Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Víctimas y victimarios


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Hay momentos y circunstancias históricas que nos permiten ver con radical claridad quiénes son quiénes, como por ejemplo el abuso de un niño, la explotación de un país rico por uno en miseria o la violación de una mujer o tantos horrores que comete un poderoso sobre un ser más frágil, indefenso y vulnerable. Sin embargo, en muchos momentos de nuestra vida cotidiana, la línea que divide a víctimas de victimarios es tan tenue que nos podemos confundir y hacer daño en aras de una “defensa” que dista mucho de la fraternidad.



En Chile ya hace un buen tiempo que corre entre las redes sociales un vídeo viral donde se hace burla de la “vistima”, haciendo mofa a aquella persona que se hace pasar por víctima cuando en realidad no lo es y usa esa posición para sacar provecho o hacer daño a alguien más. Y es que, como plantea sagazmente Pascal Bruckner en su libro ‘La tentación de la inocencia’, hace ya un par de décadas se viene “divinizando” a la víctima como alguien elegido, único y con el derecho eterno de hacer y deshacer a su antojo en “pago” o “venganza” al mal recibido en algún momento de su existencia. Con esa línea de crédito vitalicia, la persona que se considera víctima se aboga el derecho de calumniar a otras, agredir e incluso matar en vista del mal que recibió.

Una aclaración

Una aclaración majadera antes de continuar: no pretendo eximir a nadie de la responsabilidad de sus actos ni las reparaciones que correspondan tanto civil como moralmente; es más, yo misma fui víctima de abuso en mi más tierna infancia. Con esto quiero decir que hay víctimas objetivas y personas que les hicieron daño y deben responder por ello.

Si miramos exhaustivamente, por ejemplo, la historia de cada nación, veremos que no habrá ninguna que se salve de alguna matanza horrorosa, una guerra, una traición, una tragedia o una invasión. Lo mismo sucede al recorrer cada religión; a lo largo de los siglos se han acumulado más cadáveres que acuerdos, más divisiones que el amor y la paz que promueve Dios.

Así también pasa en cada familia donde se entretejen abusos de poder, violencia, traiciones, heridas, pérdidas y deshonras donde los roles de víctimas se fueron repartiendo a diestra y siniestra, sin que a nadie le faltara ejercer el papel. Recuerdo una sabia historia china de una mujer que había perdido a su hijo y no podía más de dolor. El sabio del lugar le dijo que se sanaría de su tristeza al encontrar un hogar donde no se hubiese muerto alguien. Ella recorrió toda China y en cada puerta encontró una pérdida tan profunda y dolorosa como la de ella y, si bien no se le quitó su pena, sí aprendió a vivir con ella y a consolarse junto con los demás. El tema entonces es no entrar en el espiral de “competir” por quién sufre la calamidad para grande y, por tanto, sube en el pedestal de la atención de los demás.

Un grupo de víctimas de abusos sexuales se concentran en el Vaticano durante la cumbre antipederastia celebrada en el Aula Pablo VI del 21 al 24 de febrero de 2019

Cuando la víctima se transforma en victimario

Bruckner utiliza el triste ejemplo del expresidente serbio Slobodan Milosevic para aclarar el punto. Si bien los serbios habían sufrido muchísimo durante la Segunda Guerra Mundial, él se adueño de ese “rol” de víctima, de tal manera que se sintió con el derecho de realizar después brutales genocidios a los croatas y bosnios, a vista y presencia de todos los países del mundo. Como habían victimizado a su pueblo, él victimizaría a los demás en forma aún más macabra.

Situaciones similares, aunque más sutiles, se pueden dar en nuestros vínculos cotidianos y es importante estar atentos para no caer en la tentación de “usar” nuestros “capitales ahorrados de víctimas” para invertirlos en hacer daño a los demás.

El tema es hondo y complejo porque estamos develando una característica muy arraigada del paradigma actual. Todos nos creemos fácilmente víctimas de alguien o de algo, porque nos da pánico y vértigo asumir nuestra adultez y que, finalmente, nuestra vida depende de nosotros nada más. Ya no hay a quien echarle la culpa. Por eso se buscan chivos expiatorios con tanta facilidad: el mercado, el sistema, un complot, los políticos son los elegidos en la actualidad. Antes era la Iglesia, la religión, la burguesía, la aristocracia o algún otro poder que controlaba efectivamente a la mayoría de la sociedad.

Ideas que ayudan a caminar

Ante esta realidad, algunas ideas nos pueden ayudar a caminar, al menos en zigzag, por la compleja línea de la ecuanimidad conmigo mismo y los demás:

  • Responder al mal con bien: ya lo dijo Jesús y, aunque sea de una dificultad monumental, es la única forma de partir de nuevo e “invertir” en amor en vez de más víctimas y maldad.
  • Perdonar: es reconocer la ceguera, discapacidad o limitación que tuvo o tiene el que me hace daño y no desearle mal. No pelear contra él sino contra el mal que lo habita.
  • Reconciliarse dejando el pasado atrás: sin olvidarlo, pero sí sabiendo que no es necesario revivirlo en cada nueva adversidad. Es una cicatriz, no una herida abierta, y solo se pude cicatrizar si se limpió, sanó y reparó.
  • Ser conscientes que víctimas y victimarios son “voces del ego”: personal y colectivo que ocultan el verdadero ver, vulnerable y necesitado de amor y de amar. Si logramos conocernos, podremos amarnos y respetarnos en nuestra diversidad.
  • Ser adultos: responder por nuestras decisiones, pensamientos y sentimientos sin echarle la culpa a nadie más. Ya no somos niños y los que seamos y hagamos siempre será una opción personal.

Víctimas y victimarios son malas versiones del ser humano y ya es hora de que podamos rescatar del interior de ellas lo que verdaderamente somos: hermanos/as e hijos/as de Dios llamados a complementarse y compartir el mismo hogar.