Dios no estaba”, enfatizó, que reclamó que este perdón “no es un gesto”. “Necesitamos justicia, no condescendencia”, insistió quizá como prólogo del desafortunado final que empañó el ‘mea culpa’ eclesial.
Después de la escritora y activista, fueron tres superioras mayores de los institutos de vida consagrada que colaboraron con el Patronato quienes ejercieron de altavoz. Carmen Ortega, provincial de Europa de las Oblatas, asumió con “humildad y profundo dolor” expuestas a humillaciones y malos tratos”. “Pedimos perdón a todas aquellas mujeres que no fueron reconocidas en su dignidad y en sus derechos”, señaló Antonia López, provincial de las adoratrices para Europa y África de Adoratrices. Mientras, Mar Mena, terciaria capuchina de la Provincia de Nazaret, planteó algunas de las medidas que ya están implementando para que el perdón público no se quede en papel mojado, como “una reparación moral y emocional” y “la máxima trasparencia y reparación para esclarecer la verdad para quienes quieren conocer su historia personal desde los protocolos que sea necesario conocer”.
Mecanismo de represión
Antes que ellas, el presidente de la CONFER, Jesús Díaz Sariego, reconoció las “experiencias muy duras y dolorosas” que padecieron estas mujeres en el Patronato, que funcionó como “un mecanismo de control social y de represión”. De la misma manera, admitió que “fueron privadas de libertad y sometidos a unos estrictos códigos de conducta” y “vistas como una amenaza en un orden establecidos y juzgadas como inmorales”.
El religioso dominico explicó el “trabajo de escucha, reflexión y diálogo con algunas de las mujeres que vivieron en los centros” desde las congregaciones religiosas femeninas. “Este acto no es solo una formalidad, sino un acto necesario de justicia, de responsabilidad moral, de reconocer lo que en el pasado no hicimos bien, mostrar nuestra empatía y dolor”, expuso Díaz Sariego.
Búsqueda de la verdad
Sabedor de que estas historias personales fueron “silenciadas por décadas”, el presidente de la CONFER destacó que “nos duele profundamente que padecieron”. “Para estas mujeres, el paso fue más una cárcel que un medio de promoción humana”, apuntó. “Este acto es solo un paso de un proceso más amplio de reconocimiento”, remarcó, con el compromiso de “colaborar la búsqueda de la verdad y que este episodio no caiga en el olvido”.
Al finalizar el acto, Díaz Sariego compareció ante los medios de comunicación que cubrieron el acto. Preguntado por ‘Vida Nueva’ si el agrio final podría considerarse como una traición al camino recorrido en estos meses por la CONFER y la asociación de víctimas, apuntó que “no diría que me siento traicionado, sino que uno comprende que se trata de un proceso de sanación largo”. Es más, comentó que los gritos son “una expresión necesaria para expulsar la rabia”.
A la par, el dominico defendió que la CONFER ha sido “valiente” a la hora de organizar este acto público de perdón que considera “positivo”. De la misma manera, redobló el compromiso de la Iglesia “con una voluntad firme y decidida para buscar la necesaria reconciliación”.