Editorial

La caridad del escaño

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Madrid ha acogido el II Encuentro de Líderes Católicos Latinoamericanos, en el que han participado 70 políticos de 19 países. Un foro con el respaldo de Roma, como prueba el viaje relámpago del secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, para participar como ponente. El ‘primer ministro’ vaticano expuso ante responsables públicos de todo el arco parlamentario, la urgencia de apostar en sus programas y acciones de gobierno por priorizar “la amistad social” y “la cultura del encuentro”.



El diplomático italiano animó a los presentes a continuar, cada uno desde los matices de sus partidos, a trabajar en “la lucha contra la pobreza, la superación de la pandemia y la construcción de instituciones dinámicas”. No hubo en las palabras de Parolin ningún apercibimiento cargado de moralinas para quienes han dado el salto de comprometerse en la vida pública desde su fe. Atrás quedó la errada nostalgia de un partido católico único, aunque hay quien quiera resucitarlo y apropiarse del logo y de la marca.

De la misma manera, debería quedarse fuera el fantasma de enjuiciar y condenar al político católico porque su gobierno no comulgue al cien por cien con el catecismo. La Iglesia no puede ni debe jugar a entrar en esta dinámica partidista. Tampoco puede mantenerse callada ante las vulneraciones de los derechos humanos, en tanto que se trata de un actor social que se ha ganado a pulso su lugar en medio de la plaza pública.

Su sitio pasa por respaldar y aupar a los cristianos para que se impliquen al servicio del bien común en las múltiples fórmulas de participación posibles, desde las plataformas vecinales y las asociaciones sectoriales, a los sindicatos y la militancia con escaño incluido.

Sostener la democracia

La democracia no se sostiene solo con unos comicios periódicos y mucho menos de las decisiones unilaterales del más votado, sino con el consenso de todos los representantes de la ciudadanía en su diversidad y respeto al otro como hermano. Es ahí donde los políticos católicos han de asumir un papel vertebrador, capaces de ser quienes construyan los puentes necesarios desde cada una de sus formaciones cuando aparentemente solo se ve disenso.

En un tiempo de polarización en el que imperan los discursos efectistas que prometen soluciones mesiánicas a problemas complejos, no es sencillo abanderar el discurso centrado de los matices. Esta opción exige valentía y la creatividad, diálogo y renuncia desde la apuesta por el bien común. Son misioneros enviados a poner alma a la que Francisco considera “la forma más alta de caridad”, que necesitan de una Iglesia que les acompañe como madre y consejera y no como institutriz o, peor aún, dejándoles huérfanos.

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