Editorial

Afganistán, en manos de todos

Compartir

Afganistán está bajo el control absoluto de los talibanes. Con el abandono oficial de las tropas norteamericanas, el 31 de agosto, es más que un retroceso a un régimen anacrónico. Su rápido triunfo, cuando se daba por hecho una nueva era, pone de manifiesto el fallido plan de Occidente y hace replantearse la estrategia iniciada hace dos décadas tras el ataque a las Torres Gemelas para acabar con el islamismo extremista.



No cabe sacar conclusiones exprés en las que buscar culpables de relumbrón, sino que exige una honda reflexión sobre el papel de la comunidad internacional para abanderar verdaderos proceso de paz. Porque el triunfo talibán no solo pone en jaque a 32 millones de afganos, o a Oriente Medio y Asia Central, sino que exige replantearse el ‘statu quo’ global. La insistencia de Francisco en hablar de una “tercera guerra mundial a pedazos” es la descripción de una realidad más que compleja, a la que no se puede responder con parches ni con brochazos. Lamentablemente, no parece ser esa la vía adoptada por quienes ostentan el poder en las diferentes latitudes.

Ola de solidaridad

Al menos, sí cabría esperar de ellos que la actual ola de solidaridad con el pueblo afgano no se difumine a las primeras de cambio, cuando el foco mediático se ponga sobre otro conflicto. La humanidad no se puede permitir una nueva crisis humanitaria como la vivida allí hace 20 años o la sufrida en Siria. La solución no pasa por cerrar fronteras a cal y canto ante los miles de refugiados ni, mucho menos, abandonar a su suerte, cerrando el grifo de la ayuda exterior, a quienes permanecen en el país por temor a que estas partidas queden en manos de los radicales.

Afganistán

Es el tiempo de esa diplomacia que sabe cómo moverse entre arenas movedizas para responder a los gritos de auxilio, con una defensa de los derechos y las libertades más básicos, comenzando por el derecho a la vida.

Es el tiempo de la Iglesia, como actor capaz de tejer esas redes culturales y religiosas que permitan poner las bases de una fraternidad universal, incluso en medio de la oscuridad y de las amenazas. Aun cuando la radicalidad talibana ha provocado la salida del país de todos los católicos.

Pero también es el tiempo de la ciudadanía, del cristiano, que no puede mirar para otro lado ante aquel hermano creyente o no que se encuentra hostigado a miles de kilómetros. Y alzar la voz para defender sus derechos negados, comprometiéndose para transformar dentro de las posibilidades de cada uno: sea la oración, la donación, el voluntariado o el activismo desde la caridad política. Afganistán está bajo el control absoluto de los talibanes, pero su presente y su futuro está también en manos de todos.

Lea más: